La batería de sanciones que Occidente ha impuesto a Rusia tras la invasión de Ucrania ha torpedeado la economía del gigante eurasiático en la línea de flotación. Sin acceso a SWIFT, la plataforma de pagos bancarios internacionales, con vetos a las operaciones de su banco central y de otras entidades, y bajo el peso de un embargo al suministro de semiconductores y tecnología para sectores clave, los expertos calculan que solo es cuestión de tiempo que Rusia empiece a hundirse. Ante este panorama, su socio estratégico, China, puede lanzarle un salvavidas. Pero la ayuda que es capaz de prestarle, según diferentes analistas, es insuficiente para sacar al país de las aguas procelosas en las que acaba de entrar. “¿China quiere salir al rescate? Sí. ¿Puede? Hasta cierto punto”, resume Alicia García-herrero, economista jefe para Asia del banco de inversión Natixis, en conversación telefónica desde Taipéi.
Hasta el momento, las sanciones de EE UU, la UE y otros países aliados se han centrado en el sector financiero. Las medidas contra el Banco Central de la Federación Rusa congelan las reservas que tiene depositadas en otros países, por un valor total de unos 630.000 millones de dólares (unos 568.000 millones de euros). Otros bancos comerciales también han visto congelados sus activos en el extranjero. La expulsión de la plataforma SWIFT también dificulta y encarece las operaciones de las entidades bancarias rusas en el exterior. Los castigos no han tocado aún las joyas de la corona de las exportaciones rusas, el gas y el petróleo —que aportan unos 700 millones de dólares diarios en ingresos a las arcas de Moscú—, aunque eso podría cambiar si se prolonga el conflicto.
Desde 2014, con las sanciones que pusieron contra las cuerdas a Moscú tras su anexión de la península de Crimea, Rusia ha dado pasos para impermeabilizarse ante posibles castigos occidentales. Recortó su deuda externa, aumentó sus reservas de oro y divisas y ha ido reduciendo su dependencia de los mercados europeos, que han pasado de acaparar en torno al 50% del comercio ruso a un 32% actual, en torno a unos 250.000 millones de dólares.
Y la declaración conjunta firmada el 4 de febrero en la reunión del presidente ruso, Vladímir Putin, con su homólogo chino, Xi Jinping, en Pekín, liga hasta niveles nunca vistos hasta ahora a Rusia y China, la segunda economía del mundo. La colaboración entre ambos “no tiene límites”, declaraban los dos líderes.
Esa colaboración puede extenderse a la asistencia de China para ayudar a su socio estratégico a amortiguar el efecto de las sanciones, que ya empiezan a morder; el rublo llegaba a caer hasta un 30% el lunes. Ya ha dado algunos pasos: el 4 de febrero firmó acuerdos para aumentar el suministro de gas y petróleo rusos para los próximos 25-30 años por valor de 117.500 millones de dólares (unos 105.900 millones de euros). También ha eliminado restricciones para la importación de trigo ruso.
“No hay ninguna duda de que China quiere” auxiliar a su socio, opina García-herrero. “Si Rusia sale victoriosa, Putin le deberá una. Es una forma de defender sus intereses en una parte del mundo muy amplia: Mongolia, Kazajistán… Y si Moscú pierde, tiene que proteger sus intereses en la propia Rusia”. En ese caso, podría, entre otras cosas, aprovechar para sustituir a las multinacionales extranjeras en las grandes petroleras rusas, o aumentar su colaboración en el Ártico.
Hasta el momento China ha optado por la apariencia de neutralidad. Apoya a su aliado, pero sobre todo por omisión: no ha condenado la invasión ni se ha sumado a las sanciones, que considera “ilegales”. Aunque, por ahora, EE UU no ha encontrado indicios de que China intente violar esas sanciones. “La ayuda material que proporcionará China será limitada, porque tiene que ser limitada. China solo puede llegar hasta cierto punto”, opinaba ayer Mikko Huotari, director del centro de estudios alemán Merics, especializado en China. “Pero esa asistencia será un salvavidas para Moscú”.
Entre otras cosas, Pekín puede intensificar su comercio con su vecino del norte, una tendencia que ya se venía acelerando desde 2014. Si entonces el intercambio comercial entre ambos representaba el 10% del total ruso, hoy acumula el 18% y suma casi 150.000 millones de dólares. El gas, el petróleo y los productos agrícolas representan las principales compras chinas: desde 2014 el consumo chino de gas ruso se ha multiplicado por tres, gracias a la inauguración en 2019 del gasoducto Power of Siberia 1. Por su parte, Rusia adquiere de su socio productos manufacturados, químicos y equipos de telecomunicaciones, entre otros.
Pero, dada la aún enorme diferencia en volumen con la balanza comercial, China “no puede sustituir a Europa. Especialmente en el sector del gas”, apunta Garcíaherrero. Según recuerda, no hay conexiones entre los gasoductos rusos que envían el combustible a Europa y el Power of Siberia 1, lo que hace “imposible que China absorba el excedente de gas que tendría Rusia en caso de que Occidente decidiera imponer sanciones sobre ese producto, o que Rusia decidiera no vendérselo a Europa”. Moscú y Pekín negocian un segundo gasoducto, Power of Siberia 2, aunque su construcción y entrada en servicio podría tardar años una vez cerrado el acuerdo. Huotari subraya: Rusia “claramente va a ir dependiendo más de China en el futuro”.