TOM MCTAGUE ficial, decadente y perezoso, sin la capacidad para actuar con el tipo de fuerza y propósito que se requiere para derrotar al oponente.
Las sanciones son un arma desplegada ante un oponente al que no puede imponer su voluntad con diplomacia, o contra el que no quiere o no puede utilizar la fuerza. Son un arma que a menudo perjudica a los civiles y no a los líderes de los regímenes a los que se pretende castigar, y una vez están en vigor, es difícil eliminarlas. Los países también encuentran la manera de vivir con ellas, y pueden utilizarlas como un recurso para reforzar el poder de un gobernante. Parte del problema es que en países como Irán, que está sujeto a una serie de sanciones por su programa nuclear, casi no tienen efecto alguno en el día a día de las personas de países como EE.UU. o el Reino Unido, y esos ciudadanos pueden olvidarse de que existen. Pero Rusia no es Irán. Utilizar sanciones como un arma económica contra Putin tiene costes reales para Occidente y plantea la pregunta de si los Gobiernos tienen la voluntad para imponerlas o la capacidad para soportar el daño que podría seguirles a largo plazo. La decisión de Alemania de suspender el gasoducto Nord Stream 2 con Rusia, por ejemplo, supondrá de forma directa precios de energía más altos para sus ciudadanos, y la incertidumbre significará que los europeos en particular pagarán más por sus facturas de calefacción en un momento en el que el precio del gas ya es muy alto.
En una guerra de sanciones, hay una debilidad para Occidente. Un funcionario europeo que estuvo involucrado en la elaboración de las sanciones previas contra Rusia resumió la dificultad que encarará Occidente. Primero, dijo, países como el Reino Unido están «limitados» en lo que pueden hacer. Londres podría intentar arrebatar los activos que los oligarcas rusos tienen en el Reino Unido, pero Rusia puede utilizar la fuerza del sistema judicial de Londres para complicar el proceso.
Más importante es la cuestión de la voluntad política. En Occidente, la gente debate no solo el alcance que podrían tener las sanciones en Rusia, sino también cómo asegurar que no los exponen a ellos.
El problema es que aunque Occidente sea más rico que Rusia, sigue siendo vulnerable. Parte de Europa es dependiente del gas y petróleo rusos. El expresidente de Rusia Dmitry Medvedev advirtió, por ejemplo, que la decisión de Berlín de suspender el gasoducto Nord Stream 2 que conecta Rusia con Alemania duplicará los precios del gas en Europa. Más allá del petróleo y el gas, según los analistas Rusia podría limitar la exportación de materias primas como el cereal, fertilizantes, titanio, paladio, aluminio y níquel. También podría cancelar los derechos de vuelo de las aerolíneas occidentales que viajan a Asia. Cada paso que dé Rusia probablemente encontrará una respuesta de Occidente.
Las sanciones también podrían causar daño en Occidente, generando picos en la inflación y presión en las cadenas de suministro que ya han estado bajo tensión durante la pandemia. ¿Cómo reaccionarán los ciudadanos de las sociedades libres y democráticas? Al contrario que la Rusia de Putin, donde la oposición es envenenada y enviada a prisión y la democracia es una farsa, los países occidentales celebran elecciones reales donde los votantes tienden a castigar a los gobiernos responsables de un descenso en su nivel de vida.
Por primera vez en décadas, los ciudadanos de Occidente hacen frente a una amenaza al orden geopolítico que puede requerir de un sacrificio material por su parte. ¿Tiene la gente la voluntad, la unidad o cree en este orden para hacer ese sacrificio? ¿O somos las caricaturas superficiales y egoístas que Putin imagina, que no están dispuestas a soportar un pequeño descenso en la riqueza del país o nivel de vida para presionar a Rusia y así evitar una agresión mayor? En realidad, no tenemos la respuesta a todas esas preguntas.