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Intervención militar, la historia

La crisis en Venezuela, y las señales del gobierno de Donald Trump, reviven ecos de guerra en la región.

  • El Colombiano
  • 17 Feb 2019
  • Por JUAN MANUEL FLÓREZ ARIAS

Hay pocos lugares en el mapa de América Latina en los que las tropas de Estados Unidos no hayan puesto sus botas o sus misiles. La mitad de los Estados de la región fueron objeto, en algún punto entre el siglo XIX y el presente, de una intervención militar directa por parte de la potencia norteamericana.

Pese a esto, hace tres décadas que este país no ordena un ataque como el que sacó del poder al general Manuel Noriega en Panamá en 1989. Solo en las últimas semanas el continente asiste, con Venezuela, a un escenario que parecía haber quedado olvidado en el siglo XX.

La coyuntura comenzó con el reconocimiento internacional, liderado por Estados Unidos, del opositor Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela en lugar de Nicolás Maduro.

Desde entonces, tanto el presidente Donald Trump como su asesor de seguridad, John Bolton, han dejado caer señales. El 28 de enero, durante una rueda de prensa, este último expuso como por azar un mensaje en su libreta: “5.000 soldados a Colombia”.

Se trata de una pista que Trump se ha cuidado de no desmentir ni confirmar. Esta semana, al ser cuestionado sobre este tema en medio de su reunión con el mandatario colombiano Iván Duque, Trump se limitó a contestar: “Ya veremos”. Las mismas palabras que usó en 2017 en el momento de mayor tensión con Corea del Norte. Una evasiva y, a la vez, una especie de promesa.

Pero tras esta incertidumbre calculada, está la historia como libreto. Una mirada a las anteriores intervenciones militares de América Latina, puede ayudar a entender las acciones de los últimos días, que, salvo por el cambio de protagonista a Venezuela, en algunos casos parecen seguir el guión de una historia que Estados Unidos ya contó.

Panamá, el retrovisor

Para el reportero James Aparicio, quien como corresponsal de la agencia AFP cubrió la intervención en Panamá en 1989, “lo que está ocurriendo hoy en Venezuela es igual a los últimos tres años del régimen de Noriega”.

Las coincidencias son tentadoras. Un año antes de dar el paso militar, Estados Unidos reconoció al embajador panameño Juan Sosa, como única autoridad legíti-

ma de ese gobierno. Además, el gobierno norteamericano, presidido por George H. W. Bush,

implementó un bloqueo económico y presionó para que Noriega abandonara voluntariamente su puesto como comandante de las fuerzas de seguridad.

En el punto de inflexión, también se parecen Panamá y Venezuela. En septiembre de 1989, Noriega desconoció su derrota en las elecciones presidenciales e impidió la posesión de Francisco Rodríguez como presidente.

En ese momento, señala Aparicio, Estados Unidos se decidió por la intervención militar. Pero no la ejecutó hasta el 20 de diciembre y, en ese lapso, Noriega sufrió un golpe interno. El gestor, Moisés Giordi, padrino de boda de Noriega, detuvo al general y quiso entregarlo en una base estadounidense entre las tantas que había en el país, debido a la presencia del canal interoceánico.

No hubo respuesta. “Estados Unidos prefería intervenir directamente”, afirma Aparicio. De esa forma, explica, garantizaban la fractura de un ejército en el que podían surgir resistencias similares a la que representaba Noriega. Entretanto, el dictador convenció a su compadre de que lo liberara y, junto a sus cómplices, lo fusiló.

El detonante de la intervención solo llegó hasta el 18 de diciembre 1989, cuando un soldado estadounidense residente fue asesinado en circunstancias confusas por fuerzas panameñas. Para Aparicio, ese es el último elemento que falta en Venezuela: “La decisión de invadir ya está tomada, falta la excusa”.

Radiografía de un ataque

De alguna forma, las intervenciones militares son siempre la arquitectura de un

“No es claro si Trump y Pence entienden las consecuencias de una intervención militar, la diferencia entre Venezuela y la Panamá de los 80”. FORREST HYLTON Doctor en Historia, U. de Nueva York

motivo. El proceso de convencimiento, tanto hacia adentro como hacia afuera, de que el objetivo por atacar, como describió el presidente estadounidense Ronald Reagan a Granada previo a la invasión de 1983, “no es una amigable isla para el turismo”.

Como señala Ricardo Abello Galvis, director del Anuario colombiano de derecho internacional, esta justificación pocas veces se ajusta a los lineamientos del derecho internacional. El capítulo sexto de la carta de Naciones Unidas señala que el uso de la fuerza contra otro Estado solo está permitido en casos de legítima defensa o con autorización el Consejo de Seguridad de la ONU.

En América Latina, ninguna intervención ha contado con el segundo escenario. En cuanto al primero, aunque el argumento de seguridad nacional fue invocado por la potencia norteamericana en sus últimas tres grandes acciones militares en el continente — República Dominicana, Granada y Panamá—, “artículos especializados han probado el irrespeto sistemático de Estados Unidos al derecho inter- nacional”, agrega Abello.

Pese a esa falta de legitimidad, la importancia táctica del ataque, la motivación geopolítica, puede sobreponerse. Fue el caso de Granada en 1983, donde Estados Unidos llevó a cabo la operación para derrocar al régimen comunista de ese país a pesar del rechazo directo de países aliados como Reino Unido y Canadá.

Como explica Forrest Hylton, doctor en historia de la Universidad de Nueva York y profesor de la Universidad Nacional, las intervenciones en América Latina han estado motivadas por la protección de las inversiones estadouni- denses en el extranjero y, a partir de la Guerra Fría, por la preservación de una fidelidad ideológica, en medio de la tensión entre el capitalismo estadounidense y el comunismo del bloque soviético.

A diferencia de otras regiones como Medio Oriente, en este continente las acciones de Estados Unidos suelen ser ataques puntuales u ocupaciones por lapsos breves. Además, agrega Hylton, “por lo general Estados Unidos no interviene directamente, pues su influencia en la región le permite aliados en las Fuerzas Armadas de cada país”.

En El Salvador y Guatemala en los años ochenta, por ejemplo, el rol estadounidense fue fortalecer a las fuerzas armadas de ambos países “y al mismo tiempo coordinar una fuerza paramilitar”, agrega Hylton.

Los casos en los que la potencia norteamericana involucra a sus propios soldados se han enfocado, en los últimos 100 años, casi exclusivamente en Centroamérica y el Caribe. En parte, por un tema de cercanía y, en buena medida, por capacidad militar.

Pues, como indica Óscar Palma, magíster en estudios de seguridad internacional y profesor de la Universidad del Rosario, “no es lo mismo invadir a Panamá que a Venezuela”. En el escenario de una acción extranjera, es probable que Maduro resista mucho más que los 14 días que tardaron las fuerzas norteamericanas en capturar a Noriega.

Agrega que la capacidad de respuesta venezolana podría abrir escenarios “devastadores”, como una guerra urbana en Caracas con las milicias chavistas, bombardeos con misiles a bases militares y, eventualmente, la necesidad para Estados Unidos del establecimiento de una plataforma armada en un país vecino.

Si ataca Venezuela, la potencia del norte no solo llevaría sus acciones militares directas en el continente más al sur que nunca en los últimos 100 años, correría el riesgo de extenderlas por un lapso indefinido. Con ello, se expondría a cruzar la delgada frontera de lo que representa un soldado en un país extranjero: de un salvador a un invasor

“Hoy, 30 años tras la intervención militar de Estados Unidos que derrocó a Noriega, creo que ningún panameño pediría una invasión” JAMES APARICIO Reportero panameño

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