Apesar de ser poseedores de las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, Venezuela está atravesando una severa crisis política, económica y social. La causa inmediata es clara: los precios del petróleo cayeron 70% desde 2014. Sin embargo, los problemas son de larga data y están relacionados con la política.
La grave escasez se debe a la débil producción local y a la falta de divisas para las importaciones, ambas situaciones vinculadas a decisiones económicas de Hugo Chávez: controles monetarios para proteger el bolívar e implementar la ley laboral, y los subsidios a los alimentos y la gasolina.
El sobrevaluado bolívar hizo que los productos locales se encarecieran en el exterior mientras que las importaciones extranjeras se abarataban, perjudicando a productores.
Reactivar la producción local y fomentar la solidaridad a través de cooperativas y fábricas autogestionadas fue la respuesta. Sin embargo, la inversión masiva produjo poco rendimiento. Esta “economía social” a menudo demostró ser ineficiente, corrupta y explotadora justo como el sector privado.
Aunque “socialista del siglo XXI” de nombre, Venezuela permaneció dominada por el mercado y el sector privado, y una economía de planificación centralizada como la de Cuba no era su objetivo ni realidad.
El petróleo es su verdadera fuerza motriz. Además de desestabilizar el desarrollo a través de la volatilidad de los precios, su valor puro provoca la “maldición de los recursos”, con disparidades en los tipos de cambio que perjudican a las exportaciones, “petromanía” en el gasto público e incentivos perversos que socavan la ética, el espíritu empresarial y la eficiencia.
No obstante, esto no es novedad, ya que la Venezuela moderna se formó alrededor del petróleo, dividiendo al país en dos: “la Venezuela que se beneficia del petróleo y la Venezuela que permanece a la sombra de la industria petrolera”.
La élite beneficiaria se vio amenazada tanto por las promesas de Chávez de redistribuir la riqueza petrolera como por una nueva narrativa nacional sin héroes ricos, blancos, educados y afines a Occidente.
Chávez optó por poner sus esperanzas en tres áreas clave. En sí mismo, para eludir la oposición a través del control discrecional sobre nuevos fondos e instituciones. En militares, “hombres de confianza”, nombrados en puestos económicos claves. Y en el socialismo, donde se esperaba que la democracia participativa y la economía social engendraran solidaridad.
No obstante, eliminar el monitoreo deficiente del Estado tradicional profundizó la ineficiencia y la corrupción. Lugartenientes de confianza sucumbieron a los perversos incentivos para malversar los recursos del Estado, la participación política se degeneró en un intercambio de beneficios estatales por apoyo político y nacionalización y el acceso a divisas extranjeras —palancas de la transformación socialista— se utilizaron para disciplinar al sector privado.
Maduro heredó este sistema disfuncional de Chávez en 2013, pero en lugar de permitir que la política democrática siguiera su curso, bloqueó un referéndum revocatorio, encarceló a opositores, usurpó el parlamento y reforzó el mecenazgo político, bloqueando cualquier salida a esta crisis. Entonces, ¿es culpa del socialismo? Las políticas estatistas llamadas “socialismo del siglo XXI” están implicadas, pero sólo dentro de una sociedad dividida, desconfiada y conflictiva, donde el Estado rico en petróleo es visto como una ruta hacia la riqueza personal. La esperanza de Chávez en el ejército y la socialización de la economía para superar estos problemas no fue retribuida. Pero así como el capitalismo no tenía la culpa de la previa corrupción pactada ni de la represión asesina que alimentó el ascenso de Chávez, el socialismo no es culpable del creciente autoritarismo de Maduro.
El juego de la culpa suele ser un ejercicio de selección para promover la intervención estatal o el mercado “libre”. El estadista citará a Noruega antes que el Gulag. El partidario del libre mercado prefiere la neoliberalización pacífica de Nueva Zelanda que el asesinato y tortura de Pinochet.
Los modelos idealizados solo existen en los libros de texto, no en la realidad. El problema recae en si una economía política dada produce resultados deseables para sus ciudadanos. Ese fue el caso en Venezuela en algún momento, no obstante, bajo Maduro quedó claro que ya no es así.