Ya estamos en el horror. Las tropas rusas destruyen y matan. La invasión avanza pese a que encuentra resistencia. Putin conmina al ejército de Ucrania a deponer al gobierno legítimo y a rendirse para luego “negociar”. Y decenas de miles de ucranianos abandonan sus casas y se echan a las carreteras del oeste en busca de la frontera con Polonia o Eslovaquia. El miedo les hace huir.
¿Qué hacer? Nadie quiere, razonablemente, por temor al conflicto militar con Putin que alardea de potencia nuclear, intervenir en Ucrania que no pertenece a la OTAN y que por tanto no hay obligación jurídica de defender. Algunos países envían armas, sabiendo que la victoria rusa es inevitable y que aumentarán el coste en vidas humanas y destrucción. Los países europeos se preparan a acoger una oleada de refugiados que puede llegar hasta los cinco millones. Y se toman duras medidas económicas de castigo que difícilmente cambiaran los designios de Putin cuya prioridad es controlar Ucrania como primer paso –Biden dixit– para reconstituir el imperio soviético.
Pero las sanciones económicas –lo mínimo que Occidente debe hacer– son un arma de doble filo porque nos rebotarán con un aumento del precio del gas, del petróleo y de los cereales (Rusia y Ucrania son grandes productores). En suma, con todavía más inflación y peores expectativas económicas. Hay que castigar a Rusia, aunque nos hagamos daño, pero con unos límites. Que sus efectos no perturben mas unas sociedades ya sacudidas por la protesta populista de extrema derecha.
Esta es la situación cuando Putin, en su intento de recuperar el imperio soviético cuya caída cree que fue la gran desgracia del siglo XX, recuerda al Hitler de 1938 cuando, veinte años después de la derrota alemana en la primera guerra mundial, exigía mas espacio vital. Ucrania es la Austria de hoy, con la grave diferencia de que Putin se abre camino hacia Kiev a sangre y fuego cuando lo de Hitler hasta Viena fue un paseo militar.
¿Podía haberse evitado la invasión de Ucrania? Es cierto que Biden y los gobiernos europeos han reaccionado con energía y no se han rendido como Daladier y Chamberlain en Munich con la excusa de preservar la paz. Pero, a toro pasado, está claro que Occidente pecó de ingenuidad ante Putin, quizás porque las sociedades libres se resisten a creer que los autócratas no vacilarán en recurrir a la fuerza bruta.
Los países del Este que forman parte de la OTAN –empezando por los tres bálticos– no pueden estar hoy como Ucrania porque gozan del amparo de su artículo quinto (cualquier ataque a un país miembro será repelido como si fuera contra todos los países de la organización). Y fueron esos países los que temerosos del oso ruso pidieron entrar en la OTAN.
Ucrania no forma parte, pese a la invitación sugerida por el presidente Bush II en 2008, porque los países de la Alianza creyeron, entonces acertadamente, que no era conveniente tomar iniciativas que pudieran despertar la alarma rusa. Y el Putin de 2008 no parecía el de 2022. Pero la actitud debió cambiar en 2014 tras la violación de las fronteras por la fuerza militar y la anexión de Crimea. Entonces, en 2014, Occidente, además de expulsar a Rusia del G-8, debió dar entrada a Ucrania en la OTAN. Esa era la obligada reacción –el no Munich– ante Putin.
Hoy los países bálticos y otros del este europeo como Polonia no están tranquilos y tiemblan ante el expansionismo ruso, pero están protegidos por su pertenencia a la OTAN. Si en 2014, como castigo a Putin por Crimea, Ucrania hubiera entrado en la OTAN, hoy no estaríamos impotentes ante la grave conmoción para el orden mundial –y a sus consecuencias económicas– que es la invasión de Ucrania.
¿Por qué Occidente no reaccionó como debía en 2014? Porque sus dirigentes, Obama en Estados Unidos, Merkel en Alemania, David Cameron en Gran Bretaña y Hollande en Francia, estaban centrados en sus problemas internos –de distinta magnitud– y en capear el descontento social que siguió a la grave crisis económica del 2008. Y el populismo ya atenazaba a las democracias como se vio poco después con el “Brexit” y la victoria de Trump en las elecciones del 2016.
Un Trump que, por cierto, acaba de aplaudir el valor de Putin al invadir Ucrania.