En su último álbum, el Niño de Elche hace un repaso antológico y heterodoxo por el mundo del flamenco –meramente formal, no ideológico; conformismo o cobardía– en el que por su gracia destaca la «Rumba y bomba de Dolores Flores», homenaje explícito a la Faraona de los tiempos del Florida Park, arrevistada, silvestre, provocadora, sin pendientes y tampoco límites. La letra de la pieza puede servir como banda sonora del atentado contra Nicolás Maduro: «¿Usted tiró la bomba? No/ Y usted? No/ Pues ¿quién tiró la bomba?/ ¿La bomba quién tiró?/ ¿Que quién tiró la bomba?/ ¿La bomba quién tiró?/ Atención/ Atención a la explosión/ Ay, ay, ay, ay, ay,/ Cuatro/ Tres/ Dos/ Uno/ Booooom/ ¿Que quién tiró la bomba?/ ¿La bomba quién tiró?». Y así hasta el final, con la «bomba del tocotrón, tron, tron». Lola Flores, que en gloria esté, no hubiera cantado mejor una rumba que, como el chavismo, también viene de Cuba.
Afortunadamente, Nicolás Maduro salió ileso de este chapucero ataque con drones y explosivos, lo que hace albergar esperanzas en que algún día sea juzgado por sus crímenes. El tiranicidio está bien visto, incluso por Tomás de Aquino, pero matar a Maduro no puede ser la opción de una sociedad avanzada, por mucho atraso que acumule Venezuela, víctima de una revolución bolivariana en la que incluso el terrorismo da muestras de su pobreza de medios. Más que un ataque planificado por militares
rebeldes, pareció un aviso, y no sobre los planes de una banda que se hace llamar Soldados de Franela, sino sobre la vulnerabilidad de un régimen cuya guardia pretoriana sale corriendo en cuanto hace explosión un cohete. La Fuerza Armada Nacional Bolivariana declaró ayer su «irrestricta lealtad» a Nicolás Maduro, pero los soldados que lo protegen tienen más miedo que vergüenza. Quizás hambre. En la Venezuela de Maduro, que Dios guarde y la Justicia espere, lo único que tienen para echarse a la boca son mentiras. ¿Quién tiró la bomba? Juan Manuel Santos y los agentes de Estados Unidos. Estamos servidos.