Cuando el país está en llamas y el incendio no deja de crecer, al señor Nicolás Maduro no se le ocurre otra idea genial que anunciar a los venezolanos que “adoptará una nueva política para fijar los precios de la gasolina”. Hasta a los muertos en los cementerios se le paran los pelos no tanto por la cuantía del aumento, sino porque cada medida económica que lanzan desde la craneoteca de Miraflores termina siempre e invariablemente en un desastre mayor que aquello que se intenta combatir. Basta con mirar por el espejo retrovisor lo ocurrido estos últimos diez años.
De manera que ya se pueden predecir tormentas cada vez mayores y desastres de incalculable cuantía. No es precisamente un paraíso lo que nos aguarda si seguimos sometidos al reino de la indecencia y de la ineptitud. Y lo que es peor, para desgracia de los venezolanos, es que los pocos funcionarios bolivarianos que están capacidad de aconsejar a Maduro han sido alejados a patadas por la camarilla civil y militar que, atornillada en el poder, rapiñan a diario los huesos de las pocas vacas flacas que sobreviven al hambre y la miseria.
El gobierno de Maduro le teme al rechazo creciente entre sus filas y que ya no es posible ocultar. El chavismo se fortalece cada vez más en la misma medida en que el madurismo se ahoga en el pantano de una imparable corrupción que lo engulle todo, ya sean promesas, lealtades, principios y sentido de la sobrevivencia.
La gran preocupación de los militares y de los burócratas maduristas es que se unan los chavistas críticos y la oposición democrática para rescatar el país y devolver el equilibrio y la sensatez a los asuntos públicos. La gente tiene hambre, sufre sed y la falta de medicinas los condena a la muerte. No funciona el transporte, tampoco la electricidad, las escuelas y los liceos están moribundos, ya no es posible distinguir entre la policía y el hampa porque provocan inseguridad a partes iguales entre la ciudadanía.
En medio de tal desorden social y económico al señor Maduro no le alcanza la razón para darse cuenta de que el problema esencial no es que se dirige hacia el precipicio sino que está al borde, que basta con una leve brisa y todo puede terminar en tragedia, lo que nadie quiere ni desea porque de dolores y desastres estamos hasta la coronilla. Pero lo que la mayoría de los ciudadanos pide es apenas un poco de sensatez y de sentido de la realidad, que se aparque tanta ineptitud y se le baje la intensidad al desorden y la corrupción.
El señor Maduro está empeñado en no guiarse por su apellido y ante los reclamos de la sociedad le entra una pataleta en extremo infantil. No va a solucionar nada con ese comportamiento tan inmaduro. Hay que comportarse a la altura de las circunstancias, sí, ¡oiga bien!, esas mismas circunstancias que le aconsejan que sea precavido y no juegue con fuego.
Cuando usted, Maduro, exige portar “el carnet de la patria” para que los conductores puedan llenar el tanque de combustible a un precio especial, no está actuando correctamente. Usted está convirtiendo ese carnet en un instrumento de chantaje político y social. Y con ello generará más y más violencia. Y nadie quiere eso, nadie. No lo dude.