Una muy larga historia de agresiones armadas estadounidenses dan sustento a este modo de pensar. Tan sólo desde la segunda mitad del siglo pasado se pueden consignar las invasiones de Corea del Norte, Cuba, República Dominicana, Vietnam, Laos, Camboya, Granada, Panamá, Irak, Afganistán, Libia y Siria.
Sin embargo hay muchos indicios de que, a pesar de la verborrea de Donald Trump, EU no se propone, al menos en el futuro cercano, invadir Venezuela. La idea yanqui es, más bien, amenazar al pueblo venezolano y a sus líderes menos firmes para asustarlos con el fantasma de la invasión militar y la inmensa cauda de dolor y sangre que esta agresión provocaría.
Se trata de una clásica maniobra de desestabilización para minar el enorme apoyo popular que poseen tanto el presidente Nicolás Maduro como la ideología y el movimiento chavista. Minar ese mayoritario apoyo del pueblo es la condición básica para el éxito de un nuevo golpe de Estado que pueda derrocar a Maduro.
La estrategia del amago de invasión no es novedosa. Viene desde los tiempos de Bush hijo. Y con Obama se tornó más clara cuando éste declaró que Venezuela constituía “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de EU”.
Como es del dominio público, ahora mismo está en curso un intento golpista mediante la fantasiosa autoproclamación como presidente de Venezuela de un cipayo de Estados Unidos, al que Washington, Canadá y un puñado de gobiernos de derecha latinoamericanos se ha apresurado a reconocer.
Pero a este golpe de Estado en curso le falta el ingrediente fundamental que es la participación de las fuerzas armadas, las que indudable y categóricamente respaldan a Maduro.
Y aquí entra en escena un segundo propósito de las amenazas yanquis de invasión armada: quebrar la unidad del ejército bolivariano en torno al chavismo. Y así, con un apoyo popular mermado y con un ejército dividido, estar en condiciones de ejecutar exitosamente el golpe.
Para EU el costo de un golpe militar sería muy bajo. Y, por lo contrario, el costo de una intervención militar resultaría demasiado alto. Y convendría recordar que con dos años cumplidos de su mandato, todavía Trump no ha desatado una guerra en ninguna parte. ¿Por qué desatarla en su patio trasero?
En la lógica trumpiana es preferible continuar con el amago en espera de que cuajen los esfuerzos para arrebatarle a Maduro sus dos pilares defensivos: el apoyo popular y el respaldo del ejército.