Por VIRGINIA LÓPEZ GLASS 18 de febrero de 2019 nytimes.com
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Había visto las fotos en blanco y negro de niños alemanes que usaban fajos de dinero como bloques de construcción durante la República de Weimar. Había leído sobre el precio exorbitante del pan en Zimbabue y de cómo las personas llevaban su efectivo en carretillas. Sin embargo, nada de lo que leas puede prepararte para la vida con hiperinflación.
En gran medida, la hiperinflación en la República de Weimar fue el resultado de la reparación: pagos impuestos a Alemania después de la Primera Guerra Mundial. En Zimbabue, fue el resultado de las políticas de reforma agraria de Robert Mugabe, así como de la subsecuente caída en la producción de alimentos y las inversiones extranjeras.
No obstante, en Venezuela ha sido el resultado de dos décadas de pésima gestión económica, despilfarro del gasto público, deuda gubernamental a pesar de las ganancias extraordinarias e históricas del petróleo y corrupción épica. El que alguna vez fue el país más próspero de la región se convirtió en un desastre provocado por el ser humano.
Conforme la crisis política venezolana alcanza nuevos niveles y se acumula la presión internacional contra Nicolás Maduro, la hiperinflación y el hambre que ha sembrado podrían empeorar. Sin embargo, son estos factores los que lo podrían expulsar del poder. Al final, la hiperinflación no perdona a nadie.
La inflación en Venezuela comenzó a aumentar poco a poco después de que Maduro se hizo con el poder en 2013. Como periodista, comencé a informar acerca de cómo ese problema, junto con la escasez crónica de alimentos, era uno de los motivos por los que la vida se había vuelto tan difícil en 2014.
Los controles de los precios provocaron que la comida subsidiadadesapareciera de los estantes. Cuando encontrabas aceite de cocina, harina de maíz o azúcar, podías compensar el costo de alimentos más costosos revendiendo los productos baratos en el mercado negro o al otro lado de la frontera. Se convirtió en un negocio tan rentable que pronto surgió un nuevo empleo: los bachaqueros, o comerciantes hormiga, llevaban de todo a Colombia para vender, desde jabón hasta leche en polvo, y en un día ganaban hasta cinco veces lo que obtenían trabajando un mes en sus empleos formales.
Mientras los estantes se vaciaban bajo este esquema, Maduro culpaba a “la guerra económica” librada desde el extranjero. Los simpatizantes del gobierno que se formaban en filas kilométricas afuera de las tiendas de comida aún le creían en ese entonces.
Para 2015, Venezuela tenía la peor tasa de inflación del mundo. Algunos alimentos jamás han vuelto a los estantes. Los propietarios de las tiendas comenzaron a usar máquinas para contar dinero. La gente llevaba bolsas llenas de efectivo. Para 2016, la tasa de inflación había aumentado más de un 700 por ciento.
En ese entonces, entrevisté a Hugo Lugo, coleccionista de monedas inusuales y billetes viejos. En su tienda numismática, Lugo, un historiador autodidacta, me dijo que lo que había comenzado como un pasatiempo se había vuelto un doloroso recordatorio del giro que había dado el país. Al lado de los billetes poco comunes utilizados durante los mejores años del país —y ahora protegidos cuidadosamente en sobres de plástico a manera de bóveda— se encontraba un estante de cristal donde había dejado descuidadamente billetes arrugados más recientes. Impresos menos de tres años antes, mencionó, en ese momento ya no tenían valor alguno.
Para finales de 2017, la tasa de inflación superaba el 50 por ciento al mes. Era un punto de quiebre: los economistas dijeron que habíamos entrado oficialmente a la etapa de la hiperinflación. La inflación es un gran problema, pero la hiperinflación es otra historia totalmente distinta.
La hiperinflación afecta con más fuerza a los más pobres. En promedio, los venezolanos han perdido 11 kilos de peso corporal y casi el 90 por ciento ahora vive en condiciones de pobreza. Visité a madres en los barrios marginales de Caracas que han pasado de reducir las porciones de sus hijos a hacer que se salten comidas por completo.
Marilyn Alma, madre de tres, tuvo que renunciar a la custodia del mayor de sus hijos porque ya no podía alimentarlo. Una semana, una docena de huevos le costaba a Alma tres días de salario; la siguiente semana, el costo se duplicaba. Los huevos, la fuente más barata de proteína, ahora son un sueño distante para la gran mayoría de la gente. Alma, que alguna vez había sido férrea simpatizante del gobierno, me dijo: “Maduro traicionó al país”.
