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¿Hay socialismo democrático?

Según los seguidores “milenials” del Partido Demócrata norteamericano, y particularmente los adeptos al septuagenario William Sanders, sí existe. Un socialismo que, como describe el liviano Wikipedia, es “objetivo político que considera a la democracia y el socialismo unidades inseparables y que ocurrirán conjuntas. El término nació por 1920 y desde entonces lo emplean grupos y partidos socialdemócratas, socialistas y comunistas. Es variante socialista que rechaza los métodos autoritarios de paso del capitalismo al socialismo (errores del titulado ‘socialismo real’) y que favorece movimientos de base, a fin de conseguir la descentralización y la democracia económica. A pesar de que suele utilizarse como sinónimo de socialdemocracia, es en verdad mucho más amplio ya que el socialismo democrático abarca diversas corrientes agrupadas en lo que se conoce como izquierda política o izquierda reformista. En cambio la socialdemocracia es una ideología propia de Europa que surgió en la segunda mitad del siglo XIX” y que condesciende mucho con los fines capitalistas, agregamos.

“El término es frecuente entre socialistas para aclarar que su posición es tanto socialismo como democracia. Los socialistas democráticos están a favor ya sea de la transición electoral al socialismo o de la revolución espontánea de las masas desde abajo, para distinguirse de los socialistas autoritarios, quienes requieren un Estado de partido único”, que es dogma del marxismo ortodoxo. El socialismo democrático es un movimiento internacional que resiste las uniformidades rígidas de enfoque. Ya sea que los socialistas construyan su fe desde el marxismo u otros métodos de análisis de la sociedad, sean inspirados por principios religiosos o humanitarios, todos abogan por la organización social y económica con base en la propiedad y administración colectiva y, o, estatal de los medios de producción y distribución de los bienes”.

Tal postura nace en EUA desde las medidas adoptadas por Franklin Roosevelt tras el colapso económico de 1929, que hundió en pobreza a media comunidad norteamericana. Para manejar la crisis Roosevelt fortaleció, exitosamente, el papel del Estado en la conducción de la economía (que pasó a ser semicentralizada), así como elevó impuestos a la clase de altos ingresos y los redujo a los pobres, obviamente un planteamiento de búsqueda de bienestar social más de corte socialista que del capitalismo. Por entonces abarrotaban las calles en diaria protesta el Greenback Party, el Popular Party, el sindicato American Federation of Labor (todos progresistas) y el militante Industrial Workers of the World, cuyo postulado era la lucha de clases, principio irrebatible en la teoría marxista (ver Revista Imaginación III-9). En 1898 la fuerza conservadora estadounidense comprendió que para sepultar el inicial descontento de izquierda necesitaba una guerra y la declaró a España, a la que robó Filipinas y Cuba.

Desempleo, bajo ingreso, hambre, corrupción llenaban los espejos norteamericanos entre 1896 y 1930, lo que se salvó de la derrota y la humillación por ciertas medidas socialistas urgentes que hoy añoran y renuevan las juventudes del Partido Demócrata, lo que no asegura que logren triunfar contra enemigo tan poderoso como es la reacción monetizada e inhumana del capitalismo cruel y visceral vigente.

¿Lecciones de ello, caro lector…? Sí, que urge regresar al principio nacionalista (orientado hacia dentro) del Estado y a exigir que la propiedad de todos genere beneficio a todos, no sólo a ciertos pocos. Cosa más justa y cristiana no puede haber…

…Es un movimiento que resiste las uniformidades rígidas de enfoque (…). Todos abogan por la organización social y económica con base en la propiedad y administración colectiva y, o, estatal de los medios de producción y distribución de los bienes”.

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