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Argentina, Brasil y Venezuela

Desde sus inicios, gracias a la orientación de Miguel Otero Silva, El Nacional adquirió el compromiso de servir a la sociedad que buscaba horizontes democráticos por primera vez en el siglo XX. La trayectoria del fundador, quien había luchado contra la tiranía gomecista en su juventud y regresaba para apoyar la creación de estructuras políticas de avanzada y la apertura de nuevos caminos a la literatura y a la cultura en general, marcó un itinerario al cual quiso apegarse el periódico con fidelidad y del que nadie lo ha apartado en la segunda década del siglo XXI.

No ha sido fácil la tarea, debido a que ha topado con numerosas adversidades en el camino. Por ejemplo, hoy nadie se habría imaginado que los supuestos grupos revolucionarios, o de izquierda, que proclamaban la justicia social y la dignificación de los desposeídos, de los “olvidados de la tierra”, terminarían siendo una organizada banda de corruptos que, al contrario de lo que vivió Miguel Otero Silva al combatir a las dictaduras de su tiempo, han resultado peores y más voraces que los generales que se cuadraban dócilmente ante las órdenes de la Casa Blanca.

Para desgracia de los pueblos latinoamericanos, hoy los generales de la derecha y los presidentes de izquierda han resultado lo mismo: grandes ladrones de los dineros destinados a mejorar las condiciones de vida de los pobres del país. No es difícil darse cuenta del nivel de vida que llevan y de cómo disfrutan de sus nuevas y pervertidas riquezas. Son tan cínicos que no se toman siquiera la molestia de ocultar las comodidades y los lujos que, en estos últimos veinte años, acompañan su andar por la vida. ¿Socialismo? Sí, pero para los demás.

Y que a nadie se le ocurra denunciarlos porque arde Troya. Cada periodista o político joven que cae en la tentación de lanzar al viento una serie de denuncias sobre la corrupción que recorre, manchando la espada y la memoria de Bolívar por América Latina, los países que Fidel Castro juntó criminalmente en Unasur para chantajearlos y explotarlos, pues lo mejor y lo más aconsejable es que se exilie de una vez.

Por ejemplo, en Brasil ese señor llamado amigablemente “Lula”, gran aliado de la Venezuela socialista del siglo XXI, grita desde su prisión que es inocente y que siempre se comportó como un niño que va a recibir la primera comunión. Desde luego hay gente que se lo cree como si no existieran pruebas en contrario.

En Venezuela sabemos cómo hizo no solo negocios que contravenían todas las reglas de contratación establecidas por su propio país, sino que en el colmo de la desvergüenza apartó a su embajador y creó una embajada paralela que operaba desde un hotel de gran lujo.

Nadie se había atrevido a tanto porque Itamaratí era un referente mundial como generadora de una diplomacia que se debía seguir e imitar. Pues Lula la prostituyó o al menos hizo un intenso esfuerzo por ello para convertirla en una agencia de negocios presidida por él mismo, como quedó demostrado luego de su salida del poder. Igual ocurrió con Chile y la señora Bachelet y su familia. Ni qué decir con Correa en Ecuador y, por supuesto, el colmo de los colmos: Nicaragua, donde Ortega no solo roba sino que mata. ¿Socialismo o muerte?

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