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Lorenzo Meyer

  • El Universal
  • 10 Feb 2019
  • Lorenzo Meyer agenda_ciudadana@hotmail.com

“Nuestro país no debe avalar una intervención norteamericana en Venezuela, para que no pueda luego avalarse otra acá en México”.

Al considerar la crisis política de Venezuela desde la perspectiva mexicana, es de gran utilidad hacerlo con una visión histórica y examinar la coyuntura en la que hoy se mueve Venezuela y contrastarla con aquella que envolvió a México entre 1913-1914. Sobra decir que la historia jamás se repite, pero los contrastes pertinentes entre dos o más coyunturas con similitudes pueden arrojar un tipo de luz que no se tiene si se examina cada una por separado.

Un punto de partida para la comparación podría ser el México de Francisco I. Madero y la Venezuela de Hugo Chávez. En ambos casos los sistemas de poder tradicionales fueron trastocados de manera dramática. En México surgió un ejército popular para apoyar el programa de Madero y en Venezuela Hugo Chávez puso de su lado al ejército regular y lo transformó en instrumento de su revolución.

En febrero de 1913, el ejército regular mexicano dio un golpe contra Madero en dos etapas. La primera la encabezaron los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz (el sobrino del tío) y la segunda el general Victoriano Huerta. Esta última tuvo éxito y contó con el apoyo abierto del embajador norteamericano, justo como hoy lo tiene el llamado hecho al ejército venezolano desde Washington para qué desconozca a su jefe formal, Nicolás Maduro.

Victoriano Huerta asesinó al presidente Madero, tomó el poder y procedió por primera y única vez, a realmente militarizar el país: un militar profesional como presidente, un gabinete al que se le dieron grados militares, generales de carrera fueron gobernadores, los ferrocarriles los tomó el ejército, a los estudiantes universitarios se les incorporó como oficiales, etc. Sin embargo, algo inesperado ocurrió en Estados Unidos: una elección presidencial con tres candidatos (1912) le dio la victoria a un personaje improbable: a un antiguo profesor universitario de ciencia política, Woodrow Wilson. En 2016 algo similar ocurrió en el país del norte: la improbable victoria de Donald Trump, que ha trastocado la naturaleza de la política norteamericana.

En marzo de 1913 Wilson asumió el mando y decidió que el interés nacional de su país en México quedaría mejor servido si negaba su reconocimiento a Huerta por golpista y asesino y no aceptaba las elecciones fraudulentas que Huerta había confeccionado para legitimarse. El mandatario norteamericano supuso que Huerta renunciaría, que un presidente provisional aceptable se encargaría temporalmente del poder, convocaría a nuevas elecciones, el ganador recibiría el reconocimiento de Washington y del resto del mundo, el proceso político mexicano se democratizaría e institucionalizaría y, en el largo plazo, el cambio sería positivo económica y políticamente para Estados Unidos. Esa era la lógica del “intervencionismo benigno” del profesor y presidente en Washington.

Y aquí viene el juego de diferencias y contraste con Venezuela. Aunque objetivamente la política de Washington favorecía a los antihuertitas en México encabezadas por Venustiano Carranza, éste no aplaudió la decisión de Wilson de usar un incidente sin importancia en Tampico para ahondar su intervención al invadir Veracruz en abril de 1914. Carranza, en su calidad de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista no quiso sentar un precedente de sumisión al imperio y optó por condenar la ocupación del puerto mexicano y uso la coyuntura para exigir la salida inmediata e incondicional de los marines. Subrayó que por ningún motivo México aceptaría la intervención norteamericana en sus asuntos internos. Esa actitud de Carranza desconcertó a Francisco Villa e irritó al presidente norteamericano que, por cierto, había gestionado el involucramiento como mediadores de tres países latinoamericanos: Argentina, Brasil y Chile, que prestos se reunieron en Canadá. Fue algo similar al actual “Grupo de Lima”. Carranza no simpatizó con los latinoamericanos obsequiosos y no les dio espacio para actuar.

Huerta, como hoy Maduro, también rechazó las demandas y presiones de Washington, pero no pudo ni quiso oponer resistencia efectiva a la ocupación de Veracruz. La defensa simbólica del puerto corrió a cargo de alumnos de la Escuela Naval y de grupos civiles.

Washington nunca se propuso ampliar su acción militar más allá de Veracruz. Su objetivo no era ocupar el país sino deshacerse de Huerta. Para entonces el jefe de la dictadura ya estaba militarmente bastante más presionado por los propios revolucionarios mexicanos. A fines de junio, la División del Norte comandada por Francisco Villa derrotó, en un día, a los huertistas que se habían hecho fuertes en las alturas de Zacatecas y con eso quedó sellado el destino del general golpista y de su ejército.

Huerta renunció a la presidencia el 15 julio, salió del país el 20 y los norteamericanos desocuparon Veracruz en noviembre. Es claro que la presión norteamericana fue un factor importante en la caída de Huerta, pero no fue el único ni quizá el principal. Pero lo importante hoy es notar que Carranza nunca legitimó la invasión pese a que, en la práctica, le benefició y mucho. Tampoco aceptó la propuesta de Wilson de hacerse a un lado en favor de un presidente provisional ni de unas elecciones en los términos norteamericanos. La revolución tampoco se dejó presionar durante la redacción de la Constitución en 1916, pese a que, de nuevo, el ejército norteamericano estaba en Chihuahua buscando a Villa.

Al final, Washington reconoció a Carranza en los términos del coahuilense: primero “de facto” en 1915 y “de jure” en 1917, cuando Carranza ya había sido electo presidente en sus propios términos.

La experiencia mexicana de hace un siglo, aunada a otras anteriores y posteriores, han dejado su marca y eso explica la posición actual de México frente a los acontecimientos de Venezuela. Esa posición es resultado de la difícil relación histórica con Estados Unidos y sólo parcialmente obedece a lo que efectivamente pasa en la patria de Bolívar. Se trata de no avalar una intervención norteamericana allá para que no pueda luego avalarse otra acá. Así de simple y complejo.

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