Cuando Donald Trump acusa a la oposición demócrata de estar detrás de la Caravana centroamericana, está perpetrando una más de sus maldades para hacer más impopular ante su público la marcha de emigrantes que se aproxima desde México. Pero al mismo tiempo hurga en una herida bien conocida en EE.UU.: la falta de pegada de la izquierda demócrata en torno al problema de la inmigración ilegal, reflejo de su falta de visión.
En un extenso artículo en «The New York Times», nada sospechoso de afinidad con el «trumpismo», Robert Draper opina que los demócratas saben perfectamente qué les repugna de la política y retórica de la actual Administración respecto a los inmigrantes ilegales. Rechazan el sentimiento de xenofobia y racismo que despiertan las expulsiones en caliente y las redadas en los lugares de trabajo; la separación forzosa de padres e hijos; el disparatado presupuesto de miles de millones de dólares del muro que Trump quiere construir en la frontera sur.
Pero no saben qué hacer con el flujo progresivo de inmigrantes. Y tampoco están dispuestos a morir en el intento. Con pocas salvedades, los candidatos demócratas, especialmente en el sur, esconden o suavizan sus críticas respecto a la política migratoria de mano dura, Por razones de oportunismo. Hay 22 millones de ilegales en EE.UU. que no tienen derecho a votar. Y, tradicionalmente, los 27,3 millones de hispanos que ya son residentes legales y tradicionalmente votan demócrata –por la inercia, que les representa como el partido de las minorías– lo hacen en escaso número respecto al resto de los electores.
Paradójicamente, el partido que ha hecho más por los inmigrantes en las últimas décadas ha sido el republicano. Draper recuerda en su artículo que en 2001 el presidente George W. Bush logró que tres millones de «sin papeles» fueran legalizados. Pensó incluso en conceder una amplia amnistía, pero los atentados del 11-S cambiaron la agenda del país. Ni Clinton antes ni después Obama demostraron esa compasión y esa generosidad hacia los inmigrantes. CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Donald Trump no se ha olvidado del guión de las elecciones presidenciales de 2016, el que le llevó de forma inesperada a la Casa Blanca. En la recta final de la campaña de las elecciones legislativas, que se celebran en dos semanas, lo ha desempolvado para electrizar a las bases republicanas y evitar que el Congreso caiga en manos demócratas. El mensaje central es el del miedo al otro. El «otro» puede ser las mujeres –ya ha advertido de que con el movimiento #MeToo los hombres están en peligro–, o quien tiene un aspecto diferente. En el relato actual de Trump, el «otro» es, sobre todo, el inmigrante.
En los últimos días, con el fragor de la batalla electoral, Trump ha endurecido su discurso antiinmigrante. Si en 2016 el muro con México –para el que dos años después no ha conseguido financiación, a pesar de que los republicanos controlan las dos cámaras del Congreso– dominaba el relato, ahora la protagonista es la caravana de emigrantes centroamericanos que avanzan hacia la frontera Sur de EE.UU.
«Esta va a ser la elección de la caravana, de Kavanaugh –en referencia a la polémica confirmación del juez del Tribunal Supremo–, de los recortes fiscales y del sentido común», dijo el lunes por la noche en un mitin en Houston (Texas). Es un estado clave en el Ciudad Hidalgo, que su excontrincante por la Presidencia Ted Cruz se juega conservar su escaño en el Senado, en un estado con dos mil kilómetros de frontera con México y en medio de una crisis de gestión de la llegada de inmigrantes indocumentados.
Estigmatizar la marcha
«En esa caravana hay gente muy mala, no podemos dejar que esto ocurra en nuestro país», dijo. Por la mañana, sin ofrecer pruebas, había dicho en Twitter que en el grupo de centroamericanos había «criminales y gente no identificada de Oriente Próximo», en un comentario que parecía replicar informaciones poco creíbles en medios conservadores de que hay terroristas en la caravana. «Meted vuestras cámaras y veréis, vais a encontrar gente de MS-13 –una banda criminal centroamericana– y gente de Oriente Próximo», insistió después ante un grupo de periodistas. En el mitin, Trump fue más allá. Aseguró a sus seguidores que los «ilegales» votan en las elecciones «aunque no deberían poder», que hay «jueces demócratas» que impiden que se les devuelva a sus países y que a los demócratas no les importa lo que su «agenda extremista de inmigración provoque en vuestros barrios, hospitales y colegios».
Mientras tanto, la caravana se encontraba ayer en la localidad mexicana de Huixtla, a casi dos mil kilómetros de la frontera con EE.UU.