ABC 27 May 2020
Obsesionado con Estados Unidos, Nicolás Maduro ha llegado a un punto de no retorno en el que es capaz de celebrar como un triunfo político lo que no es más que el reconocimiento oficial de la ruina económica que ha provocado en su país. La llegada a El Palito de los primeros buques enviados por el régimen de los ayatolás y cargados de gasolina fue el argumento de una fiesta de alto octanaje bolivariano. Propietaria de una de las mayores reservas de crudo del mundo, Venezuela ni siquiera puede producir el combustible que necesita su parque automovilístico, y las colas se eternizan ante las gasolineras, desabastecidas y convertidas en símbolo de un desastre nacional. Para el régimen de Maduro, sin embargo, la llegada del primero de los buques iraníes, el Fortune, es un símbolo de la resistencia chavista a las sanciones decretadas por Estados Unidos. Tareck el Aissami, vicepresidente económico del Gobierno ilegítimo de Maduro, no tuvo reparos al asegurar que el Fortune quedará en la «memoria histórica del pueblo venezolano». La gesta de arruinar Venezuela y hacerla dependiente de un país como Irán se puede olvidar. Lo importante es aplaudir la llegada de la gasolina de Teherán, limosna que retrata a quien la pide y recibe, pero que Maduro insiste en interpretar desde el victimismo con el que explica la miseria a la que ha conducido a su pueblo. «No nos vamos a arrodillar nunca al imperio norteamericano. Venezuela tiene amigos en este mundo, amigos valientes que se restean –señala el líder chavista– por nuestra patria».