Son las 10.15 de la mañana y Sharon Falcón espera tranquilamente en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas a que llegue un amigo suyo de Caracas con un regalo muy especial: una tabla de surf. Es su primera visita desde su llegada a España hace apenas dos semanas y su preocupación, a sus 23 años, es ahora buscar buenas olas. No lo era hace dos meses. Sharon abandonó Venezuela tras pasar por Perú porque estaba siendo perseguida por la Policía Bolivariana. Su crimen: pertenecer a un grupo de protesta estudiantil.
«Me hicieron una foto cuando entregaba escudos a varios compañeros que iban a manifestaciones y a partir de ahí comenzó la persecución como si fuera una terrorista», expresa Falcón. Sharon llegó al movimiento casi por casualidad. «Estudiaba el último curso de Arquitectura cuando la mayoría de mis profesores y compañeros se fueron y no pude continuar», manifiesta. Hoy busca una plaza reservada para extranjeros en una universidad española; tiene muy avanzada ya la solicitud para un centro en el País Vasco.
Es una de las caras de una inmigración que se ha multiplicado exponencialmente en los últimos años en España. Hasta 2014 Venezuela no estaba entre los principales países con más presencia en nuestro país, hoy es el séptimo por delante de otros como Perú o China. Aunque el Instituto Nacional de Estadística habla de 95.474 venezolanos residiendo en nuestro territorio hasta el 1 de enero de 2018, hay otros organismos no gubernamentales que hablan de más de 300.000. Justifican el que muchos, gracias a sus parientes o a haber contraído matrimonio, no figuren ya como ciudadanos de ese país. Las comunidades autónomas que más venezolanos acogen son Madrid, Cataluña y Canarias.
Es el caso de Carlos Yumar. «Mis abuelos eran canarios y gracias a ellos pude obtener los papeles», explica en conversación con EL MUNDO. Llegó en octubre de 2016 a España cansado de la «inseguridad» que vivía en Caracas y le resultó tan fácil la adaptación como que aterrizó un domingo y el miércoles ya tenía trabajo en un local de restauración. Cuenta que recibe llamadas de familiares casi a diario preguntándole por las condiciones en España porque la mayoría quiere emigrar. «En Venezuela ya no se vive, se sobrevive», comenta. Desde la llegada a la Presidencia de Nicolás Maduro, en 2013, no sólo ha crecido el flujo migratorio sino también el de refugiados. La Agencia de las Naciones Unidas para el Refugiado (ACNUR) estima que más de dos millones de personas han salido de Venezuela en los últimos tres años. A 15 de agosto de 2018, las peticiones de asilo en nuestro país ya superaban las de todo 2017. Fueron 32.688, 12.785 de venezolanos, frente a las 31.120 de las cuales 10.350 pertenecían a ciudadanos de ese país latinoamericano. Y eso que, desde 2016, Venezuela ya superaba a Siria como país de origen de mayor número de peticiones de asilo en España y, si se mantiene la tendencia, sería el tercer año consecutivo que lidera las peticiones.
Sin embargo, desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) denuncian que el problema no son las peticiones sino la respuesta que está dando el Gobierno español. Las están acumulando sin resolverlas en los seis meses preceptivos «a la espera de que mejore la situación en Venezuela y se pueda alcanzar una solución global», declara Paloma Favieres, portavoz de CEAR. Favieres cuantifica en 50.000 las peticiones en stock o paralizadas que tiene el Ministerio del Interior. «Más allá de la crisis humanitaria, hay que reseñar que la gente en Venezuela está siendo perseguida», apunta Favieres. Sin embargo, una reciente sentencia de la Audiencia Nacional les ha dado un espaldarazo en sus pretensiones ya que concede el asilo a una familia venezolana, por primera vez, «por razones humanitarias».
Neira Prieto se abraza fuertemente a su amiga Grace Pellegrini tras haber salido del país el mismo día en que Maduro ponía en circulación el bolívar soberano. Neira viene con su hija y barrunta la idea de pedir asilo en nuestro país. «Es probable que lo haga si me quedo en Europa», expresa. «Es que no sabéis lo que es aquello», interrumpe Pellegrini, «no hay médicos, medicinas; como enfermes… estás muerto». Ella llegó hace siete meses y gracias a la nacionalidad de su marido, que es portugués, no tuvo problemas para conseguir los papeles. «Tuve que aprender oficios que no podía ni imaginar», revela Pellegrini, que hoy trabaja de camarera en un bar.
La inmigración venezolana que llega a España representa todo tipo de estrato social. De hecho, en un estudio reciente del Servicio de Estudios de Redpiso, los venezolanos son los principales dinamizadores del mercado inmobiliario en Madrid, comunidad en la que viven un tercio de ellos, por encima de rusos y chinos. Las inversiones en vivienda se sitúan en una media de 565.000 euros, según el mismo estudio, y prefieren barrios céntricos.
Neyda Saldaña tenía un buen nivel de vida en Venezuela. Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones, estaba casada y tenía dos niños pequeños de tres y un año. Cuando empezó el racionamiento a la hora de poder acceder a bienes de primera necesidad, ella y su marido se plantearon salir del país.