Los matarifes andaluces, cuenta Pemán, llaman graciosamente las «cuaresmillas» a las depresiones del consumo de carne –el supremo lujo en la mesa– antes de Navidad y antes del Corpus, dos depresiones ascéticas y unánimes de abstinencia y vigilia obligadas por el ahorrar.
–Compró una zambomba en Navidad, comió pestiños en la Pascua, estrenó zapatos en Corpus, oyó misa de difuntos y cargó con el Nazareno el Jueves Santo –se leerá en la ficha celestial de «estos angélicos hijos del sol y del gazpacho».
La Onu decreta ahora la Tercera Cuaresmilla Mundial en sacrificio al Huitzilopochtli («Huichilobos» al oído español) del Calentamiento Global, religión laica abrazada por su secretario general, el socialista catolicón António Guterres, que hace suyo a san Pablo y entiende por «Carne» todo el compuesto humano (cuerpo y alma) en pecado, razón por la cual, y para «buendiosear» el calentamiento global, está recortando sus visitas a los asadores.
–Amaba los asadores, pero ahora sólo voy una vez cada tres meses, pues el ganado contribuye al calentamiento global –declara, sin reírse, Guterres, todavía con más carne que voz, al revés que los ruiseñores de Lope.
Por ese pecado trimestral de Guterres vemos que siente paulinamente dentro de sí dos leyes contradictorias, una en el alma, con la que ama la ley de Greta Thunberg, la sor Lucía de los Progres, y otra en su cuerpo, que le incita a pecar.
–El espíritu en verdad está presto, mas la carne está enferma –dice el Señor a los tres discípulos que lo acompañan en el huerto.
Guterres, pues, sufre como católico, pero sueña como socialista con el socialismo prometido por Fourier bajo el cual todos los animales serán «colegas» del «hombre nuevo» (no sé yo si sería Guterres), una idea resumida por Trump en su réplica a Ocasio-Cortez, que le acusaba de odiar el socialismo:
–En América somos más de pasear a los perros que de comérnoslos.
Y se nos van los ojos a las tres comidas diarias de Errejón en Venezuela.