Los manifestantes convocados ante el estadio de fútbol CFC de Chemnitz saludaban ayer: «¡Váyanse a su país!, ¡largo de aquí!», «ya sabemos lo que hace la prensa extrajera, mentir y mentir». «El pueblo despierta», «Por el futuro de nuestros hijos», decían las pancartas de «Pro Chemnitz», asociación que dice tener «poco más de diez afiliados, pero el apoyo de todo el pueblo» y que se presenta a las elecciones locales con un último resultado del 5% de los votos.
A diferencia de las marchas de días anteriores, los manifestantes no mostraban aire militar y permanecían en un pacífico silencio, al menos hasta el cierre de esta edición. Ni rastro de los «hooligans» que el domingo y el lunes desfilaron por el centro de esta ciudad de unos 30.000 habitantes con los brazos en alto, exhibiendo el saludo hitleriano y amenazando, e incluso agrediendo, a las personas de aspecto extranjero que encontraban a su paso, con el resultado de seis heridos.
La convocatoria de la concentración, justificada por «la necesidad de autodefenderse de la criminalidad extranjera», era apoyada por el partido nacionalista, antieuropeo y antiextranjeros Alternativa para Alemania (AfD), que hasta hace poco se distanciaba estratégicamente de estos grupos neonazis o xenófobos, pero que a raíz de los últimos sucesos en Chemnitz incluso ha convocado para mañana sábado una marcha conjunta con el movimiento «Patriotas contra la Islamización de Occidente» (Pegida).
«Deslegitimar las protestas de la gente indignada no les llevará a nada», acusaba indirectamente a Merkel el presidente de AfD, Alexander Gauland, que desde Berlín defendía que «en Chemnitz no ha habido ataques, lo que ha habido es defensa, y no hay nada que criticar».
Rodeados por un denso cordón formado por la Policía de Sajonia y los refuerzos enviados por la Policía federal, se les impedía anoche a los alrededor de 6.000 manifestantes de Chemnitz acceder al recinto donde se celebraba la sesión de «Burger dialog» (Diálogo Ciudadano), a la que el presidente de Sajonia, Michael Kretschmer, y la alcaldesa de Chemnitz, Barbara Ludwig, acudieron a responder a ciudadanos bastante indignados. «Puedo asegurar que los responsables de ese asesinato y de cualquier otro crimen serán perseguidos y castigados. Puedo asegurar que todas las personas que hayan exhibido signos nazis o hayan cometido delitos de apología nazi serán sancionados según la ley. Y también puedo asegurar que no voy a permitir que esta ciudad sea por completo demonizada. Aquí viven muchas personas de bien a las que no les gusta lo que está pasando en las calles y no pueden ser todos metidos en el mismo saco», decía Kretschmer a su entrada al recinto.
No a la «corrección política»
«¿Por qué no nos dejan a nosotros entrar? Tenemos varias preguntas…», ironizaba desde la manifestación Benjamin Jahn Zschocke, portavoz de Pro Chemnitz, ridiculizando el formato «Burger Dialog», en el que unos 25 ciudadanos seleccionados previamente conversan con los políticos. «Lo único
Ánimos caldeados «¿Qué debemos hacer en casos como el de este asesinato?», preguntan los vecinos
que queremos es que se vea el problema de la inmigración y del asilo de forma crítica, pegada a la realidad, en lugar de quedarse en la corrección política», reivindicaba. A ese reducido grupo de elegidos, dada la demanda, se habían sumado después otras 500 personas que también deseaban tomar la palabra. «¿Qué debemos hacer los ciudadanos en casos como el de este asesinato?», «¿cómo garantizar la seguridad en nuestras ciudades?», fueron algunas prenguntas.
«En una visita a una guardería he escuchado algo muy triste. Una mujer china que vive en Chemnitz desde hace seis años, que trabaja y paga sus impuestos, que ha tenido aquí a su hijo, me contó que ayer al volver a casa, en la calle, alguien le arrojó un cubo de agua desde la ventana y le gritó “¡vete a tu casa!”. Mi primer pensamiento fue que debió acudir a la Policía, pero no, somos nosotros, toda la sociedad civil, quienes debemos transmitir que quienes hacen eso o saludan con el saludo hitleriano son los que no tienen lugar en nuestras calles», relató Kretschmer a los asistentes.
Algunos preguntaban o reflexionaron en voz alta sobre la dificultad de afrontar la integración de extranjeros musulmanes que llegan a Alemania. «No quiero vivir en un país al que ningún extranjero quiera ir porque siente miedo», decía un joven con una camiseta de Die Toten Hosen, el grupo que encabezará el lunes un gran concierto rock contra la violencia en Chemnitz.
Ayer mismo, en Berlín, el expolítico socialdemócrata Thilo Sarrazin presentaba su nuevo libro, que sin duda echará mucha leña a este fuego. Bajo el título «Toma de poder hostil. Cómo el islam obstaculiza el progreso y amenaza a la sociedad», advierte de que el auge demográfico de los musulmanes en Alemania, que tienen muchos más hijos de media, los llevará a ser mayoría en solo dos generaciones. Sarrazin describe el islam como una religión «atrasada», que genera que apenas haya integración y un conocimiento adecuado del alemán. Las siguientes generaciones de musulmanes tendrán de media una educación más pobre, poco éxito económico y habrá un aumento de la delincuencia, alerta. Además, no están muy abiertos a la democracia y a la igualdad, agrega. La «alteridad cultural de color religioso de la mayoría de los musulmanes», afirma Sarrazin, y sus crecientes tasas de natalidad ponen en peligro la sociedad abierta, la democracia y la prosperidad.