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Trump vs Putin en Venezuela

  • La Jornada
  • 28 Mar 2019
  • ÁNGEL GUERRA CABRERA

R usia “tiene que salir de Venezuela” y para conseguirlo “todas las opciones están sobre la mesa”, declaró este miércoles el presidente Donald Trump desde la Casa Blanca. A su lado, visitante de honor, la esposa del supertítere Juan Guaidó, el más lacayo y descolorido de la legión de lacayos del Grupo de Lima. Otra señal de que Estados Unidos, a consecuencia de su crisis de hegemonía, intenta restablecer la infame doctrina Monroe, como han reiterado varios de sus voceros oficiales.

Pero, ¿qué se puede esperar de Trump? Acaba de proclamar la soberanía de Israel sobre los ocupados Altos de Golán, territorio de Siria, hecho que subraya el desprecio por las leyes internacionales del magnate y la pandilla de maleantes a la que ha encargado la política exterior. Lo mismo el ilegal reconocimiento que hizo de Jerusalén como capital del Estado sionista, el descarado golpe continuado y los preparativos de intervención militar contra la República Bolivariana de Venezuela a plena luz del día y dirigidos a punta de tuits desde la Casa Blanca. Sin olvidar la degradación al mínimo de las relaciones diplomáticas con Cuba y el recrudecimiento brutal del bloqueo luego de los modestos avances logrados en el segundo mandato de Obama. En ambos casos su gobierno ha pretendido justificarse mediante una catarata de mentiras y calumnias, como que la isla mantiene más de 20 mil soldados en Venezuela o los fantásticos ataques sónicos contra su personal diplomático en La Habana.

Mal que bien, la relativa observancia de la legalidad en el sistema internacional con posterioridad a la fundación de la ONU en 1945 permitió mantener ciertos equilibrios y previsibilidad de los acontecimientos. Había guerras de agresión genocidas como en Vietnam o la larga campaña terrorista contra Cuba después del fracaso de la invasión por Playa Girón. No es nuevo que Estados Unidos pisotee el derecho internacional. Siempre lo ha hecho, pero había ciertos límites, líneas rojas como se dice últimamente, que ninguna de las grandes potencias cruzaba. Ahora aplica pura la ley de la selva en las relaciones internacionales. Washington comenzó a violar de manera cada vez más impúdica no sólo las regulaciones internacionales, sino su Constitución y sus propias leyes, desde Ronald Reagan con su sangrienta intervención en los conflictos centroamericanos y el desencadenamiento de una guerra merce- naria contra la Nicaragua sandinista, origen del mayúsculo escandalo Iráncontras, Esa conducta se incrementó con las administraciones posteriores, tal vez una relativa pausa durante el periodo de Jimmy Carter. Pero fue retomada por Bush padre, Clinton, Bush hijo y Obama. Justo a partir de este último, además de la continuidad en las intervenciones militares directas, con “botas en el terreno”, como en Irak y Afganistán, o más enmascaradas como en Libia y Somalia, aumentaron considerablemente los asesinatos con drones, las operaciones con grupos de operaciones especiales y cobraron auge los cambios de régimen mediante el uso de golpes blandos o suaves. Un ilustrativo ejemplo de esto fueron las denominadas revoluciones de colores y el golpe de Estado en Ucrania, concebido en realidad para imponer un gobierno vasallo que expulsara a la flota rusa del mar Negro del puerto de Sebastopol y, al servicio de la OTAN, erigiera una grave amenaza a ese importante flanco defensivo de Rusia.

Así como se enarboló por George W. Bush el eje del mal (integrado por Corea del Norte, Irak e Irán) para justificar la guerra contra el terrorismo, recientemente el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, habló de “una troika de la tiranía”, en referencia a Venezue-

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