EL secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha realizado unas inquietantes declaraciones en las que menciona la posibilidad de una operación militar exterior para acabar con la infame dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. Dado que el régimen no deja ningún resquicio para una evolución pacífica hacia la libertad y sigue conduciendo el país hacia la catástrofe –mientras se empeña en consolidar esa tiranía corrupta donde pronto ya no quedará nada que robar, al margen del dinero que le acaba de prestar China–, existe lo que se denomina injerencia humanitaria, que justificaría una intervención de este tipo, sencillamente para salvar a los venezolanos de una lenta agonía y del «plan de exterminio» que denuncia hoy en ABC la fiscal general en el exilio, Luisa Ortega. Sin embargo, lo último que podrían necesitar ahora los venezolanos sería que en el país entrase de lleno la violencia. El régimen ha atiborrado de armas a sus partidarios, y aunque el Ejército se encuentre probablemente en estado comatoso debido a la desastrosa gestión por parte del régimen, esta operación concluiría en un baño de sangre. Sería la última puñalada del chavismo a un país que no hace tanto era una sociedad rica y vibrante y que ha sido consumido por una ideología insensata.
Lo que sí resulta necesario es pedir al expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero que deje, cuanto antes, de ofender a los venezolanos con su condescendencia. Decir que el éxodo de cientos de miles de personas se debe a las sanciones norteamericanas no es solamente una falacia, sino una ofensa para todos esos venezolanos que huyen de la ineptitud de los gobernantes de la dictadura chavista. Una intervención militar sería una locura. Seguir dialogando con Maduro sobre su permanencia en el poder es otra.