espaldas el uno del otro, como si de un duelo decimonónico se tratase, la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela –controlada por la oposición– y la Asamblea Constituyente chavista coexisten en un país en el que, más que legislar, parecen retarse cada día; donde el debate es apenas un recuerdo lejano.
La AN es, cada vez que hay sesiones, escenario de un inusitado ir y venir de líderes políticos, periodistas buscan en una actividad frenética a Juan Guaidó, el hombre que ha lanzado contra el mandatario Nicolás Maduro el mayor embate desde que este llegó a la Presidencia en 2013.
Ese trasiego recorre el interior del Capitolio Nacional, en pleno corazón de Caracas: un edificio que alberga el hemiciclo histórico, separado apenas por unos pasos del espacio que ocupa la Constituyente los esporádicos días en que se reúne.
Pese a la cercanía física, no podrían estar más distantes. En el Parlamento, consideran “espuria” la Constituyente, en la segunda consideran “en desacato” la primera.
Las diferencias continúan en la presidencia: Guaidó, reconocido como presidente interino de Venezuela por gran parte de la Unión Europea (UE), Estados Unidos y Canadá, entre otros, en la AN.
En la Constituyente el número dos y “mazo” del chavismo, Diosdado Cabello, como dos púgiles que boxean con sus sombras, lejos de los adversarios.
FORMALIDADES Guaidó intenta mantener, no siempre con éxito, las formas propias de un Parlamento, llamando al estrado a los diputados, haciendo recuento de votos y haciendo sonar la campana de rigor cuando hay una votación.
A Cabello parecen importarle menos las formas y en ocasiones interviene en el debate como si fuera una prolongación de su programa televisivo semanal Con el mazo dando.
Tampoco falla la escenografía. En el Parlamento, la bandera venezolana está decorada con el retrato tradicional de Simón Bolívar.
En la Constituyente, no falta la imagen de Hugo Chávez ni tampoco la reconstrucción encargada bajo su mandato del rostro de Bolívar, con quien se asocia al líder histórico del oficialismo. También se extiende a las intervenciones de los representantes en cada cámara.
En el Parlamento, la mayoría de los diputados acuden de traje y buscan mantener un debate convencional acerca de temas de actualidad en Venezuela o impulsar la agenda de Guaidó, con la que quieren cesar la usurpación que consideran que hace el gobernante Nicolás Maduro, constituir un gobierno de transición y convocar elecciones.
En la todopoderosa Constituyente, parece que el último de sus intereses es el de elaborar una nueva carta magna. Allí, en lo que parece más una asamblea del Partido Comunista de la Unión Soviética que un parlamento, recorren el estrado devenido en escenario camisas y boinas rojas, se extienden los discursos sin límite y es frecuente que el locutor se dirija a la audiencia como “camaradas” o “compañeros”.
Lo que comparten ambos es la escasez o el nulo debate. En la Constituyente hay aplausos y jaleos como respuesta a las intervenciones, por floridas que estas sean. En el Parlamento, especialmente desde que Guaidó anunció que asumía la Presidencia interina, también es escasa la discusión.
MAYOR ECO INTERNACIONAL Lo más paradójico es que las decisiones que se votan en la Asamblea tienen más eco internacional que nacional, pues tras ser declarada en desacato sus decisiones no son tomadas en cuenta por el Ejecutivo y otras instituciones del poder en Venezuela.
La Constituyente, por su parte, parece tomar decisiones de todo orden. La última polémica, hasta el momento, llegó poco después de que Maduro anunciase que era necesario adelantar las elecciones legislativas y no ejecutivas, tal y como pide la oposición y buena parte de la comunidad internacional.
Entonces, Cabello anunció que una comisión especial de la asamblea que preside estudiaría la posibilidad.
Lo que sí está claro es quién tiene más difícil hacer su trabajo.
Cada vez que hay sesión del Parlamento merodean el edificio del Capitolio y hacen su estruendosa aparición entre claxon y ruedas quemadas los “colectivos”, nombre con el que se conoce a las organizaciones civiles frecuentemente armadas que defienden al chavismo, grupos paramilitares a la vieja usanza romana.
El peor episodio se vivió el 5 de julio de 2017, cuando los “colectivos” entraron al recinto ante la desidia de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB, policía militarizada), agredieron a periodistas y diputados y secuestraron el recinto durante horas.
La actitud de la GNB no ha cambiado mucho y llegar al ingreso, donde equipos periodísticos y diputados son identificados y están sometidos a largas esperas, implica exponerse a los insultos de un pequeño grupo que bajo una carpa roja muestra su apoyo a Maduro.
Es como si cuando los dos duelistas dejan de darse la espalda y se miran a los ojos no fueran ellos los que profiriesen las palabras. O una parte no tuviera voluntad de hacerlo. ●