EL FRACASO de un levantamiento contra el régimen autoritario de Venezuela la semana pasada ha dejado a los líderes de la oposición y sus partidarios extranjeros debatiendo sobre lo que salió mal.
¿Engañaron deliberadamente a los líderes de la oposición los generales y otros altos funcionarios del régimen que supuestamente aceptaron ayudar a destituir al presidente Nicolás Maduro? ¿Rusia convenció al señor Maduro para que se mantuviera firme? ¿O el lanzamiento prematuro del levantamiento y la aparición inesperada del líder opositor encarcelado Leopoldo López en una base militar hicieron que los conspiradores del régimen se echaran para atrás?
Cualquiera que sea la verdad, el fracaso de la rebelión es una tragedia para la población venezolana. El movimiento de oposición, que intenta restaurar la democracia, ha sido desmoralizado.
Hasta ahora, el señor Maduro no se ha atrevido a actuar contra el líder Juan Guaidó, quien ha sido reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50 países.
El régimen es incapaz de restablecer el control sobre el país o de encarar la crisis humanitaria, que ha dejado a los venezolanos sin alimentos, medicinas, energía y agua, y ha provocado que más de 3 millones de personas hayan huido del territorio.
Con el embargo de Estados Unidos al comercio de petróleo, el sufrimiento parece que se intensificará en los próximos meses.
Eso hace que la necesidad de una solución sea aún más urgente. Algunos en la Casa Blanca están presionando al Pentágono para que lleve a cabo opciones militares, pero hasta ahora se ha mostrado reticente.
El señor Guaidó también parece escéptico; le dijo a Anthony Faiola del diario The Washington Post que si Estados Unidos le ofrece una acción militar, “lo evaluaremos”, y señala que cualquier intervención debe venir con el apoyo de soldados disidentes venezolanos.
Venezuela no es Granada, ni siquiera Panamá. Es un país de 30 millones de habitantes, con un ejército bien armado y una población civil fuertemente armada.
La intervención sería costosa. La mejor ruta a seguir es la que el señor Guaidó y el señor López tenían en mente antes de la semana pasada: un acuerdo negociado que reemplazaría al régimen por un gobierno de transición que prepararía unas elecciones libres y con los militares actuando como garantes.
Lo que se necesita es una diplomacia hábil que reúna a la mayor cantidad posible de jugadores internacionales para que ayuden a los opositores del régimen a llevar a cabo la transición.