La clase profesionista también se ha visto afectada. En los vecindarios de clase media, los grandes supermercados que antes estaban llenos de víveres importados ahora están medio vacíos y ofrecen versiones más baratas de los artículos que tenían antes. Los profesionistas solo pueden comprar dos o tres productos y los jubilados a menudo deben dejar artículos que ya no pueden permitirse. Los ahorros de toda su vida y sus pensiones de pronto han perdido su valor por completo.
La hiperinflación también ha implicado la fuga de cerebros. Los jóvenes ingenieros o médicos ahora están trabajando como meseros en Bogotá, Colombia, o como vendedores en Lima, Perú. “La peor parte es que envían remesas para ayudarnos”, me dijo hace poco Melani Delgado, mientras se esforzaba por no llorar: sus dos hijos se han ido. Delgado, dentista de medio tiempo, dijo que alguna vez pudo enviar a sus hijos a universidades privadas gracias a su salario. Hoy las remesas se están convirtiendo rápidamente en el sustento de los que se han quedado en el país. “Este gobierno desintegró a las familias venezolanas y convirtió a los padres en parásitos”, comentó.
Si perteneces a la mayoría menguante que tiene acceso a los dólares, puedes compensar hasta cierto punto el aumento en los precios con el tipo de cambio del mercado negro de divisas. Quizá puedas sobrevivir, pero es imposible planear con algo que cambia todos los días, adaptarte a la destrucción que te rodea.
Para los que tienen acceso a los dólares, vivir con hiperinflación es desmoralizante. Un kilo de mantequilla a 6000 bolívares (el equivalente a dos dólares, o un tercio del salario mínimo mensual) es obscenamente costoso. Pagar 30 dólares por una botella de 17 onzas de aceite de oliva parece un crimen. Un día esa botella cuesta el equivalente a cinco salarios mínimos, pero es probable que eso cambie la mañana siguiente. La filosofía de “eludir el sistema” ahora se siente como una manera de eviscerar la economía de tu país.
En una economía de hiperinflación, comprar comida se vuelve tu única prioridad. Sin embargo, incluso para los que están en el negocio de la venta de alimentos, la hiperinflación es un juego de perder. Los controles estrictos de precios implican que la producción, la distribución o la comercialización de alimentos te pueden llevar a la bancarrota o, si vendes con un margen de ganancias, a la cárcel.
“Mientras que la gente siente que sus salarios se están evaporando, yo siento que el trabajo de dos generaciones de mi familia podría desaparecer de la noche a la mañana”, me dijo el propietario de un supermercado, quien pidió mantener el anonimato. Decenas de ejecutivos, gerentes y empleados en los negocios de distribución de alimentos han sido encarcelados por cargos de manipulación de precios, acaparar alimentos o conspirar contra el gobierno. Hablar con los periodistas o incluso permitir que filmen dentro de las tiendas también puede ser motivo para que termines en la cárcel.
La decisión reciente de eliminar cinco ceros de la moneda anterior se volvió obsoleta en cuestión de meses. Venezuela ahora tiene dos monedas que circulan simultáneamente —el bolívar fuerte y el bolívar soberano—, y ninguna tiene valor.
El colapso económico de Venezuela se está convirtiendo rápidamente en un conflicto internacional. La incapacidad de Maduro de resolver una crisis económica con escasez desenfrenada de alimentos y medicinas ha provocado una crisis humanitaria en la que cientos de personas, como Hugo Lugo, el numismático, han muerto a causa de enfermedades que se pueden prevenir.
A su vez, esta crisis humanitaria ha llevado al éxodo de más de tres millones de personas, como Delgado, la dentista de medio tiempo, quien ya se reunió con sus hijos en el extranjero. Es la peor crisis de migración que se ha vivido en el continente americano en este siglo y una que nuestros vecinos ya no pueden asumir.
Mientras que un número cada vez mayor de países condenan a Maduro por ser presidente ilegítimo, las filas afuera de las tiendas de comida o en la frontera se vuelven más largas. Más del 80 por ciento de los venezolanos quieren que Maduro renuncie. Como Alma, lo culpan a él y no a la “guerra económica” por la destrucción del país. Para Maduro, la hiperinflación es la fuerza que está poniendo en su contra a la mitad del mundo y a todo su país.
Virginia López Glass es periodista. Ha dado cobertura a Venezuela y América Latina para los medios internacionales y fue corresponsal sénior de Al Jazeera English.