En política exterior, el realismo parte del principio de que todos los estados son conscientes de que pueden ser víctimas de una guerra iniciada por un vecino porque no existe ninguna autoridad ni tratado que pueda impedirlo. De acuerdo con este principio, y en el caso de Ucrania, determinados pensadores y políticos nos repiten ahora que la ampliación de la OTAN en los países que habían sido de la órbita soviética debía ser interpretada por Rusia como una amenaza que tarde o temprano podría materializarse, por mucho que los gobiernos occidentales actuales le aseguraran lo contrario. La conclusión a la que llegan es que si la OTAN no se hubiera ampliado, ahora Rusia no estaría invadiendo Ucrania. Sin dejar de condenar a Putin, consideran que los países occidentales son los causantes últimos del actual sufrimiento.
El problema con ese razonamiento es que es inconsistente. Insiste en que es necesario aplicar el principio del realismo (en vez de un denominado “idealismo liberal”), pero solo lo hace a medias. Como mínimo, a lo que nos lleva este principio es a tres conclusiones:
1.ª Occidente fue estrictamente realista con la ampliación de la OTAN en las Repúblicas Bálticas, Polonia y el resto de exsatélites soviéticos. Precisamente porque ningún país puede confiar en su vecino, ni ellos ni nadie debían confiar en Rusia, y, de hecho, la pertenencia a la OTAN es su garantía actual y un refuerzo a la del resto de Europa.
2.ª Constituyó un error imperdonable proponer –como lo hizo Bush en el 2008– que Ucrania podría incorporarse a la OTAN. Para Rusia, este anuncio significaba que mañana sería un enemigo en ciernes pero que hoy todavía podía ser atacada.
3.ª Ni antes ni después de la invasión resultan suficientes la neutralidad y el desarme de Ucrania para garantizarle ni la paz ni la integridad territorial. Rusia ya las garantizó ambas, en el tratado de Budapest de 1994, a cambio del traslado de las armas nucleares de Ucrania a Rusia, y no las ha respetado.
Quizás la menos mala de las salidas de la guerra sea un acuerdo mediante el cual Ucrania ceda a Rusia una parte de su territorio (al menos Crimea y las dos repúblicas orientales del Donbass) y se comprometa a la neutralidad militar. Constituiría una repetición del camino seguido por Finlandia hace un siglo. Pero, de acuerdo con el principio realista, esta solución solo sería viable en la medida en que la OTAN sea el garante. Zelenski no está en condiciones de proponerla porque no podría obtener garantías reales de que la parte rusa cumpliría su parte. Si Ucrania quiere salir medianamente bien parada de la invasión no le queda más remedio que resistir y esperar a que Rusia se vea obligada a pactar con la OTAN –que, de momento, significa con
Ni antes ni después de la invasión es suficiente la neutralidad y el desarme del país
EE.UU.– una finlandización que será traumática, pero que, a la larga, puede resultar una bendición.
En conclusión, los defensores del realismo en política exterior tienen razón cuando acusan a occidente de provocar a Rusia sugiriendo la incorporación de Ucrania a la OTAN, pero se equivocan cuando proclaman que la invasión hubiera podido ser evitada renunciando a la ampliación de ésta. Más bien al contrario, ahora Ucrania no sería atacada si se hubiera adherido cuando lo hacía Polonia, es decir, mientras Rusia era incapaz de reaccionar. Después de todo, es el realismo el que dice que no hay forma de que un país débil pueda estar seguro al lado de uno poderoso a menos que otro tan poderoso lo proteja.