Un paso más en la crisis. Ese es el único balance claro de los dos días de agitación a raíz del nuevo desafío de Juan Guaidó al Gobierno de Nicolás Maduro. Un paso sí, pero sin saber muy bien en qué sentido. Está claro que Maduro ha pasado sus peores horas en tiempo, pero ¿la oposición se hizo más fuerte? ¿Tiene hoy más posibilidades de derrotar al Gobierno?
Las preguntas se multiplican, pero al mismo tiempo conviene retener algunas certezas que quizá acompañen a entender me
jor hacia dónde va Venezuela. Lo primero que conviene entender es que Venezuela se ha convertido en un Estado fallido. Con todas las letras, con todas sus consecuencias. No es posible establecer comparaciones con Zimbabue, Afganistán o Libia, porque cada uno fracasa a su manera, cada uno tiene sus recursos y sus problemas.
Pero en la base, en lo sustancial, es lo mismo. El Estado no funciona, en su lugar se ha instalado una economía criminal mucho mayor que la oficial, mientras la mayoría de la población no tiene recursos básicos, ya no para acabar el día, en muchos casos ni siquiera para empezarlo.
Un estado sin gobierno, o mejor dicho a pesar de tener dos presidentes, ninguno de ellos gobierna. Luchan por el poder. Uno por mantenerlo, el otro por conseguir los resortes con los que su autoproclamada presidencia tenga algún sentido. a batalla política ha divido al país y cada nuevo giro parece alejar más la posibilidad de una transición sin violencia. Es ahí donde se hace fuerte el Ejército.
Aunque nadie gobierne el país,
los militares se han dado cuenta de que son ellos quienes realmente mandan en Venezuela, de ahí que el Gobierno reivindique la unidad de las fuerzas armadas y la oposición busque la deserción de los oficiales de mayor rango. A falta de un mínimo espacio político para el diálogo, quienes controlan las armas tienen el poder. Si hubieran seguido el levantamiento, es probable que Maduro hubiera acabado cogiendo ese avión rumbo a Cuba.
Pero no sucedió. Como tampoco salieron a la calle para reprimirlo. Maduro tardó casi 20 ho ras en hablar. Para sus partidarios el día les debió parecer que duraba un siglo. El Ejército era la clave y todavía hoy es una incógnita cómo puede reaccionar a medida que la crisis se vaya agravando.
Una parte de ese Ejército ya se ha adaptado a la economía de guerra y vive del comercio de materias primas extraídas de la entrañas y gestionadas por traficantes y grupos criminales a los que protegen; otros viven de las prebendas mismas del cargo. Pero otra parte, son solo militares entrenados para defender el interés nacional y aunque no estén a favor de un gobierno fracasado, sin capacidad de hacer frente a la debacle, todavía no se han pronunciado.
La oposición sabe que por ahí van los tiros. El riesgo es que la batalla pase a las armas definitivamente. Maduro se mueve mucho mejor en el conflicto que en el diálogo y con la posibilidad de llegar a acuerdos políticos en situación de mínimos, solo los militares pueden cambiar el futuro de Venezuela. Para bien o para mal, ellos mandan.