¿ CuántasCuántas veces habremos escuchado bramar al autócrata en Caracas sus más ardientes críticas contra el imperio norteamericano? Sin ir más lejos, el 3 de febrero Nicolás Maduro, presidente de la República Bolivariana y matón de cuarta, inauguraba la Plaza de la Rebelión Antiimperialista en Caracas para conmemorar el fallido intento del golpe de Estado de 1992. La pasada semana, el dictador venezolano liberaba a dos presos estadounidenses días después de haberse reunido con una delegación de la Casa Blanca.
En un episodio absolutamente dantesco, el presidente estadounidense decidió tirar por la borda años de presión sobre regímenes autoritarios como el de Venezuela, así como el de los ayatolás de Irán. Esta actitud de Biden no es sorprendente, pero sí que es absolutamente condenable. No es sorprendente, ya que Estados Unidos tiene tendencia a establecer estrechas relaciones incluso con regímenes autoritarios para presionar al enemigo geopolítico de turno. Pero sí que es absolutamente condenable, ya que en política exterior tiene que haber algo más que un simple cálculo basado en la «realpolitik». Si bien la Rusia de Putin se ha convertido en la mayor amenaza al orden internacional actual, no debemos permitir que regímenes autoritarios, aunque de menor envergadura, sean blanqueados en nuestro esfuerzo por aislar al Kremlin.
Estamos ante una situación global más que delicada. Como consecuencia de la invasión invasión rusa de Ucrania, nos encontramos ante unos mercados de materias primas absolutamente desbocados. Desde los cereales a los metales, pasando por el petróleo y el gas, están sufriendo inmensas disrupciones, particularmente desde el anuncio de EE UU de la prohibición de la importación de petróleo y gas rusos. Rusia no deja de ser la mina y el granero del mundo. Con el precio de estas «commodities» por las nubes,
Biden busca encontrar alternativas de suministro y así evitar las todavía mayores subidas que aún están por venir. La realidad es que esta escalada de precios que estamos experimentando no es más que el inicio, es apenas una reacción a los primeros compases de un conflicto que promete alargarse. Rusia es el mayor exportador global de gas, así como de crudo y productos de petróleo. Así pues, estamos ante una encrucijada de difícil solución. Aunque según parece, Biden cree haber encontrado una solución. O no.
Rusia produce un 8% del petróleo y un 24,3% del gas natural mundial. Estos porcentajes son difíciles de sustituir. Si bien existen alternativas al gas para la generación de energía, hemos apostado en muchos países del viejo continente por no aprovecharlas en su totalidad. La nuclear es, hoy por hoy, la única tecnología de la que disponemos para asegurar nuestra independencia energética a futuro.
Por otro lado, aunque el porcentaje en lo que a petróleo se refiere pueda parecer más asumible, la gran mayoría de productores globales se encuentran al borde de su capacidad de extracción y producción. No olvidemos que las inversiones necesarias para acceder a estos combustibles fósiles son costosas y requieren de tiempo para su construcción. Los únicos productores con cierto margen de ampliación de producción son actualmente Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, si bien esa capacidad conjunta apenas llegaría a cubrir una parte del hueco dejado por la producción de Moscú. Además, los dos países arábigos no estarían muy por la labor de incrementar su producción. Irán, por su parte, está al borde de sus capacidades extractivas.
Venezuela es otra historia. Es un país que ha sido llevado a la ruina por la mayor incompetencia, la corrupción y la maldad. Un país que tiene las mayores reservas probadas de petróleo es, después de décadas de dictadura chavista, un país asolado por la miseria. En su apogeo de producción, Caracas llegó a producir unos 3,5 millones de barriles de petróleo diarios, una cifra que permitiría para cubrir parte de los cerca de 11 millones rusos. Sin embargo, la mala gestión, la malversación y la falta de capacidad técnica hacen que, hoy, sea imposible que Venezuela alcance esos niveles. Y es que Maduro y sus secuaces fueron incapaces de producir poco más de 800.000 barriles diarios, cifra que dista mucho de alcanzar su meta de producción de 1,28 millones en el 2021. Para que la industria petrolera venezolana pudiera realmente hacer frente a la demanda necesitaría de un par de cientos de miles de millones de euros y de casi una década de trabajo. Las aproximaciones de Biden a Caracas y Teherán harían bien poco por sacarnos del aprieto energético. No debemos cejar en nuestro empeño de combatir el autoritarismo allá donde se encuentre, Moscú, Caracas, Teheran o Pekín. ¿Qué mensaje estaríamos mandando si no desde Occidente sobre el uso de las sanciones?
Venezuela e Irán están al límite de su producción energética