La soledad diplomática de Rusia es cada día más amplia. El poder de veto de Moscú en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas bloqueó la adopción de una resolución bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU que hubiese permitido tomar las medidas necesarias para restablecer la paz y la seguridad, incluido el eventual uso de la fuerza. Once de los 15 miembros se pronunciaron a favor de condenar a Rusia (incluyendo Brasil y México) con la abstención de China, India y Emiratos Árabes (por ejercer a partir del 1 de marzo la Presidencia pro témpore del Consejo). Más de 50 países no miembros del Consejo de Seguridad copatrocinaron el texto presentado por EE.UU. y Albania en demostración del firme rechazo que merece el comportamiento deplorable e ilegal de Rusia.
La decisión de China de abstenerse puede considerarse un logro diplomático occidental y una señal que refleja el grado de aislamiento internacional que enfrenta Rusia. El disimulado apoyo de Beijing a Moscú, reflejaría ciertos límites de tolerancia diplomática a pocas semanas de que China y Rusia declararan una asociación sin límites, apoyándose mutuamente en los enfrentamientos sobre Ucrania y Taiwán con la promesa de colaborar conjuntamente contra EE.UU. y sus aliados occidentales. En ese contexto, es evidente que alguna circunstancia o reflexión alteró los planes de China para no utilizar su veto junto a Rusia.
El anacrónico derecho de veto exclusivo de los Miembros Permanentes muestra el pecado original de la fundación de la ONU. Convierte a Naciones Unidas en un instancia incapaz de tomar decisiones sustantivas, efectivas y obligatorias para todos los miembros, cuando involucra el comportamiento o intereses sea de Rusia, Estados Unidos, China, Reino Unido o Francia. Pese a que Rusia rompió las reglas básicas del orden internacional y violó la Carta de la ONU, la capacidad de vetar lo protege de una condena multilateral con efectos obligatorios, incluso de medidas específicas de acción colectiva en su contra. El frustrado proyecto de resolución instaba al Kremlin, en los términos más severos, a cesar en el uso de la fuerza, el retiro y repliegue de las unidades militares invasoras y lo obligaba a revocar el reconocimiento de las autoproclamadas repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk.
Es probable que un texto de lineamientos similares se presente ante la Asamblea General donde el veto de Rusia no cuenta. Aunque las resoluciones de la AGNU no son de carácter obligatoria ni tienen la misma relevancia, representa un mensaje contundente de la comunidad internacional en rechazo al comportamiento deplorable e ilegal de Rusia.
Diversos organismos regionales están adoptando condenas al uso de la fuerza en las relaciones internacionales. La OEA es un ejemplo al señalar que es una invasión ilegal, injustificada y no provocada. Es de lamentar que la Argentina se haya abstenido y siga a contrapelo de su tradición diplomática. Es de esperar que cuando se vote una resolución en la Asamblea General de Naciones Unidas la Argentina haya recapacitado y se sume a la mayoría de la comunidad internacional para deplorar aspiraciones expansionistas como los de Rusia en Ucrania.
*Ex vice canciller