Giovanni Plaza huyó a Colombia para vencer al VIH que lo estaba matando en Venezuela. Tuvo suerte y le regalaron los medicamentos, pero la necesidad obliga a sus compatriotas a comprar medicinas a vendedores informales en el puente que une a ambos países. Pueden estar vencidos, dañados o ser un placebo. Pero la escasez y la hiperinflación en su tierra empujan a muchos a adquirir cualquier opción que esté al alcance de sus posibilidades.
Plaza contrajo el VIH hace cinco años. En diciembre, cruzó a la ciudad colombiana de Cúcuta con la esperanza de hallar la droga y mejorar su condición, en riesgo serio tras contraer un paludismo que tampoco le pudieron atender en la nación petrolera. Dejó a su familia, incluido su hijo de seis años en la Isla de Margarita, el balneario caribeño donde se ganaba la vida como comerciante. Una organización de EE.UU. de Cúcuta le brindó gratis el tratamiento.
“Gracias a Dios estoy aquí de pie”, dice este trigueño de 24 años, con una gorra desteñida y una camiseta blanca cuyas hombreras alguna vez fueron rojas.
Pero dice que siente “mucha tristeza y rabia” por sus compatriotas que no tienen su misma suerte y deben buscar sus medicamentos en las “farmacias del puente”, como se llaman a los negocios improvisados y comerciantes callejeros que venden medicamentos en el puente Simón Bolivar, en la frontera binacional.
La escasez de medicamentos en Venezuela ronda el 85% del nomenclador. Miles de enfermos con afecciones crónicas tienen dificultades para acceder a sus tratamientos, según ONGs y grupos humanitarios críticos del gobierno, reacio sin embargo a reconocer una crisis humanitaria.
En el viejo puente Simón Bolívar, una mujer de gorra roja vende 30 pastillas de acetaminofén (analgésicos) a unos 60 centavos de dólar. Veinte tabletas de la misma medicina cuestan unos 3,8 dólares en cualquier farmacia de Bogotá. Muy cerca le compite José Álvarez, un venezolano radicado hace dos meses en Cúcuta. Buzo profesional y diseñador gráfico, este hombre menudo de 39 años comercializa acetaminofén, ibuprofeno y potencializadores sexuales que dice comprar a vendedores mayoristas. “Es lo que se está vendiendo ahorita y con mayor facilidad”, señala Álvarez, quien se dedicó a esta actividad cerca del puente, por donde pasan a diario unas 35.000 personas.
Los principales compradores vienen del país petrolero. “Hay muchas personas necesitadas que estaban pariendo para comprar una medicina”, sostiene.
Una de ellas es María Acevedo. Madre de tres hijos, esta ama de casa de 26 años recorre con frecuencia los 70 kilómetros que separan a Táchira de Cúcuta para comprar bienes básicos. “Allá no se consigue ni en las farmacias, y si se consigue el costo es mayor”, cuenta.
Pero el remedio puede resultar más costoso que la enfermedad. Medicamentos falsos o adulterados pueden causar ataques al corazón, lesiones hepáticas, fallas renales, embolismos pulmonares e incluso la muerte, según el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos de Colombia. “Hay mafias que se dedican a falsificar medicamentos”, dice a AFP Alejandro Gaviria, exministro de Salud (2012-18) de Colombia. “Viene mucha gente y no hay control de calidad”, apunta.
La policía fiscal y aduanera ha desarticulado bandas dedicadas a este tráfico. En tanto, los venezolanos siguen con pocas opciones ante la escasez. Una podría ser la ayuda humanitaria que llegó por toneladas a Cúcuta el jueves, desde Estados Unidos, en respuesta al pedido del opositor Juan Guaidó, que el chavista Nicolás Maduro se niega a dejar pasar al afirmar que no hay emergencia humanitaria y estimar que sería el primer paso de una intervención militar estadounidense. Plaza muestra el papel que certifica su diagnóstico de VIH. “Por favor -ruega-, reciban las ayudas que nos están dando”. ■
En Venezuela, la escasez de medicamentos es astronómica: llega al 85% del nomenclador