El proceso electoral en Brasil ha genera do expectativa, fascinacióny también temor en nuestro país yen toda Latino américa, dado el peso ge o político y económico que tiene la mayor economíade esta región del planeta. La posibilidad cierta de que un líder populista de extrema derecha llegue al poder en el marco de una crisis económica, un descreimiento generalizado en la clase política y la escasa confianza en las instituciones democráticas en buena parte de la sociedad, generan inquietud e interrogantes sobre el futuro de nuestro vecino y principal socio comercial. Las últimas encuestas dan al actual diputado Jair Bolsonaro, un excapitán del Ejército admirador confeso de Pinochet y nostálgico de la última dictadura militar en su país, casi un 60% de la intención de voto para la segunda vuelta electoral. Enfrentará al izquierdista Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, en una campaña atípica que ha polarizado y tensionado fuertemente a un sistema político más habituado ala negociación y al compromiso que al enfrentamiento.
El plan económico de Bol sonar o, que ha oscilado entre el liberalismo ortodoxo y el nacionalismo proteccionista; el rol central que tendrán los militares en la futura administración del Estado, la retórica despectiva hacia los partidos, el Congreso y la Justicia desusa llegados, las promesas de“mano dura” y“bala” contra la delincuencia y las posturas abiertamente racistas, xenófobas, homofóbicas y misóginas sostenidas por el candidato derechista durante la campaña generan preocupación por el futuro de la democracia en ese país. Para otros, el ejercicio concreto del poder, la necesidad de lograr acuerdo sen un Congreso atomizado para hacer avanzar reformas urgentes y la fortaleza de instituciones como la Justicia, las propias FF. AA. y la prensa moderarán al Bolsonaro candidato.
Muchos han realizado un paralelismo con el fenómeno de los populismos europeos y especialmente el caso de Donald Trump en Estados Unidos: un político polémico y carismático que se muestra como “outsider” de la política tradicional, prometiendo soluciones simples y radicales a los problemas que más preocupan a la población como la corrupción, la inseguridad y la crisis económica. Incluso su lema “Brasil ante todo” recuerda al “América first” y “Make América great again” del presidente norteamericano, a quien Bolsonaro admira.
Al respecto, “Debates” consultó a tres analistas argentinos que han seguido de cerca el proceso brasileño, quienes adelantan el posible impacto que podría tener en nuestro país y la región el giro político que se avizora en el principal socio del Mercosur.
La campaña
Para Mariano Beldik, licenciado en Ciencia Política especializado en Relaciones Internacionales y subeditor de Política en Perfil, el proceso electoral ha sido atípica desde el comienzo, con el candidato más popular del PT , Inacio Lula da Silva, preso y su principal contrincante, Jair Bolsonaro, convaleciente de las heridas recibidas en un atentado, cuando fue atacado con un cuchillo por un militante izquierdista.
“En gran medida fue responsabilidad del PT el insistir con Lula, sabiendo que legalmente no podía ser candidato y luego presentar a Haddad como un sustituto: el lema fue ‘Haddad es Lula’, lo que permitió ataques como que era un títere del expresidente, que habría un indulto si ganaba, etc. Por el otro lado, a Bolsonaro lo benefició el estar internado. No participó de ningún debate y eso le evitó el tener que confrontar ideas o debatir con candidatos de su mismo espacio pero más racionales, que podrían haberlo puesto en aprietos, ni tener que explicar las ideas más polémicas que lo caracterizan”. Agregó que en esta campaña para la segunda vuelta no visualiza grandes cambios, más allá de una promesa de Bolsonaro de mantener el plan “Bolsa Familia” o gestos de moderación de Haddad. “Todo indica que no habrá un cara a cara y eso favorece a Bolsonaro”, dijo. El exembajador en Brasil (20032011) Juan Pablo Lohle, coincide en que ésta fue una campaña poco habitual para Brasil. “Se generó un clima bastante denso, muy polarizado entre militantes de un lado y otro. Bolsonaro fue apuñalado y también hubo agresiones a partidarios de Haddad y de minorías sexuales, algo que no solía ocurrir en las campañas en este país. Las reglas del juego democrático de repente parecieron volverse relativas”, señaló el actual director de Director del Centro de Estudios Políticos Estratégicos Internacionales (CEPEI ). Lohle señala que “si bien nunca se puede decir que unas elecciones se definen hasta que se cuentan los votos en la urnas” los más de 15 puntos de ventaja que según las encuestas lleva el exmilitar hacen casi imposible una remontada del petista. “Para colmo, las políticas de alianza que vertebró Haddad para esta segunda vuelta fueron muy poco consistentes: su mejor apoyo, Ciro Gomes, que salió ter- cero en la primera ronda, se fue a Europa y dejó a su hermano, que en el primer discurso importante hizo una virulenta crítica al gobierno del PT ”, explicó. Añade que el perfil polémico de Bolsonaro incluso puede jugarle a favor. “Bolsonaro navega en la ola antipetista