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Por qué los supremacistas blancos beben tanta leche (y los genetistas están preocupados)

Por AMY HARMON 19 de octubre de 2018 nytimes.com

En ninguna parte de la agenda de la reunión anual de la Sociedad Estadounidense de Genética Humana, que se celebrará esta semana en San Diego, California, se encuentra un tema que atormenta a muchos de sus miembros: la apropiación recurrente de la investigación en este campo en aras de la supremacía blanca.

“Es difícil arriesgarse en asuntos políticos”, señaló Jennifer Wagner, una especialista en bioética y presidenta del comité de asuntos sociales del grupo, quien había buscado reunir a un panel para tratar el uso racista de la genética, pero no encontró mucha resonancia.

Sin embargo, el fantasma del pasado deshonroso de este campo, que incluye el apoyo al movimiento eugenista estadounidense, es importante para muchos genetistas a la luz de la política actual de la identidad blanca. También les preocupa la manera en que las nuevas herramientas que les permiten centrarse en la base genética de algunas características candentes, como la inteligencia, serán malinterpretadas para adaptarse a las ideologías racistas.

En meses recientes, algunos científicos han detectado distorsiones de sus propios artículos académicos en foros de internet de la extrema derecha. Otros han contestado consultas confusas sobre reivindicaciones de la superioridad de los blancos envueltas en la jerga de la genética humana. Los conceptos erróneos acerca de la forma en que los genes influyen en las marcadas desigualdades raciales de Estados Unidos han surgido en discusiones —cada vez más acaloradas— sobre las diferencias en el rendimiento escolar, la inmigración y el mantenimiento del orden.

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Según los expertos que investigan la extrema derecha, en vez de los indicadores descartados desde hace mucho tiempo, como la circunferencia del cráneo y el árbol genealógico, los partidarios actuales de una jerarquía racial se basan en una interpretación errónea de la investigación sobre el genoma humano. Además, en debates que se han limitado mayoritariamente a foros en una torre de marfil, los científicos cuyo trabajo es extraer las variaciones genéticas de la humanidad para el bien colectivo están debatiendo cómo reaccionar.

“Es más fácil estudiar la diversidad genética humana en una sociedad donde se valora y celebra claramente la diversidad; eso lo tengo muy presente en este momento”, comentó John Novembre, un biólogo evolucionista de la Universidad de Chicago que tiende a finalizar sus seminarios con un ejemplo clásico de selección natural, que ahora se ha usado para fines antiliberales.

Una diapositiva que Novembre incluye en sus conferencias recientes muestra un grupo de nacionalistas blancos bebiendo leche a grandes tragos durante una reunión en 2017, esto con el propósito de atraer la atención hacia una característica genética que se sabe es más común en los blancos que en otras razas: la capacidad de digerir la lactosa en la edad adulta. También muestra una publicación en las redes sociales de una cuenta llamada “Pasa a la zona de leche” con un mapa extraído de un artículo científico sobre la historia evolutiva de esa característica.

En el artículo se explica que en la mayoría del mundo, el gen que permite que se digiera la lactosa se apaga después de la infancia. Pero con la llegada de los primeros pastores de ganado a Europa hace unos cinco mil años, una mutación aleatoria que lo dejó encendido proporcionó una ventaja nutricional suficiente para que casi todos los que sobrevivieron lo portaran a largo plazo. En la publicación, el vínculo va acompañado con un fragmento de un discurso de odio que exhorta a las personas de ascendencia africana a salir de Estados Unidos. “Si no puedes tomar leche”, dice una parte, “tienes que regresar”.

Una verdad incómoda para los supremacistas blancos es que algo similar en la evolución sucedió entre los ganaderos del este de África. Novembre afirma que los científicos tienen que ser más conscientes de la lente racial a través de la cual se filtran algunos de sus descubrimientos básicos y deben detectar mejor la manera en que pueden tergiversarlos.

No obstante, el capricho de los nacionalistas blancos con los productos lácteos también reforzó las inquietudes de Novembre sobre cómo manejar los nuevos estudios evolutivos que tienen que ver con características del comportamiento, como cuánto tiempo permanece la gente en la escuela.

Con el fin de anticiparse a las interpretaciones equivocadas de un estudio nuevo sobre la forma en que los genes asociados a la obtención de escolaridad superior, que se identifican en los europeos, variaban en poblaciones diferentes en todo el mundo, el director del estudio, Fernando Racimo, creó su propio documento de “preguntas frecuentes” para quienes no son científicos y lo publicó en Twitter.

Y en un comentario que acompañaba ese artículo de la revista Genetics, Novembre advierte que ese tipo de investigación está “envuelta en muchas salvedades” que probablemente se malinterpreten.

