Tomado de la revista Veja
Menos de una semana después del intento fallido de entrar en Venezuela a la fuerza con toneladas de alimentos, medicinas e insumos de primera necesidad enviados por EEUU, los venezolanos en Colombia comienzan a sentirse abandonados por los oponentes políticos de la dictadura de Nicolás Maduro, tras el cierre de las fronteras.
A lo largo de semanas fueron convencidos por diputados de su país a participar en un «tsunami» humano, que sería capaz de convencer a los soldados de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana a abrir el camino al tren cargado con productos enviados por la USAID. Con la operación frustrada, los líderes desaparecieron de las calles de la colombiana Cúcuta.
«Estaban aquí el sábado (23), pero no aparecieron más. Estamos aquí por nosotros mismos, no nos ofrecieron ni comida, ni ayuda ni nada. Nadie vino aquí», cuenta Roberto Alengrano, exalbañil de Mérida que hoy trabaja como cargador de maletas en el Puente Simón Bolívar.
Al lado de cientos de venezolanos que están en Colombia, Roberto sigue enfrentando a los militares de su país. Todos los días, ellos montan grupos de combate y armados con piedras y cócteles molotov, atacan a los soldados.
«En Venezuela siempre es así. Ellos son las figuras públicas, nosotros somos el pueblo. Siempre estamos en la lucha, mientras ellos están dando órdenes «, dice Roberto, padre de dos niños. Al más joven no ve desde hace años y medio, desde que salió de Venezuela.
A medida que más de 300.000 venezolanos respondieron al llamado del autodeclarado presidente Juan Guaidó para asistir al concierto «Live Aid Venezuela», Roberto no pudo acercarse a los nuevos líderes políticos. Los diputados, empresarios y antiguos políticos antichavistas asistieron a una gran área vip en el Puente de Tienditas, con baños y mucha distribución de agua.
Al pueblo se le reservó un área de tierra, con poca infraestructura. Bajo un calor de casi 40 grados. Los dos grupos fueron separados por dos líneas de rejillas. Guaidó llegó al concierto al final del día. Al lado de los presidentes de Colombia, Chile y Paraguay, se sacó selfies. El grupo se mantuvo inaccesible a los manifestantes.
Al día siguiente, Guaidó optó también por quedar distante del público, que en buena parte durmió en la entrada del Puente de Tienditas. Sus seguidores creían que seguirían al lado del nuevo líder de la oposición en una marcha triunfal hacia Venezuela, con las toneladas de carga enviadas por Estados Unidos. Se frustraron a primera hora de la mañana cuando soldados colombianos prohibieron la entrada al complejo. La población, que aguardaba la oportunidad de caminar junto a sus líderes en la esperanza de derribar a Maduro, se cansó tras pasar casi seis horas bajo el sol, sostenida sólo por galletas enviadas por los estadounidenses.
No sólo ciudadanos que viven al margen de la indigencia en las calles de Cúcuta y en ciudades venezolanas, como Roberto y sus amigos, fueron abandonados por los diputados de la Asamblea Nacional.
Zulma Lopes, periodista de San Cristóbal, fue a Colombia la semana pasada para trabajar como asesora voluntaria de los congresistas. El domingo 24, cuando las fronteras se cerraron, se vio sola. «No aguanto más, necesito irme, Muchos venezolanos asistieron a la convocatoria para el 23-F, en que se esperaba obligar a Maduro al ingreso de ayuda humanitaria. Hoy esperan ayuda para sobrevivir. ya estoy quedando sin dinero.»
Ricardi Rodríguez, de apenas 19 años, no tiene la misma suerte de Zulma. Desde el viernes 22 duerme en la calle junto con un grupo de 300 a 400 chicos que se autotitulan «Resistencia de la Frontera». Pasan el día produciendo cócteles molotov. Una o dos veces al día, embisten a los leales a Maduro.
«Ellos son una población vulnerable y no tienen apoyo de nadie, por eso organizamos un grupo de voluntarios para ayudar con algo», cuenta Alejandra Ortega, enfermera que pasa las tardes libres haciendo curaciones a los heridos.
Al lado, Michel dice que, a pesar de no contar con la ayuda de la oposición de Venezuela, siguen creyendo que Guaidó es la mejor salida para el país . Hace de todo para sobrevivir y enviar dinero a la familia.
Michel, Ricardi y Roberto ahora se esparcen por las calles de Cúcuta aguardando a la caballería. Saben que los palos, piedras y Molotov no derribarán ni el cerco de la Guardia Bolivariana en los puentes ni el gobierno de Maduro. «Queremos la intervención», dice Michel.
Con la decisión del Grupo de Lima de no a intervenir militarmente en Venezuela, es probable que pronto se preguntarán si, una vez más, las promesas de la élite política no son más que otra bala del festín.Y