Como represalia por la presunta responsabilidad de Israel en el derribo, el pasado 18 de septiembre, de un avión de reconocimiento ruso Il-20, catástrofe causada por un misil S-200 disparado por la defensa antiaérea siria y en la que perecieron los 15 tripulantes, Moscú decidió ayer dotar al Ejército sirio de misiles S-300. El Gobierno hebreo llevaba años presionando al Kremlin para evitar que estos cohetes, mucho más modernos y precisos que los S-200, cayeran en manos del régimen de Bashar al Assad.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, habló ayer por teléfono con el presidente ruso, Vladímir Putin, para expresarle su malestar y alertar de que los S-300 contribuirán a «crear nuevas amenazas en la región». Netanyahu dejó claro que su país «seguirá defendiendo su seguridad» y culpó del incidente del Il-20 a Irán y Siria.
Ayer también puso el grito en el cielo el asesor de seguridad nacional estadounidense, John Bolton, quien en declaraciones a la prensa en Nueva York pidió a Rusia que se «replantee» suministrar a Siria los S-300. «Creemos que entregar los S-300 al Gobierno sirio sería una escalada significativa por parte de los rusos». El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, se propone tratar este asunto en Nueva York con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov.
Sin embargo, Putin en su conversación con Netanyahu insistió en que fueron los pilotos de la aviones de combate israelíes F-16, que atacaban objetivos en Latakia para impedir una supuesta transferencia de nuevos armamentos a Hizbolá, los que «con sus acciones provocaron la tragedia».
Quien ayer anunció la entrega a Siria de los misiles S-300, en un plazo máximo de «dos semanas», fue el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú. Según sus palabras, los S-300 «son capaces de interceptar aparatos a una distancia de más de 250 kilómetros y pueden atacar al mismo tiempo varios blancos en vuelo».