POR primera vez en varios siglos, China tiene la capacidad de intervenir decisivamente para contener, o al menos limitar, el alcance de un conflicto mundial. Su condición de gran potencia económica global le confiere también responsabilidades directas en el mantenimiento de la estabilidad y el orden. Sin embargo, hasta ahora el resto del mundo sigue esperando en vano ese pronunciamiento claro y rotundo de Pekín en contra de una guerra indudablemente injusta como está siendo la agresión de Rusia contra Ucrania.
Se ha sabido que el presidente chino, Xi Xinping, estaba informado con antelación de las intenciones agresivas de Vladímir Putin, y que su única inquietud ante esa tragedia que se avecinaba fue que la invasión de Ucrania no llegase a deslucir los Juegos Olímpicos de Invierno que se desarrollaban en Pekín. Su comportamiento posterior en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde se limitó a abstenerse en las resoluciones de condena, subraya esa falsa ambigüedad que en realidad solo demuestra que su principal interés es dejar que el conflicto bélico siga su curso porque la situación, tal y como se ha planteado, hace que se debiliten los países occidentales, es decir, el mundo libre, con el peso de las sanciones que se han impuesto a Rusia para intentar detener esta agresión injustificada contra un país soberano.
Es cierto que China viene de una robusta tradición milenaria de aislamiento. Su principal monumento no representa ninguna gesta expansionista, sino que es una muralla con la que los antiguos chinos pretendían precisamente aislarse del resto del mundo en vez de mezclarse en sus problemas. Sin embargo, la China de hoy es un país inmenso con un potencial industrial formidable y con ambiciones territoriales concretas en el Pacífico. Su papel en este conflicto puede ser esencial en muchos aspectos, sobre todo contribuyendo a aislar a Rusia en esta aventura injustificable, en vez de dejar que Putin se salga con la suya, que es algo que haría que el mundo fuera mucho más inestable e imprevisible. Y eso es algo que no le conviene a la economía china. De hecho, sus relaciones económicas con Europa y Estados Unidos son mucho más importantes que cualquier expectativa de beneficios directos que pueda obtener en Rusia, de lo que se deduce que su principal interés podría ser otro y que tiene que ver con aprovechar el río revuelto en el que se agitan los demás.
Las informaciones que indican que Vladímir Putin habría pedido ayuda militar a China pueden ser más o menos precisas, aunque en realidad no es ahí donde está el verdadero apoyo que el autócrata ruso necesita. En materia de arsenales de todo tipo Rusia dispone de un extenso catálogo, sobre todo si se comparan con las penurias de un país pobre como Ucrania al que las bombas ya privaron del grueso de sus infraestructuras militares desde las primeras horas de la invasión.
Lo que Rusia le pide, y China le está proporcionando por ahora, son escapatorias para eludir las sanciones económicas que le han impuesto la Unión Europea y Estados Unidos, porque eso debilita a las democracias occidentales con las que compite en influencia ante el resto del mundo, y de paso convierte a Rusia en su suministrador cautivo de materias primas y de energía para su maquinaria industrial. Que por ahora China no se haya puesto claramente al lado de la legalidad internacional no es ninguna buena noticia para el resto del mundo, y mucho menos para los países democráticos.