Desde hace cuatro años, Venezuela vive en la inminencia de que el final del régimen se producirá en cualquier momento. Esta sensación tiene un carácter universal. No es una prédica de políticos. Ni una estrategia de las instituciones democráticas, dentro y fuera de Venezuela. Ni tampoco el fruto de la propaganda: es el sentimiento que comparten millones de venezolanos, lo que incluye a dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela, a la mayoría de los altos funcionarios del Poder Ejecutivo, a un número sorprendente entre la minoría parlamentaria del mismo PSUV en la Asamblea Nacional, a varios alcaldes y gobernadores que se declaran chavistas y profundamente antimaduristas.
Sé lo que afirmo en este artículo: los que siguen comprometidos con la camarilla que asesina a venezolanos y destruye al país son cada día menos. El círculo se estrecha hora tras hora. El miedo crece. El impacto de las detenciones que se producen en otros países, a las que sumarán otras en las próximas semanas, es constante e intenso. En el gobierno campea la desconfianza entre las distintas bandas. Sospechar de los demás y señalarlos es una actividad constante de los altos funcionarios. Las acusaciones que se formulan contra los hermanos Rodríguez, o contra Cabello, o contra El Aissami, o contra el Alto Mando Militar, o contra Bernal, o contra el clan Flores son permanentes e insólitas. El tablero gubernamental tiene las características de un “todos contra todos”.
Insisto en repetirlo: sé de lo que hablo. La inmensa mayoría de los funcionarios del gobierno están cansados. Hartos del fracaso. Hartos de la ruina. Hartos de los extremos alcanzados por la mentira. El que Maduro y su familia hayan decidido no reconocer la extrema pobreza y sufrimientos que padece Venezuela, y que hayan tomado la decisión, contrariando el más elemental sentido común, de convocar a unas elecciones contra natura, ha producido un resquebrajamiento interno, mucho más acusado que cuando convocó a la constituyente ilegal, ilegítima y fraudulenta. No solo los demócratas: también hay muchos chavistas que entienden que Maduro ha roto con el pueblo. Le ha dado la espalda. Lo ha condenado al hambre y la enfermedad, mientras habla de felicidad y futuro, y llama a votar.
Que en medio de una hiperinflación indetenible –que continuará su escalada llevando a los venezolanos a situaciones cada vez más extremas de hambre–; de severo bloqueo económico y financiero –que se hará cada vez más riguroso e implacable–; de caída de la producción petrolera –que ya no es posible ocultar y que hace visible la destrucción de la infraestructura petrolera nacional–; de crisis del sistema de salud –que empeora a velocidad vertiginosa en todos sus indicadores–; en medio de una realidad que deshumaniza a las personas, que las somete a condiciones humillantes de precariedad y escasez; en un mercado donde no hay medicamentos, ni energía eléctrica, ni telefonía, ni Internet, ni transporte público, ni repuestos para automóviles, ni siquiera insumos para las personas que padecen enfermedades crónicas; en un país en el que lo único que abunda son los delincuentes libres en las calles, y los presos políticos en las cárceles, el gobierno pretende legitimarse con una farsa electoral.
Farsa, en primer lugar, porque no legitimará a Maduro: ha sido convocada por la ilegal, ilegítima y fraudulenta ANC. Farsa, porque su resultado está previsto de antemano; farsa, porque al día siguiente los problemas de Venezuela serán los mismos y peores; farsa, porque, hagan lo que hagan, el sentimiento de que el régimen de Maduro debe acabarse y dar paso a un nuevo estado de cosas, no cambiará; farsa, porque los electores serán obligados a votar; farsa, porque el Consejo Nacional Electoral, organismo deslegitimado y tramposo, emitirá unos resultados que serán el hazmerreír del planeta entero.
Por el contrario, el rechazo se profundizará. Se intensificará. Potenciará el deseo de que Maduro y su banda abandonen el poder. Después del 20 de mayo, recuerden esto, la repulsa al régimen alcanzará cotas inimaginables. Y ese sentimiento no será exclusivo de los demócratas. A él se unirán cada día más chavistas, incluidos los militares que hoy son el sostén del régimen, pero que cuentan sus salarios por el número de huevos que pueden comprar con lo que ganan: una docena, docena y media, dos docenas. Y ya.