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EE.UU. y la OTAN, ante “la guerra de Putin”

  • LA NACION
  • 23 Feb 2022
  • Thomas L. Friedman

El gran misterio era por qué EE.UU. –que durante toda la Guerra Fría soñaba con una Rusia democrática y con un líder que, aunque con altibajos, llevara a Rusia a integrarse con Occidente– quería llevar tan rápido a la OTAN hasta las puertas de Rusia y refregárselo en sus narices

Cuando se desata un conflicto grave como el de Ucrania, los periodistas siempre nos preguntamos: “¿Dónde me estaciono para observar?”. ¿Hoy por hoy sería en Kiev? ¿En Moscú? ¿En Múnich, en Washington? En este caso, mi opinión es que en ninguno de esos lugares. El único lugar desde el que se podría entender esta guerra es dentro de la cabeza de Vladimir Putin. El actual presidente es el líder ruso más poderoso y con menos frenos desde el camarada Stalin, y el momento en que decide lanzar esta guerra responde a sus ambiciones, su estrategia y sus rencores.

Dicho lo cual, sin embargo, Estados Unidos no es enteramente inocente de haber echado leña a esa hoguera.

¿Por qué? Putin considera que la aspiración de Ucrania de abandonar la esfera de influencia rusa implica tanto una pérdida estratégica como unahumillaciónnacionalypersonal. En su discurso de anteayer, Putin dijo literalmente que Ucrania no tiene derecho a reclamar independencia, porque es parte integral de Rusia y su pueblo “está conectado con nosotros por vínculos de familia y de sangre”. Es por eso que la embestida de Putin contra el gobierno libremente elegido de Ucrania se parece tanto al equivalente político de un “crimen por honor”.

Putin básicamente les está diciendo a los ucranianos –donde son más los que quieren unirse a la Unión Europea (UE) que a la OTAN–: “Se enamoraron de la persona equivocada. No te vas a escapar ni con la OTAN ni con la UE. Y si tengo que matar de un garrotazo a tu gobierno y arrastrarte de los pelos de vuelta a casa, lo voy a hacer”.

Primitivo, visceral. Pero la historia tiene un lado B que es relevante. Porque el apego de Putin con Ucrania no es solo mística nacionalista.

En mi opinión, ese fuego se alimenta de dos grandes troncos. El primero fue la irreflexiva decisión de Estados Unidos en la década de 1990 de expandir la OTAN después de –o más bien a pesar de– la caída de la Unión Soviética.

El segundo leño que alimenta esas llamas es aún más grande y responde a la cínica explotación que está haciendo Putin del acercamiento de la OTAN a las fronteras de Rusia para sumar apoyo interno en su país y desviar la atención de su rotundo fracaso de liderazgo. Putin ha fracasado estrepitosamente a la hora de hacer de Rusia un modelo económico que sea atractivo para sus vecinos, en vez de generarles rechazo, y de inspirar a los rusos más talentosos a querer quedarse en el país, y no a hacer fila frente a las embajadas de Occidente para obtener su visa.

Analicemos entonces esas dos fuentes del conflicto. La mayoría de los norteamericanos saben poco y nada de la expansión de la OTAN entre fines de la década de 1990 y principios de 2000 hacia países de Europa Central y Oriental como Polonia, Hungría, República Checa, Letonia, Lituania y Estonia, todos anteriormente parte de la Unión Soviética o de su esfera de influencia. No era ni es ningún misterio por qué esas naciones podían querer sumarse a una alianza que obligaba a Estados a salir en su defensa en caso de un ataque de Rusia, sucesora remanente de la Unión Soviética.

El gran misterio era por qué Estados Unidos –que durante toda la Guerra Fría soñaba con una Rusia democrática y con un líder que, aunque con altibajos, llevara a Rusia a integrarse con Occidente– quería llevar tan rápido a la OTAN hasta las puertas de Rusia y refregárselo en sus narices en su momento de mayor debilidad.

En aquel entonces, un pequeño grupo de funcionarios y analistas políticos nos opusimos, yo incluido, y planteamos esa misma pregunta, pero nos callaron.

