“¡Ta’ barato!, ¡dame dos!” La frase que se transformó para los venezolanos en el emblema de una época parece hoy una ficción en el país de la escasez. Eran los tiempos de la Venezuela saudita, donde gracias a la inyección de petrodólares la clase media se hizo habitué de Miami, la tasa de desocupación llegó a ser del 4% y se construyeron 33.000 nuevos kilómetros de rutas.
Fue una bonanza ficticia que empezó a principios de los años 70 y explotó cual burbuja en el “viernes negro” de 1983, cuando aquel 18 de febrero el bolívar sufrió una abrupta devaluación frente al dólar. En esa época de excesos, la cosmopolita Caracas tenía los mejores restaurantes franceses de la región, y los venezolanos se convirtieron en los mayores consumidores de whisky del mundo.
El crecimiento del Estado impulsó la corrupción, pero también fueron años en los que el país atrajo inmigrantes y miles de venezolanos de clase media accedieron a una casa propia. “Éramos felices y no lo sabíamos”, es la frase con la que muchos venezolanos resumen aquellos años.
“Una isla en medio del caos latinoamericano”. Así define el argentino Benjamín Trieper a la Venezuela de ese entonces. “Cuando llegué a Caracas, en 1978, hacía 20 años que tenían el mismo tipo de cambio y el dólar lo conseguías muy fácil, pero lo que más me sorprendió era lo bien que se vivía”, cuenta a la nacion Trieper, que viajó por una oportunidad laboral de Bunge & Born, a los 26 años.
“La economía y la política simplemente no eran un tema. La gente no hablaba de eso. Yo venía de un país con inflación, en donde hasta un chico de seis años sabía quién era el ministro de Economía”, agrega el argentino, que ahora, con 66 años, es consultor empresarial.
Trieper aterrizó en Caracas en medio del boom del petróleo. Años antes, en 1973, el embargo petrolero del bloque árabe de la OPEP a los países de Occidente había provocado que la cotización del crudo se cuadriplicara. Con ese panorama, el presidente Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo en 1975, una idea que venía rondando hace años en el país.
El resultado fue una lluvia de petrodólares. El presidente prometió que el país se desarrollaría en pocos años mediante la sustitución de importaciones, los subsidios y los aranceles proteccionistas. Nacía la Venezuela saudita y, con ella, las nuevas rutas, el subte de la capital (1983) y las famosas becas “Gran Mariscal de Ayacucho”, entre otros avances.
En 1978, el primer sueldo del economista venezolano Alexander Guerrero como profesor en la Universidad Metropolitana de Caracas fue de 1700 dólares. Hoy ganaría 35. “Con ese primer cheque me compré un auto y pude alquilar un departamento”, relata a la nacion Guerrero, que desde hace dos años se tomó una licencia y vive en Estados Unidos.
Una historia similar cuenta Miro Popic, un periodista gastronómico chileno que llegó a Caracas en 1975 como exiliado político. “Con tres meses de sueldo me compré un auto. Ahora ni trabajando diez años puedes hacer eso”, dice. Aún vive en Caracas y tiene una pequeña editorial.
Popic señala que aterrizar en Caracas fue llegar “al Primer Mundo”. Recuerda una ciudad cosmopolita con “grandes autopistas, edificios por todas partes” con “las góndolas de los supermercados llenas de mercadería importada”. Y lo compara con Chile, “que en ese momento era bastante rural”. En Venezuela, la tierra del ron, en 1978 y 1979 el consumo de whisky llegó a ser superior al de Escocia, señala Popic. El periodista, que durante 25 años escribió la guía gastronómica de Caracas, cuenta también que por aquellos años la ciudad “tenía más restaurantes franceses que Nueva York”.
Según un estudio de la Cepal, en 1977 el PBI per cápita promedio en América Latina era de 866 dólares y el de Venezuela, de 1409.
Era la época en que los caraqueños de clase alta y media se reunían en Le Drugstore, un conjunto de locales pequeños, en el centro comercial Chacaito, donde se conseguían discos importados, joyas, libros, y en donde se podían comer panchos de un metro de largo. “Hoy, en La Mercedes [una zona comercial famosa por sus boliches y bares], la gente se va a las 4 de la tarde por los robos”, dice Trieper.
Si en los años 70 y 80 no se veían rejas en los barrios residenciales de Caracas, hoy los muros delante de las casas son el denominador común. Según una encuesta publicada en junio pasado por Gallup, apenas el 17% de los venezolanos se siente seguro cuando camina por la calle.
“Era una Venezuela totalmente distinta. A mediados de los 70 y principios de los 80 el índice de pobreza era menos del 20% y hoy es casi absoluta: 87%”, cuenta Guerrero. La cifra es de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), publicada en febrero.
Trieper reconoce que, si bien había pobreza, no era tan dura como la de ahora. “Hoy es desesperante ver có- mo la gente come de la basura a toda hora y en todo lugar. Y no solo eso: arman frascos de champú sacando un poquito de cada botella usada. Lo veo en la esquina de mi casa”, dice el argentino, que vive en el barrio acomodado de San Román, en Caracas. Éxodo
Con unos 3 millones de emigrados, según la ONU, el éxodo venezolano empieza a ser visto como el mayor en América Latina en las últimas cinco décadas. Se estima que en los últimos dos años un millón de venezolanos huyeron a Colombia. El proceso fue inverso durante la Venezuela saudita, cuando el país fue el “sueño americano” de muchos colombianos.
“Eran migrantes que buscaban ascenso social y económico. Los venezolanos preferían trabajar en el sector petrolero y se generaron espacios para la mano de obra no calificada colombiana, en el sector agrícola y en la construcción”, explica a la nacion el colombiano Ronal Rodríguez, politólogo del Observatorio de Venezuela, de la Universidad del Rosario.
Ese flujo se detuvo a mediados de los 80 con la crisis en Venezuela, pero se reanudó en los 90 por la confrontación armada en Colombia.
Venezuela fue también una isla democrática para los perseguidos políticos de la región. Durante la dictadura de Augusto Pinochet (19731990), 80.000 chilenos migraron allí. Y, según fuentes diplomáticas, más de 12.000 argentinos llegaron en los
70. La entrada de argentinos continuó incluso después del retorno de la democracia, alentados por el boom del petróleo, que atrajo a miles de ingenieros industriales.
En 1979, el presidente Luis Herrera Campins recibió un país endeudado y con una caída del PBI de 4,2% con respecto al año anterior. Pero a pesar de ese panorama, y de que los precios del petróleo empezaron a caer, el gasto social desmesurado continuó. A eso se le sumó la crisis de la deuda en América Latina.
El 18 de febrero de 1983, Campins anunció medidas para afrontar la crisis: el control de cambio y la restricción a la salida de divisas. El resultado fue la devaluación del bolívar durante el famoso “viernes negro”.
“Llegamos a tener un mega-estado. Tendríamos que haberlo achicado, diversificado la producción y haberle dado más peso al sector privado. Y cuando empezaron los signos en 1983, deberíamos haber hecho reformas para no llegar en
1989 a la megacrisis que dio paso al chavismo”, resume el economista Asdrúbal Oliveros.