Su comentario concluye: “Se debe tener mucho cuidado al divulgar los resultados de estos estudios al público en general”.

Algunos de estos públicos ya están presumiendo como si fueran credenciales de identificación racial los resultados de las pruebas de ascendencia del ADN que señalan una herencia exclusivamente europea. Exaltan rastros de ADN de neandertales que no se encuentran en la gente que solo tiene ascendencia africana. También intercambian mensajes con el término codificado “realismo de raza” o “racialismo”, que se basa en la afirmación de que el sistema científico liberal ha ocultado la verdad acerca de las diferencias raciales biológicas.

Algunos científicos sugieren que involucrarse con racistas simplemente daría credibilidad a afirmaciones evidentemente engañosas. Muchos señalan que, en todo caso, no estudian la raza: las categorías raciales empleadas por el censo estadounidense se correlacionan de manera imperfecta con los agrupamientos del origen geográfico que son de interés para los genetistas evolutivos. Por ejemplo, “negro” es un término definido socialmente que incluye a muchos estadounidenses que tienen mayoritariamente ascendencia europea.

Sin embargo, conforme se ha acelerado el ritmo de la investigación en la genética de la población humana, se han obtenido resultados que, al parecer, para muchos que no son científicos, cuestionan la idea de la raza como una interpretación totalmente social.

Las pruebas de ascendencia genética dan a conocer “cálculos de etnicidad” (la senadora Elizabeth Warren recurrió esta semana a las autoridades en ADN para demostrar su herencia indígena estadounidense, como respuesta a las burlas del presidente Donald Trump), y ha resultado que algunos genes relacionados con el riesgo a ciertas enfermedades son más comunes entre grupos de determinada ascendencia genética. Los médicos emplean como indicador de la ascendencia geográfica la raza que los mismos pacientes dan, debido a que las lecturas individuales de ADN son costosas y, aunque la correlación no es perfecta, existe.

Además, a medida que las bases de datos de ADN vinculadas a los registros médicos y a los cuestionarios personales han alcanzado una masa crítica para los individuos de ascendencia europea, se están desarrollando las llamadas valoraciones poligénicas que sintetizan en un solo número los cientos o miles de genes que contribuyen con muchas características humanas para predecir riesgos a la salud y, en algunos casos, comportamientos.

A mediados del año pasado, los investigadores desarrollaron una valoración que puede predecir con el ADN el nivel aproximado de escolaridad al que llegan los estadounidenses blancos. Y aunque esas valoraciones todavía no pueden compararse entre grupos raciales o poblacionales, las nuevas técnicas han inducido a algunos científicos a pensar que este campo tiene la responsabilidad de prevenir interpretaciones erróneas pero predecibles.

“Debes saber cuándo tienes información poderosa que pueda emplearse indebidamente”, señaló David Reich, un genetista de la Universidad de Harvard que en un libro reciente y en un artículo de opinión de The New York Times ha exhortado públicamente a sus colegas a que aborden la posibilidad de identificar diferencias genéticas entre las poblaciones con relación a características socialmente delicadas.

Los científicos subrayan que no hay pruebas de que las diferencias ambientales y culturales no sean el factor principal de las diferencias de comportamiento entre los grupos poblacionales.

Muchos genetistas muy reconocidos en este campo afirman que no tienen la capacidad de comunicarse con un público general sobre ese tema tan complejo y delicado. Algunos sugieren que los periodistas realicen esa tarea. Varios se negaron a hablar en forma oficial para este artículo.

Además, como aún hay mucho que no se sabe, a algunos científicos les preocupa que refutar conceptos erróneos sin poder ofrecer respuestas definitivas pudiera ser más perjudicial que beneficioso.

“Con frecuencia existen muchas capas de incertidumbre en nuestros descubrimientos”, comentó Anna di Rienzo, profesora de Genética Humana de la Universidad de Chicago. “Resulta muy muy difícil poder comunicar ese nivel de incertidumbre a un público que a menudo ve las cosas en blanco y negro”.

Como una medida para cambiar eso, Di Rienzo ha ayudado a organizar en la Universidad de Harvard una reunión de científicos sociales, genetistas y periodistas para la próxima semana con el fin de hablar sobre las implicaciones sociales de las herramientas más nuevas del campo.

Se ha prometido a los participantes que la reunión estará restringida a menos de cuarenta invitados y que todas las observaciones que se hagan ahí serán confidenciales.

David L. Nelson, un genetista de la Escuela de Medicina de Baylor y presidente de la sociedad de genética humana, señala que no se quedará totalmente callado al respecto, y prometió hacer una declaración más adelante en esta semana.

“No existen pruebas genéticas que apoyen ninguna ideología racista”, afirmó.

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