Nueva York— Esta semana, dentro de un tribunal migratorio del sur de Texas, un juez le pidió a uno de nosotros que se quedara de pie en el extremo más lejano de la sala y no presentara ningún documento en nombre de un cliente, tal vez como una precaución sanitaria. Dentro de un tribunal federal cercano, decenas de migrantes eran procesados por violar la ley federal de inmigración. El coronavirus ha puesto en pausa la mayor parte de nuestras vidas. Sin embargo, para los migrantes, la vida en una pandemia se parece mucho a como era antes: sufrir porque el presidente Trump tiene un apetito insaciable por encarcelar migrantes.
Ha llegado el momento
A lo largo y ancho del país, todos los días el gobierno federal encierra a decenas de miles de personas sospechosas de haber violado la ley de inmigración. La Patrulla Fronteriza embute a la gente en celdas que parecen jaulas grandes para perro. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) dirige una red de cientos de cárceles, desde una cárcel de condado al norte de Boston hasta una instalación con 1100 camas ubicada dentro de un refugio para la vida silvestre al sur de Texas. Aunque es bueno que el ICE deje de hacer cumplir algunas leyes migratorias, debería liberar a los detenidos que tiene bajo custodia. Otra agencia gubernamental, el Servicio de Alguaciles Federales, tiene detenidos a miles más que están siendo procesados por violar la ley penal migratoria.
No importa cuál sea la agencia que esté a cargo, conforme la ley estadounidense solo hay dos razones reconocidas para confinar a estas personas: el riesgo de fuga o la peligrosidad. Sin embargo, en este momento, los riesgos para la vida y la salud pública que acompañan el encarcelamiento de migrantes supera por mucho cualquiera de esas razones.
Décadas de investigación nos enseñan que el crimen disminuye cuando aumenta la población migrante. Además, proyectos piloto de hace décadas demuestran que, con el apoyo adecuado, casi siempre los migrantes hacen lo que se les pide. Dentro de las cárceles para migrantes, hay niños demasiado pequeños como para amarrarse los cordones de los zapatos. Familias de solicitantes de asilo se aferran a la esperanza de poder encontrar refugio en Estados Unidos. Aquí hay residentes permanentes de hace años con familias, carreras y hogares. Son pocos los que tienen un historial de violencia. La mayoría tiene incentivos poderosos para construir vidas tan normales como las del resto de nosotros.
Sin embargo, supongamos que la gente liberada de las cárceles para migrantes no hiciera lo que se les dice. El riesgo muy real de enfermedad o muerte que enfrentan las personas encerradas por la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Alguaciles Federales es enorme en comparación con cualquier desventaja que pueda implicar tener gente viviendo, trabajando y estudiando en Estados Unidos sin permiso del gobierno para hacerlo.
Incluso en circunstancias normales, las prisiones para migrantes ofrecen un cuidado deficiente. El año pasado, un adolescente murió de influenza dentro de una estación de la Patrulla Fronteriza al sur de Texas. Los funcionarios del gobierno señalaron que un agente lo había descubierto durante una revisión de salud, pero el video de vigilancia muestra que el cuerpo sin vida del muchacho fue encontrado cuando otro chico confinado a su lado se despertó para usar el baño.
En el otoño de 2018, el ICE no controló bien un brote de paperas en su red de cárceles. Un año más tarde, hubo más de 900 casos de paperas entre los detenidos y el personal del ICE.
Es evidente que ninguno de nosotros está viviendo en circunstancias normales. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades nos dicen que evitemos salir a la calle. Nos ordenan no reunirnos en grupos de más de diez personas. Las escuelas están cerradas, los restaurantes están a oscuras y algunas de las prisiones en las grandes ciudades están reduciendo sus conteos de presos.
Es probable que la rápida transmisión y la trayectoria mortal del coronavirus empeoren dentro de las cárceles para migrantes. Tomar medidas preventivas básicas es casi imposible. No hay distanciamiento social porque los detenidos viven en lugares nada espaciosos. El ICE ni siquiera exige que la persona que supervisa la atención médica sea un doctor.
Además, dudamos de qué tanta capacitación están recibiendo los miembros del personal en este momento. Esta semana, durante una visita a un cliente, le preguntamos a un guardia conocido si se había esterilizado uno de los teléfonos que suelen usar los visitantes. Dijo que sí. Luego sacó una toalla de baño común y corriente. No había alcohol ni desinfectante a la vista.
El martes, el gobierno anunció que iba a cerrar la frontera para las personas que huyen por su vida. No hay ninguna evidencia de que alguna de las personas que han solicitado asilo haya sido portadora confirmada del coronavirus. Hasta la mañana del miércoles, había casi 3 mil 400 más casos confirmados en Estados Unidos que en México y Centroamérica juntos.
En vez de recurrir a reacciones instintivas, infundadas y xenofóbicas, el gobierno debería comenzar de inmediato a liberar migrantes. El ICE puede usar sus propios criterios para liberar gente que no esté sujeta a una custodia obligatoria. Para el resto, el Departamento de Justicia podría suspender la política de 2009 que exige la detención de las personas que están en custodia.
Hay que empezar por liberar a la gente que solicita asilo y a las familias. Luego a las personas con green cards. Después de ellas, a los migrantes que tienen familias o amigos en Estados Unidos con quienes se pueden quedar. Y luego al resto. Además, hay que hacerlo rápido, antes de que mueran personas.
Este no es el momento para que haya nuevas variaciones de temores pasados. Es el momento de tomar la medida extraordinaria y que salvará vidas de cerrar las cárceles para migrantes.