La economía colombiana, para bien y para mal, tiene una enorme dependencia con respecto a ellos y la dinámica de su crecimiento está al vaivén del comportamiento de los precios internacionales del crudo. Venimos de un largo ciclo de precios altos del petróleo que se prolongó hasta junio de 2014, cuando alcanzó su pico de USD115,19. Desde entonces se vinieron en barrena, a tal punto que a finales de enero de 2016 los precios bordearon los USD24 el barril, para luego repuntar hasta alcanzar un año después precios por encima de los USD52 el barril.
Y desde entonces los precios del petróleo han observado un alza sostenida, al punto que después de haber registrado una cotización USD54 en 2017, en este momento oscila alrededor de los USD70 el barril y es muy probable que cierre el año con un precio promedio superior a los USD65. Pero nadie está en capacidad de vaticinar el curso que tomarán los precios en los próximos años, es una incógnita.
Este comportamiento de los precios se refleja fielmente en el desempeño de las distintas variables de la economía nacional. Durante la década del boom de los precios del petróleo, el crecimiento del PIB llegó a superar el crecimiento potencial de la economía (4,5%), para luego, cuando se descolgaron, no solo se desaceleró el crecimiento del PIB, sino que hasta el crecimiento potencial se vino a pique y perdió un punto porcentual, situándose en el 3,5%. Después de alcanzar un crecimiento del PIB de 6,6% en 2011, para luego sumirse en un prolongado letargo que le significó a la economía crecimientos mediocres en los últimos tres años, de 3,1% en 2015, 2% en 2016 y 1,8% en 2017.
Por su parte, las exportaciones llegaron a su culmen en el 2014 con USD57.900 millones insufladas por el renglón del petróleo y sus altos precios, para luego desinflarse hasta caer un 61%, registrando solo USD35.600 millones en 2017, de los cuales el 32,8% corresponden a las exportaciones petroleras. Y ello a pesar de los mejores precios del crudo, repercutiendo también en el saldo negativo de la balanza comercial, que pasó de un déficit de USD3.800 millones en 2014, pasando por uno más abultado de USD15.900 millones en 2015, hasta cerrar el año anterior en USD9.300 millones.
Con el doble golpe infligido a las finanzas públicas del desplome de los precios y el freno de la producción, la sostenibilidad fiscal queda seriamente comprometida. Y no es para menos, pues la renta petrolera pasó de representar el 23,8% de los ingresos corrientes de la Nación en 2013 a un ínfimo 0,8% en 2016, cuando, gracias al efecto rebote, sube penosamente al 2,8% en 2017 y se aspira al 6% en 2018. En fin, el petróleo le ha servido al país de salvavidas y de él puede decirse que es preferible tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo y… por ahora, mientras no tengamos otro recurso de su importancia que ocupe su lugar, ¡lo necesitamos!