y antipolítica que hoy es mayoría en Brasil. Sabe que el exterior no vota y entonces incluso juega con eso. Con sus posturas cortantes, inflexibles conforma a sus seguidores y le deja a Haddad el lugar de lo que ha sido políticamente correcto hasta ahora en Brasil, a quienes les fue muy mal en estas elecciones”, explica. A diferencia de otros analistas, cree que el apoyo a Bolsonaro es transversal y no se explica sólo por el apoyo de los sectores medios y altos. “La política tradicional nunca tuvo respuestas frente a fenómenos, como la inseguridad, que en Brasil es un gran problema para todos: para los sectores altos por los secuestros, para los medios por la libre circulación en las calles y para los sectores populares por los enfrentamientos entre narcos que dejan muertos todos los días en barrios y favelas. Le cedieron ese frente a Bolsonaro, que sobre eso ha dicho de todo. Pero con el solo hecho de pronunciarse la gente adhiere”, dice. Por su parte, Jorge Castro, analista internacional y presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico (IPE), sostuvo que el fenómeno derechista “es una particularidad surgida de los últimos diez años de historia política de Brasil. Por un lado, los tres años de recesión continuada durante el gobierno de Dilma Rousseff , los peores para la economía brasileña desde la crisis de 1930, con una caída del 9% del PBI. Por otro, el Lava Jato, el fenómeno de corrupción más profundo y sistémico de la historia reciente brasileña, atribuido por la mayoría de la opinión pública y los jueces al PT, incluyendo al expresidente Lula”, señaló. Cree que por la diferencia 58% a 42% a favor de Bolsonaro “su triunfo es un hecho”.
Bolsonaro en el poder
La forma en que ejercerá una eventual presidencia el líder derechista es la que más dudas genera.
Para Beldik, la llegada de alguien con los antecedentes de Bolsonaro al poder “recuerda la forma en que Trump llegó a la presidencia de EE. UU., considerado un peligro para el sistema. La pregunta es cómo llegan al poder por el voto
Según un estudio de la Universidad de Minas Gerais, el 16% de brasileños confía poco en la democracia, el 18% confía “más o menos” y el 54% no tiene más confianza en el sistema. El 46,3% justificaría un golpe si “hay mucha corrupción”.
popular y sin esconder sus ideas extremas, llegan al poder a pesar de lo que hacen y dicen. Creo que será un retroceso para Brasil en varios frentes: nunca es gratis abrirle a la ultraderecha la puerta del poder y sienta un peligroso precedente para la región, porque corre por derecha a los partidos de ese espacio que son más institucionales”, dice. “Un gobierno de Bolsonaro es incógnita porque su partido nunca estuvo en el poder: por ejemplo el rol que tendrán los militares, que seguramente impulsarán su agenda en Defensa y Seguridad. Va a ser sin dudas un gobierno de fuerte tendencia conservadora en lo social: en políticas hacia el colectivo Lgtbi, respecto del racismo (Bolsonaro se opone a los cupos a minorías negras en las educación). Una pata importante de su apoyo son los evangélicos, muy conservadores en estos temas”, agrega.
En tanto, Lohle manifiesta las mismas dudas, pero considera que el sistema institucional brasileño, especialmente la Justicia, es fuerte y logrará moderar el ímpetu de la ultraderecha. “Bolsonaro va a tener que gobernar con el Parlamento, donde deberá negociar porque no tiene otra alternativa. Ahí puso a un diputado del DEM (Demócrata, derecha) Onyx Lorenzoni, que es gaucho, del sur, y tiene mucha experiencia en los acuerdos parlamentarios. Si nosotros analizamos la política brasileña en clave argentina cometemos un error: en nuestro país la política es a menudo confrontación. En Brasil hay un ejercicio de la conciliación política por su propia naturaleza. Ya el discurso de segunda vuelta de Bolsonaro fue más moderado: sus votos no son propios, así como los ganó puede perderlos si hace una mala gestión. Además el Poder Judicial tiene bastante independencia y la ejerce, las fuerzas económicas también tienen fuerza y la ejercen. Hay un equilibrio de poderes que impide un autoritarismo electoral al estilo Fujimori” en Brasil, opina.
Por su parte, Castro cree que el Ejército tendrá “una importante presencia institucional y política” en un gobierno de Bolsonaro, pero no estima que eso redunde en una militarización de la seguridad o autoritarismo. “La institucionalidad brasileña es fuerte, no sólo en el Congreso sino en la Justicia. La intervención militar en seguridad en Río, por ejemplo, no tuvo como fin enfrentar a las bandas del narcotráfico sino establecer condiciones mínimas de seguridad para dar tiempo al Estado para reformar sus policías militares, débiles y penetradas por la corrupción del crimen organizado”, señaló. “Hay que ver las reformas que impulsarán los militares, con su visión estratégica y de largo plazo. La tarea fundamental será solucionar el problema fiscal brasileño, para lo cual es imprescindible reformar el sistema previsional. Si el gobierno, que llega con fuerte legitimidad de las urnas, logra resolverlo, no hay inconveniente para que Brasil crezca a un 3% anual o más”.