El ataque de Rusia a Ucrania ha provocado que la UE y Estados Unidos pongan en marcha una batería de sanciones para tratar de frenar la ofensiva de Vladímir Putin. Entre las medidas que se barajan, la que más podría afectar al sector financiero sería la expulsión del país del sistema Swift, como ya ha solicitado el presidente ucranio, Volodímir Zelenski. Esta herramienta supondría un duro varapalo para Rusia, aunque también tendría consecuencias impredecibles para la economía del resto del mundo: una gran arma de presión de doble filo.
El sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication o sociedad para las comunicaciones interbancarias y financieras mundiales) se fundó en 1973 y tiene su sede en Bélgica. Es la herramienta utilizada para las comunicaciones interbancarias. Conecta a miles de instituciones financieras de todo el mundo y facilita las transferencias de dinero de forma segura. Se trata de una cooperativa de miles de instituciones que usan este servicio de comunicación seguro para sus miembros. Es decir, no es un sistema de pagos.
“Ofrecemos a la comunidad una plataforma de mensajería, normas de comunicación y productos y servicios que facilitan el
acceso y la integración, la identificación, el análisis y el cumplimiento con la prevención de los delitos financieros”, explica en su web. Swift está supervisado por el Banco Nacional de Bélgica y representantes del Sistema de la Reserva Federal de EE UU, el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y otros grandes bancos centrales.
Las consecuencias financieras de excluir del sistema a un Estado de la envergadura económica de Rusia son múltiples. En primer lugar, afectaría al propio país que preside Putin. En 2014 el Gobierno ruso ya pronosticó que su PIB caería un 5% si le sacaban de Swift, una medida de presión que también se barajó entonces. Esta caída de la economía se explicaría por la dificultad de sus entidades y empresas para mantener
sus negocios con el exterior de manera segura, ya sea para exportar o importar. Putin lleva tiempo creando un sistema propio para paliar los posibles efectos.
Los efectos no se circunscribirían solo al territorio ruso, sino que este tsunami se dejaría sentir en el resto de países. Especialmente, en los lugares que tienen más relaciones económicas con Rusia, como Italia, Francia, Holanda o Alemania. En la práctica, sacar a Rusia del sistema, dificultaría mucho la labor de los acreedores europeos a la hora de recuperar el dinero de negocios que tienen en la región. Aunque existen precedentes: Rusia ya sufrió algo similar en 2014, tras la ocupación de Crimea, aunque se limitó a solo unos bancos. Algo parecido sucedió con Irán entre 2012 y 2018.