LAS VERSIONES SOBRE UNA posible acción militar en Venezuela resurgieron después de que el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, dejó ver en su libreta de apuntes la anotación “5.000 soldados a Colombia”, durante una rueda de prensa. Aunque la Casa Blanca manifestó desconocer el tema,la ya afamada frase de Bolton, “todas las opciones están sobre la mesa”, volvió a poner en el centro del debate la posibilidad de un desenlace por la fuerza. Bolton es el mismo hombre que en 2001, cuando era subsecretario de Estado,justificó la invasión a Irak por la presunta posesión de armas químicas del régimen de Sadam Huseín. Las armas nunca aparecieron.
Pero esta no es la única señal que hace temer una acción bélica de parte del Gobierno de Donald Trump. El nombramiento de Elliott Abrams como enviado para la crisis del país latinoamericano encendió las alarmas en algunas organizaciones de derechos humanos, que, como a Humans Rights Watch, les preocupa que empeore la situación.
El diplomático de 78 años enfrentó una demanda de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por su participación en la masacre del Mozote, en El Salvador, en la que 1.000 personas murieron asesinadas por fuerzas armadas especiales en 1981. Y participó en uno de los mayores escándalos de la política estadounidense: el Irán-Contras, en el que el Gobierno de Ronald Reagan vendió ilegalmente armas a Irán, que estaba en guerra con Irak, y usó los 47 millones de dólares de la venta para financiar a los Contras, un grupo paramilitar que combatía al Frente Sandinista que derrocó a Somoza en Nicaragua.
Además de Bolton y Abrams está el secretario de Estado, Mike Pompeo, otro férreo opositor del Gobierno de Nicolás Maduro, que ha impulsado la misión “pacificadora” de Estados Unidos en el mundo. Para él, su país debe asegurar la democracia en todas las naciones del globo y“liberar a los gobiernos de Estados mafiosos”, como dijo aludiendo al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Pompeo dirigió la CIA en 2016, antes de ocupar el cargo de secretario. En esa organización defendió el espionaje masivo a Gobiernos extranjeros. Entre ellos Irán e Irak, países a los que señaló de “exportar terroristas”.
A pesar de que estos tres neoconservadores y el propio presidente Donald Trump exhiben una retórica de línea dura, en la práctica las únicas acciones concretas contra Venezuela han sido diplomáticas. La Casa Blanca impuso a la petrolera oficial PDVSA una sanción, quizá la que realmente comenzará a asfixiar al régimen, por la cual algunos estiman que perderá 7.000 millones de dólares en activos, pues dejará de vender 500.000 barriles de crudo al día y recibirá un golpe directo al 80 por ciento de las exportaciones que enviaba a Estados Unidos.
Según dijo a SEMANA Reggie Thompson, analista de Stratfor para América Latina, este gesto sí podría socavar la lealtad de la cúpula militar hacia el presidente Maduro, pues, poco a poco, sus ingresos se han ido reducien-
do y al Gobierno le quedan pocas cartas por jugar para reemplazarlos. De hecho, Thompson insiste en que de las 50 veces que Estados Unidos invadió algún territorio a lo largo de su historia, ninguna trajo consecuencias democráticas o pacíficas al país que pretendió ayudar.
Además, al congelar varias cuentas personales de la familia de Maduro y de su gabinete, el Gobierno de Estados Unidos creó un cerco diplomático que comienza a arrinconar al gobernante. A las presiones de Estados Unidos se agregan las de más de 50 países que reconocieron al líder opositor Juan Guaidó como presidente interino del país. Pero todos ellos, incluido el Grupo de Lima y la Unión Europea, rechazan rotundamente la idea de una intervención militar.
LA PEOR OPCIÓN
Aunque el discurso incendiario de la Casa Blanca parezca contradictorio –el propio Trump ha hablado de retirar sus tropas de Siria y Afganistán con el argumento de que no tiene sentido que soldados norteamericanos mueran por causas ajenas–, las guerras también se libran en el frente de la disuasión.
Desde luego, la retórica belicista ha despertado recelos en todos los espectros de la arena política. Miembros de su partido como el senador Ted Cruz lo juzgan de precipitado e “impulsivo”, y demócratas como la precandidata presidencial y representante de la isla de Hawái, Tulsi Gabbard, lo recriminan por siquiera considerar un ataque contra Venezuela.
Por otro lado, Rusia y China, a su vez, comienzan a mostrar los dientes e insisten en que contestarán cualquier amenaza armada contra Maduro.
La pregunta de fondo es por qué Washington, ahora tan cercano a varios gobiernos autoritarios y violadores de derechos humanos –como el de Kim Jong-un en Corea del Norte, Vladimir Putin en Rusia o el de Salmán bin Abdulaziz en Arabia Saudita–, se muestra tan intransigente con Nicolás Maduro. Lo que, por supuesto, lleva a cuestionar si hay algún interés particular en Venezuela como para que la Casa Blanca pase de las palabras a la acción.
Para Benjamin Denison, experto en seguridad e intervención militar extranjera de la Universidad de Darmouth, hay varias razones. La primera de ellas es que la sucesión a un gobierno democrático de tendencia afín a Washington le permitiría más injerencia a Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos, empezando porque los bastiones comunistas y el legado bolivariano quedarían casi erradicados del continente. No se trataría entonces de una simple pugna ideológica, sino de los intereses económicos de Estados Unidos. Un presidente en Miraflores más inclinado hacia el libre mercado facilitaría la entrada a Venezuela de empresas estadounidenses dedicadas a la extracción de petróleo, como sucede hoy en día en la relación petrolera entre Colombia y Canadá.
Lo dijo el propio Bolton la semana pasada en una entrevista con Fox: “Sería una gran diferencia económica para Estados Unidos si conseguimos que compañías petroleras norteamericanas participen en la inversión y producción de petróleo de Venezuela. Sería bueno para el pueblo de Venezuela. Sería bueno para el pueblo de Estados Unidos. Hay mucho en juego”.
Pero una salida militar sería peligrosa no solo para Venezuela, sino para toda la región. En el plano político significaría un retroceso en los logros que está cosechando la oposición venezolana, que se quedaría sin piso para una transición respaldada por su pueblo. Por otro lado, desestabilizaría aún más la economía y profundizaría la crisis humanitaria.
Más grave aún, tendría el potencial de convertirse en un conflicto al estilo de la Guerra Fría, con potencias extranjeras respaldando a bandos diferentes. En cualquier caso, la posibilidad de que se repitan en Venezuela las escenas de la invasión a Panamá de diciembre de 1989, cuando unos 26.000 soldados estadounidenses entraron a sangre y fuego a derrocar al general Manuel Antonio Noriega, parecen lejanas. Incluso Pompeo, Bolton, Abrams y Trump saben que es la peor opción que tienen sobre la mesa.
LA PREGUNTA DE FONDO ES SI EXISTE UN INTERÉS EN VENEZUELA DE TAL MAGNITUD COMO PARA QUE ESTADOS UNIDOS PASE DE LAS PALABRAS A LA ACCIÓN