Américo Martín*
Llama la atención que los términos de la macrocrisis de Venezuela sean tan minuciosamente conocidos por la alarmada comunidad internacional. No está de más, claro, repetirlos en su recurrencia pues nos hablan de realidades que lejos de estancarse se acentúan con insólita intensidad; pero parece urgente reflexionar sobre los posibles desenlaces.
El problema se ha proyectado como gran tema que cada vez más le atañe a todos, especialmente a los países hemisféricos y, de manera rotunda, a los fronterizos o cercanos.
La diáspora, por ejemplo –quizá el indicador más descarnado de la tragedia– se vuelca sobre Colombia, Brasil, Guyana, y se expande a Perú, Chile, Argentina, Centroamérica y el Caribe.
En fin, a toda la región. Se espera que para diciembre, 4 millones de almas, enfrentando sacrificios espeluznantes, hayan emprendido el éxodo de la sobrevivencia. El escándalo de los balseros cubanos ha sido superado con mucho por los desesperados emigrantes venezolanos.
El acontecimiento corona un formidable viraje hacia la democracia, graba el epitafio del socialismo del siglo XXI y desvanece hasta el recuerdo de sus conspicuos líderes. Casi no quedan vestigios del costoso andamiaje institucional que no sin ingenio impusieron: ALBA, Unasur, politización de Mercosur.
En cambio, hoy vemos avanzar sin pausa el Tratado del Pacífico y las relaciones comerciales fundadas, como debe ser, en la productividad y el mutuo provecho.
Pero la violencia descargada sobre el lomo de los pueblos de Venezuela y Nicaragua ,ala cual se suman el secular naufragio de Cuba y el increíble espectáculo de amargura y desolación de millones de víctimas del fallido socialismo siglo XXI, no dan para sentimientos de alegría.
Es evidente que la mezcla de fracaso económico y despotismo político pone sobre la mesa el tema del urgente cambio del Poder en Venezuela.
¿Será factible alcanzar un vuelco incruento hacia la democracia? Lo sería si fuera real y tangible porque la Nación no toleraría maquillajes ni estos podrían desviar la presión social y política, nacional e internacional.
El caso es que el estilo maximalista y agresivo flamea en los extremos y el lenguaje de la venganza y el odio es emblema de “colectivos” armados e impunes, que repiten obsesivamente el dilema de matar o morir.
No es sencillo quebrar semejante esquema, pero es enorme el avance de la solidaridad internacional. Lectura que puede ser equívoca induce a que no pocos de buena fe hagan del azar de la intervención militar foránea el corazón de su política.
Más nítido, probado y seguro es que la unidad de todas las expresiones de la disidencia, con las naturales diferencias que puedan separarlas, haga posible que la democracia desplace a la dictadura y la justicia a la venganza.
Por eso resulta inaceptable el fuego graneado entre opositores, incluyendo la ciega arremetida contra la Asamblea Nacional, el más importante y mundialmente legitimado Poder del Estado. Fuera de críticas justas, la Asamblea se desempeña mejor que varios de sus críticos.
En estos tiempos de agonía acaba de hacer valer que, conforme al artículo 249 constitucional, es írrito el nombramiento por el Ejecutivo del Procurador General, sin autorización de la Asamblea. Un logro ya informado a las asertivas naciones civilizadas.
El gobierno puede alzarse contra el universo, si quiere. Pero pagará un costo muy alto que inflará su comprometido pasivo. Además, una vez percibida la Libertad en la epidermis, no resulta nada fácil retornar al sombrío pasado de autócratas y violentos.
Escrito está en el Libro de los Tiempos.
[©FIRMAS PRESS]
@AmericoMartín