La incipiente recuperación económica en Venezuela, la división en la oposición, el acercamiento sin disimulo entre Nicolás Maduro y el Gobierno de Estados Unidos, y el giro a la izquierda en Latinoamérica convirtieron el año 2022 en un talismán para el chavismo que, lejos de hundirse -como auguraban sus detractores-, avanza hacia la Presidencia indefinida.
Los vientos soplan a favor de Maduro y los astros parecen alinearse para el oficialismo a medida que se acercan las elecciones presidenciales, previstas para 2024, pero con posibilidades de adelantarse, como el propio mandatario ha reconocido públicamente en varias ocasiones este año.
Si todo progresa en la misma proporción durante 2023, la oposición, mermada, dividida y toda-*
vía sin candidato presidencial, tendrá que hacer frente al mismo chavismo que dio por ‘derrotado’ en 2019 y que, cual ave fénix, parece haber resurgido de sus cenizas ante los ojos incrédulos del autoproclamado ‘presidente encargado’, Juan Guaidó, cuyo mandato interino nunca se concretó.
Lejos de resultar un obstáculo, Guaidó se erigió, de manera involuntaria, como el mayor aliado de Maduro, al no cumplir con la promesa de sacar al mandatario chavista del poder y convertir a Venezuela en el paraíso soñado, lo que lo hizo cosechar detractores donde antes tenía fieles seguidores.
Ahora, divididas en varias formas de oposición y sin liderazgos robustos, las fuerzas opuestas a Maduro aparecen pequeñas a ojos del venezolano común, que no ve una oportunidad real de poner fin al chavismo mientras se mantengan como contendientes los mismos que los engañaron con utopías en los últimos años.
Los Gobiernos de EE.UU. y Venezuela, enemigos históricos, concretaron el pasado marzo un acercamiento -imprevisible hace tan solo un año-, cuando Maduro recibió en Caracas a una delegación de la Casa Blanca, con cuyos integrantes abordó, entre otros asuntos, la posibilidad de volver al diálogo con la oposición, suspendido en octubre de 2021 por decisión del chavismo y retomado el pasado noviembre.