Ayer Putin formalizó con toda solemnidad en el Palacio del Kremlin la incorporación de las cuatro zonas de Ucrania anexionadas tras los referéndums allí celebrados esta semana. Los presidentes de las nuevas repúblicas, ahora pertenecientes a la Federación Rusa, firmaron con Putin las actas correspondientes a dicha unión, con un protocolo digno del imperio zarista y ante una numerosa y cualificada audiencia invitada a este acto tan significativo para la Historia de la «Gran Madre Rusia».
El largo y previo discurso de Putin no dejó duda alguna de su punto de vista respecto al porqué de este hecho, ni sobre sus causas y consecuencias. Más allá de consideraciones y opiniones en cuanto a la legitimidad de tal anexión, la validez de los referéndums, etc., lo cierto es que a partir de ayer cualquier ataque a esas zonas de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y de las provincias de Kherson y Zaporozhye será considerado como un ataque a la Federación Rusa, y respondido como tal. Ahora ya no estamos ante una «Operación militar especial» de Rusia y la respuesta de
Ucrania, sino ante la eventualidad de una guerra de Occidente liderada por los Estados Unidos contra «la independencia y soberanía de Rusia». Que nadie se llame a engaño: la ley y el derecho necesitan para imponerse del respaldo de la fuerza, y en este caso es Rusia la que la dicta con su enorme poderío militar. El deep state –el «estado profundo»– estadounidense se ha salido con la suya de ir provocando a Rusia progresivamente, desde la desaparición de la URSS y la posterior de Yeltsin, para que ahora Putin picara el anzuelo y lanzara esa invasión el pasado 24 de febrero. La Guerra Fría ya ha quedado definitivamente atrás, y Moscú sabe que no tiene más alternativa que actuar en consecuencia si Zelenski sigue el dictado de sus amos y responde militarmente.
Hace tiempo que Ucrania era un estado fallido y gobernado por élites corruptas pero, tras el cierre de su acceso al mar de Azov y con solo el puerto de Odessa como salida al mar Negro, su viabilidad económica está profundamente dañada. La UE tiene una Tercera Guerra Mundial anunciada en sus fronteras y su economía seriamente comprometida sin mediar arte ni parte en un conflicto provocado por intereses políticos y económicos localizados a miles de kilómetros. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la ruptura de Alemania con Rusia es el mayor daño provocado para la unidad, estabilidad y bienestar de la Europa «desde el Atlántico hasta los Urales».