La única voz importante del gobierno de Clinton que se hacía la misma pregunta era nada más ni nada menos que el secretario de Defensa Bill Perry. Al recordar aquel momento años después, en 2016, Perry dijo en una conferencia organizada por el diario The Guardian: “En los últimos pocos años, gran parte de la culpa puede adjudicarse a las acciones de Putin. Pero debo decir que Estados Unidos tiene gran parte de la culpa de los primeros años. La primera acción que nos apartó del camino correcto fue expandir la OTAN para incluir a los países de Europa del Este, varios fronterizas con Rusia. En aquel momento estábamos trabajando bien y muy estrechamente con Rusia y ellos empezaban a entender que la OTAN podía ser una amiga más que un adversario”, continuó Perry. “Pero no les gustó nada tener de pronto a la OTAN en el umbral y reclamaron enérgicamente que no siguiéramos adelante con eso”.

El 2 de mayo de 1998, inmediatamente después de que el Senado norteamericano ratificó la expansión de la OTAN, llamé personalmente a George Kennan, arquitecto de la exitosa estrategia norteamericana de contención de la Unión Soviética. Como había ingresado en el Departamento de Estado en 1926 y había sido embajador de Estados Unidos en Moscú en 1952, Kennan era indiscutidamente el mayor experto norteamericano en cuestiones rusas. Aunque ya tenía 94 años y se le quebraba la voz, Kennan conservaba la agudeza mental y lo demostró en su respuesta sobre la expansión de la OTAN. Esto me respondió textualmente Kennan en 1998:

“Pienso que es el inicio de una nueva Guerra Fría. Creo que los rusos reaccionarán de a poco pero con creciente hostilidad, y que esto afectará su política. Creo que la ampliación de la OTAN es un error trágico. No había la menor razón para hacerlo. Ya nadie era amenaza para nadie. Esta expansión haría que los padres fundadores de este país se revuelquen en sus tumbas”.

“Nos hemos comprometido a proteger a un montón de países sin tener ni los recursos ni la intención de hacerlo seriamente. La expansión de la OTAN la decidió muy alegremente el Senado, que no tiene el menor interés en la política exterior. Lo que más me molestó fue la superficialidad del debate y lo mal informados que estaban los senadores. Me indignó que se hablara de Rusia como un país que se moría de ganas de invadir Europa Occidental”.

“¿No entiende esta gente? Nuestras diferencias en la Guerra Fría eran con el régimen comunista soUnidos viético. Y ahora les estamos dando la espalda a las mismas personas que organizaron la mayor revolución sin sangre de la historia para derrocar precisamente al régimen soviético. Para colmo, en Rusia la democracia está tan avanzada, o incluso más, que en cualquiera de esos países que nos hemos comprometido a defender, justamente, de Rusia. No cabe duda de que Rusia va a reaccionar mal, y después los expansionistas saldrán a decir que los rusos son así, que ellos ya lo sabían, pero es todo una equivocación”.

Es exactamente lo que sucedió. Por supuesto que no había garantías de que Rusia evolucionaría hacia un sistema liberal, como lo hicieron Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, dada la escasa experiencia democrática de Rusia, la posibilidad era remota. Pero ya entonces algunos pensábamos que valía la pena intentarlo, porque incluso una Rusia “apenas democrática” –incluida, en vez de excluida, del nuevo orden de seguridad europeo– habría tenido mucho menos interés o incentivo para amenazar a sus vecinos.

Ante una humillación, los países y sus líderes suelen reaccionar de dos maneras posibles: la agresión o el ensimismamiento. Después de vivir lo que consideró su “siglo de humillación” por parte de Occidente, China reaccionó bajo el mando de Deng Xiaoping con esta respuesta: “Ya vas a ver. Te voy a ganar en tu propio juego”.

Cuando Putin se sintió humillado por Occidente tras el colapso de la Unión Soviética y la expansión de la OTAN, respondió: “Ya vas a ver. Voy a demoler Ucrania”.

Ya sé que todo es mucho más complicado que eso, pero mi punto es el siguiente: esta guerra es de Putin, y Putin es malo, tanto para Rusia como para los vecinos de Rusia. Pero Estados Unidos y la OTAN no son meros espectadores inocentes de su evolución como líder.ß

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