la ayuda humanitaria y un posible acuerdo entre Estados Unidos y China son las peores amenazas para el régimen de Nicolás Maduro. Por Claudio Fantini.
El mayor problema de Nicolás Maduro es que Estados Unidos lo quiere sacar del poder. Y su mayor ventaja es que Estados Unidos lo quiere sacar del poder. ¿Cómo se explica semejante paradoja? Visualizando los dos escenarios en los que se libra esta disputa. En el escenario interno, el poder del régimen está siendo desafiado por el contrapoder que logró crear Juan Guaidó. Ambos libran su pulseada con los codos apoyados en la estructura militar. Maduro tiene la ventaja porque el que encabeza es un régimen esencialmente militar y porque el alto mando es la parte más favorecida de la casta gobernante. Pero Guaidó ha movido sus fichas con astucia, creando la instancia que podría fracturar el monolítico frente militar: la ayuda humanitaria. Desde el “Día D” que implica el desembarco del primer convoy, éste sábado 23, la tensión podría provocar el quiebre del bloque castrense y la decantación de los militares en favor del contrapoder que lidera Guaidó. Sobre ese proceso gravitará también la disputa externa que convierte a Venezuela en el escenario de la “madre de todas las batallas”: Estados Unidos Vs. China en la disputa por el liderazgo hegemónico de la economía mundial. Este es el punto en el que el mayor problema de Maduro (tener a Washington en contra) se convierte también en su principal capital: las potencias que quieren destronar a Estados Unidos se han posicionado en Venezuela gracias al naufragio económico causado por el régimen. Esas potencias que desafían la hegemonía norteamericana necesitan que el régimen siga en pie. Para China, Rusia, Cuba, Irán y Turquía la ineptitud de Maduro y el carácter facineroso del régimen han resultado de gran utilidad, porque gracias a esos rasgos pudieron apoderarse de Venezuela. Desde
los tiempos de Mahmud Ahmadinejad, la teocracia persa ha ayudado a crear aparatos paramilitares de alta eficacia represiva, siguiendo el modelo de las milicias Basij. A cambio, Irán obtuvo de Chávez la puerta para ingresar a Latinoamérica, y de Maduro el acceso a la explotación ilegal del arco minero en la cuenca del Orinoco. Hace años que Cuba se lleva gratis el petróleo que necesita para que funcione la isla. Chávez la conectó al pulmotor de PDVSA a cambio del armado de los servicios de inteligencia (SEBIN) y del asesoramiento en lo militar y en lo político para que su
régimen pueda controlarlo todo y eternizarse. Rusia le vende armamentos y obtiene otro punto de apoyo (el primero es Cuba desde los tiempos soviéticos) en el vecindario de los norteamericanos. Y China, la pieza principal en el tablero donde se juega la suerte de Nicolás Maduro, se ha ido apropiando de los resortes claves de la producción petrolera, mediante millonarios préstamos que el régimen no puede devolver. Cada masivo desembolso chino, es un avance de la potencia asiática sobre la mayor reserva petrolera del mundo. Para sostener el descomunal crecimiento que le permite disputarle a Estados Unidos el liderazgo económico global, China necesita asegurarse lo que no tiene: petróleo en dimensiones oceánicas. Eso es, precisamente, lo que Washington quiere evitar. Ansioso por cerrarle a China todas las fuentes que alimentan su crecimiento, Donald Trump se lanzó a derribar al régimen calamitoso que está entregándole el país caribeño al gigante asiático. Esa es la prioridad del presidente norteamericano. Venezuela es un campo de batalla en la “guerra comercial” que libra contra China. Por eso un posible acuerdo entre Washington y Beijing en las negociaciones que desarrollan para poner fin al conflicto de intereses que los enfrenta, sería la peor noticia para Maduro. La izquierda latinoamericana no se equivoca del todo al sostener que “el imperialismo yanqui” va por el petróleo. Es cierto que a la Casa Blanca no le interesa la democracia ni los padecimientos de los venezolanos. Pero la cuestión no es que Estados Unidos quiera quedarse con el petróleo venezolano, sino que quiere impedir que China se siga apropiando de esa riqueza.
Laizquierda confunde una cosa con la otra. Y una vez más peca de hipocresía, al no decir absolutamente nada sobre la expoliación del petróleo y de minerales valiosos, como el oro, y estratégicos, como el coltán, que están haciendo Cuba, China, Rusia, Irán y Turquía. Son esos países los que se están llevando las riquezas naturales del pueblo venezolano. Estados Unidos quiere impedirlo, no porque le parezca injusto ese saqueo posibilitado por la “ineptocracia” del régimen chavista, sino para cortarles el negocio fácil a países enemigos de Washington, y porque es un punto de altísimo valor estratégico en el avance de los chinos hacia el liderazgo mundial. Si la Casa Blanca priorizara la redemocratización de Venezuela evitando un conflicto armado de imprevisibles consecuencias para toda la región, tiene el instrumento para lograrlo: negociar directamente con Beijing para que corte su apoyo al régimen chavista, a cambio de concesiones en su guerra comercial. A Xi Jinping no le interesa la suerte de Maduro, pero eso no quiere decir que abandonaría a su propia suerte al régimen esperpéntico que le está entregando los resortes claves de su producción petrolera a cambio de financiamiento. Si Trump le garantizara que China podrá retener lo que ya se ha apropiado en Venezuela, lo más probable es que Beijing le suelte la mano a Maduro. De ese modo, sería posible que, con el régimen sumido en el aislamiento y sin fuentes de financiación, el frente militar empezaría a decantarse a favor de Guaidó, provocando la caída de la dictadura. Ergo, el poder chavista podría derrumbarse sin que haga falta un conflicto armado. Pero no es esa prioridad de la Casa Blanca. La prioridad es lograr que China se vaya de Venezuela con las manos vacías. Por eso el fantasma de la guerra siguió rondando el país caribeño y su sombra se volvió más grande y oscura a medida que se aproximaba el Día D.