Luis Almagro, “El Oso”, solía jugar bastante al ajedrez en su adolescencia. Se dice que era incluso mejor que su hermano, quien llegó a competir en las ligas nacionales de Uruguay. La imagen que tiene él de sí mismo de aquella práctica es la de que era “muy bueno”. La estrategia es un modo en el que piensa permanentemente quien al llegar a la secretaría general de la Organización de Estados Americanos, en mayo de 2015, inició una jugada por la que se le sigue identificando hoy: levantó fuertemente el perfil del organismo regional en el que Estados Unidos tiene fuerte presencia, y que estaba adormecido; y por otro lado, encabezó una cruzada para apretar, presionar y aislar al régimen de Nicolás Maduro.
Fue un giro individual al principio, y radical si se lo compara con la misión del chileno José Miguel Insulza, pero al que también pronto se le fue sumando la nueva ola de presidentes en Sudamérica, Mauricio Macri en Argentina; Michel Temer, en Brasil; Horacio Cartes, en Paraguay. Todos menos los mandatarios de Uruguay, su tierra, adonde Almagro no sólo encontró las mayores resistencia y fuente de críticas. Fue la izquierda uruguaya, en principio el MPP con el que acompañó a su ex amigo José Mujica el que lo apartó. Y este año, tras declaraciones por las que lo acusaron de fomentar una intervención armada contra el país caribeño el Frente Amplio lo expulsó de su seno.
Nacido en Cerro Chato, Paysandú en 1963, vivió en el campo hasta los 12 años, en un hogar con importantes dificultades económicas, y sin embargo llegó a la universidad , donde se recibió como abogado para luego seguir la carrera diplomática, y después la política. Almagro inició su cruzada contra Maduro, a quien enfrentó en persona llamando al delfín de Hugo Chávez “dictadorzuelo”. Una línea de filosofía política que apunta, siempre dice, a “promover la democracia y los derechos humanos”. De carácter fuerte, y palabras directas, su posición sobre Venezuela le ha valido entre la izquierda regional acusaciones de ser un “lacayo” de los Estados Unidos, de la CIA, de la derecha, del imperialismo. Todos motes que surgen de la propia fuerza donde militó durante años –aunque también militó en el Partido Nacional- y a la que ha sorprendido con sus respuestas a las críticas. Sin embargo, quienes lo conocen afirman que Almagro no ha cambiado y que siempre pensó en esa línea. Su mandato, sin dudas, llevará siempre la marca de agua contra la Venezuela chavista, aunque también viene presionando fuerte a Nicaragua, y en distinto nivel, a Cuba.
“Hola, yo soy Luis Almagro Lemes, para servirle a usted, al Partido Nacional y al Club Nacional de Futbol”. Así se presentaba durante años. Entre los datos más curiosos de su vida destacan que es políglota, ávido lector, padre de siete hijos, nacidos en distintas capitales, en Montevideo, en Teherán, en Pretoria, en Berlín y en Beijing. Se considera un “vegetariano por convicción”, hábito que adoptó siendo embajador en China (2007-2010), aunque afirma que siempre sintió aversión a que maten animales. Contó él mismo también que le dicen El Oso desde bebé, porque su papá al nacer dijo que superaba lo más lindo que había visto hasta entonces, un oso panda. Su segunda esposa es la diplomática sudafricana Marianne Birkolts, con la que se comunica en inglés.