El 19 de octubre de 1945, George Orwell fue el primero en pronunciar el término “Guerra Fría” para graficar la pugna entre potencias nucleares que, como Estados Unidos y la ex Unión Soviética, representaban dos modelos de sociedad. Esa pelea fue una realidad tangible entre 1946 y 1991, cuando el Muro de Berlín, primero, y el bloque soviético, se derrumbaron en mil pedazos.
Desde entonces, Estados Unidos se transformó en la potencia hegemónica mundial, poder que hoy está en cuestión por el ascenso de China, Rusia y la India y otras potencias emergentes que plantean un mundo multipolar.
En ese contexto, el conflicto desatado Venezuela ha logrado trascender las fronteras sudamericanas y establecer dos bloques geopolíticos que, para muchos analistas, abren las puertas a una “nueva guerra fría”.
Juan Guaidó, el presidente electo por la Asamblea Nacional ante lo que considera una usurpación de poder por parte de Nicolás Maduro, cuenta con el respaldo abierto de Estados Unidos, de gran parte de la Unión Europea (UE) y de 13 países del denominado Grupo de Lima al interior de la Organización de Estados Americanos (OEA).
Maduro y el chavismo, por su parte, cuentan con el apoyo militante de Rusia, China, Irán, Turquía y una decena de países, dispuestos a defender al man-
El presidente estadounidense Donald Trump ha advertido que tiene sobre la mesa los planes “B, C, D”, que incluyen una intervención armada para, asegura, recuperar la democracia y el Estado de Derecho. En realidad, en la pugna de fondo está el petróleo y la disputa por la influencia geopolítica de Pekín, principalmente, y de Moscú y Teherán, en segundo grado, en América Latina, considerada por Washington como “su zona de influencia”.
Por estas implicancias, una conflagración armada en la que no solo intervengan las fuerzas internas venezolanas, oficialistas y opositores, sino además las estadounidenses y colombianas contra cubanos y rusos puede hacer estallar un conflicto de dimensiones globales con consecuencias catastróficas.
La decisión de Trump, el 1 de febrero, de retirar a Estados Unidos del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) apunta en el mismo sentido.
El historiador chileno Fernando Mires matiza, sin embargo, que “Rusia es hoy solo una potencia regional aunque con pretensiones de erigirse en sucesora de esa potencia mundial formada por la ex URSS y sus aliados. Es lo que justamente quiere evitar -en continuidad con la política Barack Obama- la administración Trump”.
A partir de esa situación se explica el interés de Vladimir Putin por cultivar amistad con las tres países clave en la región para los intereses rusos: Cuba, Nicaragua y Venezuela y, a su vez, el interés de Trump para que Putin saque lo más pronto posible sus manos de América Latina.
“La posición de Trump frente al tema venezolano tiene por lo tanto muy poco que ver con la tragedia que vive Venezuela bajo la férula de Maduro. Lo que más interesa a Trump es advertir a su colega Putin que los propósitos orientados a expandir su radio de acción geopolítica tienen límites. Dicha posición cuadra con la premisa sentada en el pasado reciente por Henry Kissinger: “Ninguna Cuba más en América Latina”. Si Kissinger alentó la instalación de crueles dictaduras en el cono sur a fin de detener al “comunismo”, hoy Trump levanta su mano en contra de Putin en el mismo sentido”, señala Mires.
En el tablero global
De esta forma, Mires ubica a Venezuela en el marco de los conflictos globales donde Estados Unidos y Rusia disputan zonas de influencia.
“Trump ha tenido hasta ahora un comportamiento respetuoso hacia Putin. Mucho más que hacia Angela Merkel, para poner un ejemplo. Retiró incluso sus tropas
de Siria cediéndosela amablemente a Putin, aceptando que ese espacio le corresponde al autócrata ruso por derecho propio al haber “pacificado” sangrientamente al país y convertido al tirano Bashar Al Asad en su empleado personal”.
“El problema es que durante la implementación de esas decisiones bilaterales, Trump no se dignó a hacer la menor consulta a sus ex aliados de Europa. Fiel a su creencia de que solo él debe velar por los destinos de América, pasó por alto el hecho de que Rusia es el principal adversario de la Unión Europea, el que alienta ultraderechas y ultraizquierdas para desestabilizar a sus gobiernos, el que espera el primer resquicio para recuperar posiciones perdidas por la ex URSS en Ucrania y probablemente en los países bálticos”, explica Mires.
En este sentido, Trump intenta volver a utilizar el potencial atómico de EEUU como medio de disua- sión sustituyendo, si es necesario, las armas de la política por la política de las armas. Cree – y no le faltan razones – que personajes como Kim Jong Un y Nicolás Maduro – no entienden otro lenguaje.
Por eso, “Trump ha incluido amenazas militares a Maduro si es que no abandona el poder en un plazo breve. Hecho que a su vez ex- plica por qué los países europeos dirigidos por el eje Alemania-Francia dan preferencia a una salida política al dilema venezolano. Con ello intentan dificultosamente señalizar a la oposición venezolana que en el espacio occidental no solo la voz de los EEUU es la que cuenta. Pero tampoco podemos obviar que lo hacen velando por sus propios intereses”.
Pero los efectos colaterales pueden ser enormes.
En efecto, “a ningún gobierno europeo escapa que si Trump llegara a proceder militarmente en contra de Maduro, Rusia se encontraría con pleno derecho para hacer lo mismo en Ucrania poniendo así en peligro la paz europea. Quienes más deben temer una agresión militar a Venezuela son seguramente los ucranianos. Es seguramente ese eventual contragolpe putinista lo que interesa evitar a los gobernantes europeos cuando intentan cerrar la grieta venezolana utilizando medios políticos”.