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Venezuela, 4 meses después

  • Los Tiempos
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Hace ya cuatro meses, el 23 de enero, se inició en Venezuela un proceso cuya futura evolución es una incógnita. Ese día, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, en un acto callejero de masas, se juramentó como el presidente encargado legítimo. De inmediato, grandes multitudes lo aclamaron y lo reconocieron como líder de la oposición. Mientras tanto, más de 50 gobiernos del mundo anunciaban su intención de reconocer al nuevo gobierno. Todo parecía indicar que la hora final de Nicolás Maduro y la de 20 años de régimen chavista estaban a punto de llegar.

Lo que ha ocurrido durante los cuatro meses transcurridos desde entonces dista mucho de lo que temían unos y deseaban otros. Lo único claro es que Venezuela sigue sumida en una espiral descendente que la conduce a un escenario cada día más infernal. La posibilidad de que el chavismo, encarnado en Nicolás Maduro, se resigne a su derrota y acepte su rendición está tan remota como la victoria de la ofensiva opositora encabezada por Juan Guaidó. Es decir, el drama venezolano está cada vez más lejos de su punto final.

Desde el punto de vista de la oposición, el balance es de lo más negativo. De nada bueno ha servido la imposición de sanciones, las amenazas, la presión diplomática de una amplia gama de países. Tampoco lograron nada las multitudes lanzadas a las calles con la esperanza de que esta vez sí, su rechazo al régimen de Maduro se plasmaría en hechos políticos concretos. Ninguna de las metas que se trazó el movimiento inaugurado el 23 de enero ha sido alcanzada. El agotamiento acumulado durante 20 años de frustraciones ha llevado al vaciamiento de las calles, la movilización popular se ha debilitado y las dudas y miedos han neutralizado la inicial fortaleza de Guaidó en el frente diplomático.

Para Maduro y la cúpula que lo rodea, en cambio, el balance parcial es positivo. La descarada participación del Gobierno de Donald Trump, y la descabellada amenaza de abrir la vía militar para defenestrar al chavismo, sólo logró en pocas horas restablecer la cohesión interna de un régimen que hizo del victimismo una de sus principales fuerzas. Envalentonada, la dictadura aprovechó para deshacerse de sus últimas máscaras. Ya sin ningún pudor, hace gala de su fuerza represiva mientras la oposición retoma su inveterada tendencia hacia la disgregación. Se vuelve a dividir ante la falta de resultados que estén a la altura de sus expectativas.

Esa nueva correlación de fuerzas es la que ahora se plasma en las negociaciones de Noruega, mediante las que vuelve a abrirse la posibilidad de que la crisis venezolana se dirija hacia cauces más sensatos que los que ofrece la opción de una guerra feroz.

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