El régimen de Maduro nunca ha estado tan aislado internacionalmente como en la actualidad; sin embargo, mantiene el apoyo de varios gobiernos. Rusia aparece como uno de los aliados fundamentales. Algunos hablan de una nueva “Guerra Fría” y afirman que así como la URSS logró “salvaguardar” al régimen cubano, así la Rusia de Putin logrará impedir la caída de Maduro. Estos analistas parecen olvidar que Rusia ya no es la Unión Soviética, la superpotencia de 320 millones que logró militarmente la “paridad estratégica” con los EE. UU. en 1973, que fue capaz de subsidiar financieramente a Cuba por más de tres décadas con cinco millardos de dólares anuales, además de comprar su azúcar a precios de favor y financiarle todos los gastos militares. Rusia es actualmente un país de 147 millones de habitantes, con su población eslava en disminución demográfica frente al aumento de habitantes musulmanes en varias regiones, que ya alcanzan varias decenas de millones y de cuya lealtad hay serias dudas, recuerden la guerra civil en Chechenia. Rusia es una economía inferior a la de Italia y apenas superior a la de España, extremadamente dependiente de la venta de hidrocarburos y armas. Rusia no tiene la capacidad económica de subsidiar al régimen madurista ni la capacidad militar de enfrentar a los EE. UU., particularmente en el hemisferio occidental. El objetivo ruso en Venezuela, además de proteger sus inversiones petroleras, es “molestar” geopolíticamente a los EE. UU. en América, en represalia a las sanciones y actuaciones norteamericanas en Crimea, Ucrania y Georgia. Pero no pueden ir más allá de la retórica y “gestos” simbólicos como enviar un par de aviones y unas centenas de asesores militares. A Rusia le interesa que EE. UU. se desgaste políticamente en Venezuela y que, en el ya inevitable cambio de gobierno, EE. UU. pague el costo
más alto posible en imagen y prestigio. Por eso, a menos que haya un acuerdo con los EE. UU. en otros temas de interés para Putin en su mal llamado “exterior cercano”, Rusia preferiría una intervención militar de EE. UU. en Venezuela a una solución negociada pacífica, por los altos costos políticos internos y externos que implicaría para EE. UU. Además, la alharaca sobre el nuevo “imperialismo” norteamericano taparía un poco las críticas al intervencionismo ruso en Ucrania, Crimea y Georgia.
El interés de China en Venezuela y en general en el hemisferio occidental no es geopolítico sino económico comercial. Sus intereses geopolíticos, por ahora, están básicamente en Asia. En Venezuela China quiere asegurarse el retorno de sus préstamos y salvaguardar sus inversiones en petróleo y materias primas en general, su apoyo a Maduro es eminentemente pragmático y estará dispuesta a hablar con el que responda al teléfono en Miraflores. Además, no olvidemos que sus intereses económicos-comerciales totales en Brasil, Argentina, Chile y en general en América Latina, superan ampliamente a los que tiene en Venezuela. Por tanto, el apoyo chino a Maduro es básicamente retórico e incluye sus “gestos” en el Consejo de Seguridad de la ONU. Durará hasta que deje de convenirle.
Rusia no tiene la capacidad económica de subsidiar al régimen madurista ni la militar de enfrentar a EE. UU.
Cuba es el aliado más consecuente de Maduro, porque el subsidio venezolano ha sido vital para ese régimen. Sin embargo, los cubanos deben percibir que el gobierno de Maduro no tiene futuro y que el subsidio se está acabando aceleradamente por el colapso de la economía venezolana. Por tanto, no es imposible que la apertura que Trump le está ofreciendo, si favorece una salida negociada en Venezuela, pueda atraer a Castro y a Díaz Canel. Irán es también un firme aliado, pero afectado por sanciones y en plena crisis económica.