Como no podía dejar de suceder, la crisis venezolana constituye un factor disruptivo que va mucho más allá del colapso del chavismo. Una nueva agenda regional está asomando cargada de interrogantes. ¿América Latina ha entrado en la zona de atracción de la guerra fría que protagonizan los EE.UU. y China? ¿El viejo multilateralismo regional, en ocaso, tendrá un sustituto? ¿América Latina está perdiendo relevancia global? ¿Está resucitando la vieja agenda de la derecha autoritaria latinoamericana?
Una primera aproximación permite explorar algunas pistas. En principio la pulseada entre Washington y Pekín está presente porque es global. En la región se hace cada vez más evidente que las inversiones americanas son, y serán, menores a las chinas y también es evidente que en esta nueva guerra están surgiendo dos grandes bloques económico-tecnológicos que por naturaleza están condenados a colisionar. El repliegue americano y la crisis europea son la cara visible del eclipse de Occidente, mientras el “momento asiático” se instala. Obligadamente, este movimiento de las capas tectónicas de la geopolítica global provocará nuevas alineaciones.
El multilateralismo regional ha dejado de existir. La muerte del UNASUR es una metáfora: no se decidió y el punto de inflexión ocurrió cuando el gobierno ecuatoriano decidió ponerle llave al edificio que la cobijaba. ¿Hubo debates? ¿Alguien lo lamentó más allá de alguna retórica ideológica? Lo mismo puede decirse de muchos otros espacios multilaterales, sobre todo los que están vinculados a la integración económica. Ahora se alude a la creación del Prosur, pero todo hace pensar que ese emprendimiento puede llegar a durar lo que duren los gobiernos fundadores.
La irrelevancia latinoamericana es un hecho. Decididamente el peso de la región en el mundo se ha devaluado. La dinámica global no derrama sobre nuestros países, entre otras razones porque la economía, en general, no ha sido muy exitosa y porque no se destacan liderazgos que conciban sus estrategias en base a las grandes transformaciones tecnológicas globales.
Este último punto es decisivo y conecta con la reemergencia de una derecha latinoamericana que está aprovechando circunstancias muy concretas: incertidumbre económica, ligada a la dependencia de los ciclos económicos; inestabilidad de algunos regímenes políticos; presencia del trumpismo y, sobre todo, el colapso dramático del populismo chavista.
La disrupción que provoca la crisis venezo- lana se proyecta en círculos concéntricos que se expanden desde el Caribe hacia toda la región. La ruptura del aprovisionamiento de petróleo subsidiado que Caracas garantizó, desestabiliza y amenaza la salud económica y política de varios países, particularmente Cuba y Nicaragua. Pero más allá de estos casos emblemáticos, la falta de transparencia del programa Petro-Caribe también es un factor de protestas en muchas otras geografías, por ejemplo en Haití.
En paralelo, la crisis venezolana mostró la fragilidad de algunos formatos diplomáticos. México y Uruguay virtualmente dejaron de pertenecer al Grupo de Lima. Aferrados al principio de la no-injerencia, se desvincularon cuando advirtieron que no podían permane- cer sin reconocer al Presidente a cargo Juan Guaidó. En verdad resultó una excusa, para no romper con el régimen de Maduro, adoptada por dos gobiernos donde tienen predicamento subconjuntos que adhieren al castrismo.
Finalmente, a la sombra de la catástrofe venezolana dos países han caído bajo la influencia de una derecha autoritaria cuyo compromiso con la democracia deja que desear. En Colombia, el país que más sufre la masiva inmigración venezolana, el gobierno del presidente Iván Duque parece haber aprovechado el caos para objetar la ley que reglamenta la justicia de paz avanzando sobre la Ley Estatutaria de la Jurisdicción Especial de Paz -desacatando una sentencia de la Corte-, clave de bóveda de los Acuerdos firmados entre el Estado colombiano y las FARC.
La Justicia transicional, encargada de juzgar los crímenes más graves cometidos durante el conflicto armado, está en funcionamiento y casi doce mil personas, ex-guerrilleros y militares, se han sometido a ella. Muchos observadores señalan que el Presidente está siendo presionado por su mentor, el ex-presidente Alvaro Uribe, quien a la luz de las nuevas realidades regionales y mirando hacia el Norte puede considerar que no se trata de corregir aspectos de los Acuerdos, como prometió el Presidente Duque, sino desconocerlos. Cabe recordar cuán presente estuvo Venezuela en la campaña electoral, así uno de los favoritos, Gustavo Petro, fue acusado de ser un nuevo Maduro.
En Brasil el gobierno de Jair Bolsonaro parece estar decididamente orientado a consagrar a los militares como fuerza tuteladora. Cuando refirió a que ellas son las que habilitan la vigencia de las libertades y de la democracia, pareció inspirado en el órgano designado por la Constitución de 1824 como “Poder Moderador”. La idea del gran árbitro fue asignada al Emperador y en el siglo XX ese rol, de símbolo de la Nación, fue auto asumido por las FF.AA. La presencia militar en el gobierno y la alineación con los EE.UU, que será sellada en la próxima visita presidencial a Washington, constituyen una realidad que no es ajena a las fuerzas sociales que están modelando la política latinoamericana. ■
A la sombra de la catástrofe venezolana, Colombia y Brasil han caído bajo la influencia de una derecha autoritaria