Bien vista, la premisa estratégica mayor de la Operación Libertad, liderada por Juan Guaidó, consiste en suplicar —conmover y rogar— a los patrióticos militares venezolanos que por favor vuelvan a nosotros sus ojos misericordiosos y por vidita suya nos concedan la gracia de algo que al cabo es lo único que saben hacer, aparte de violar la Constitución, robar al erario público y atropellar civiles. Algo que ha sido su especialidad desde que el Diccionario Polar de Historia de Venezuela alcanza a recordar: derrocar Gobiernos. Derrocarlos y enseguida entrometerse en la vida pública de la nación, claro, para hacerse ricos contra reloj. Se me dirá que no es eso lo que hoy se les pide, sino que regresen juiciosamente a la senda que traza la Constitución, retiren su apoyo al letal usurpador que es Maduro y se pongan a la orden de la legitimidad civil encarnada en Guaidó.
Sin embargo, 120 días no han sido suficientes y ello no ha ocurrido hasta ahora. La explicación más socorrida está en la sujeción de los altos mandos a la feroz contrainteligencia cubana. Vienen a demostrarlo las muchas decenas de oficiales opositores de todos los rangos que, vigilados por el
protervo Sebin del G2, han sido apresados y acusados de sedición. Todo el horror del Estado policial no aminora el importante papel que juega la innata corrupción de la dictadura chavista en la indiferencia de la mayoría de los oficiales. La inconcebible corrupción que en menos de 20 años ha dejado en bancarrota al país más rico en reservas petrolíferas del mundo lleva uniforme verde oliva y boína roja.
Sin la aquiescencia del top brass de las FANB, sin su participación activa en el saqueo de la industria petrolera y de la minería no es posible dar cuenta del hambre y la angustiosa miseria que asolan Venezuela.
Los militares venezolanos —incluyo al generalato opositor en retiro—, no han ganado una guerra exterior desde 1824. A cambio de ser por completo superfluos a la historia militar del planeta —ni un Trafalgar ni un Waterloo ni una playa de Omaha— , su irrupción en la vida pública nos ha costado a los civiles casi 200 años de muertes, prisiones y destierros. Y el incesante asalto a mano armada —nunca mejor dicho— a las arcas públicas.
Sin embargo, y a sabiendas de ello, miles de venezolanos salen a las calles, a instancias del carismático e inatrapable Guaidó, en la certeza de que sus manifestaciones pacíficas serán atacadas a tiros por hordas de delincuentes motorizados. Arrostran detenciones ilegales, desapariciones forzosas en mitad de una hambruna sin precedentes ni solución a la vista. Todo esto ocurre al mismo tiempo de un colapso generalizado de la energía eléctrica, del suministro de agua y todos los servicios de salud, sujetos los ciudadanos a la censura telemática que acompaña una implacable persecución de periodistas. Todo este sacrificio ha sido hasta ahora por completo inconducente.
Así llegamos al 30 de abril, episodio que se ha revelado como una conjura de testaferros de decenas de altos rangos militares y figuras civiles —digámoslo así— del régimen en un endeble pacto la facción opositora que ha logrado, con audacia, determinación, influencias internacionales y astucia, allegar considerable control sobre el futuro de los activos petroleros de la nación.
Nadie en la oposición activa ha desmentido hasta hoy el muy bien averiguado relato, brindado por el integérrimo portal investigativo Armando. Info, de las tortuosas conversaciones que luego de meses desembocaron en aquella jornada y que la reacción de John Bolton vino a confirmar.
Igual que el tango Cambalache del gran Discépolo, se trata de factores de oposición y de la dictadura “revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos”, a saber: generales carceleros y torturadores que, tras videograbar lloriqueantes arrepentimientos en el horrísono español hablado de nuestros militares, hoy son aliviados por EE UU de las sanciones que pesaban sobre sus dineros mal habidos y recibidos como héroes de las Termópilas por cierta oposición.
En franca inteligencia con los de más arriba, participaron en las conversaciones celebérrimos “empresarios” del salvaje capitalismo de amiguetes chavista y hasta el mismísimo presidente del Tribunal Supremo de Maduro. Sus interlocutores fueron líderes de oposición exilados y viajeros frecuentes, líderes bajo régimen de prisión domiciliaria, líderes que vienen desde hace tiempo abogando por el fin de la usurpación, la conformación de un gobierno de transición y elecciones libres.
El abominable Maikel Moreno, por boca de un emisario, entra en tratos con Julio Borges quien, para el chavismo puro y duro, es no menos abominable y, junto con el general Vladimir Padrino, ponen secretamente en marcha un proceso que los lleva a invitar a John Bolton a la mesa. ¿Quién dijo que no es posible el diálogo?
Faltaría solo sacarlo de la trastienda a ver qué pasa.