Quienes se preguntan si una dictadura despreciada por su pueblo y por todo el mundo, apenas apoyada de lejos por dos o tres naciones, puede ser viable, la respuesta que da Venezuela hasta el momento es que sí. Sí, puede ser viable o, al menos, puede mantenerse. Apoyado en las bayonetas y en la incondicionalidad de las Fuerzas Armadas venezolanas, el régimen de Maduro sigue manteniendo el control del territorio y el imperio de la fuerza en Venezuela, por mucho que la legitimidad la tenga por decisión de la Asamblea Nacional de ese país el presidente encargado Juan Guaidó, según prescribe la propia Constitución vigente y según también ha reconocido un largo listado de países democráticos.
Con las dictaduras es difícil hacer estimaciones en el tiempo. El poder que ejercen es eterno mientras duran. Y duran mientras es eterno. Pero basta a veces un pequeño cambio en la correlación de fuerzas para que se vengan abajo sin vuelta. Ocurrió con el gobierno del sha de Irán, con los regímenes socialistas que no sobrevivieron a la caída del Muro y, en forma quizás menos dramática, con el desplome que experimentaron va- rias dictaduras latinoamericanas hace dos o tres décadas.
Parece ser un hecho que la Venezuela chavista hoy está en esa cornisa. Que si algo parecido hay a una cuenta regresiva en su futuro, bueno, está claro que le va quedando menos tiempo. Pero eso puede ser tanto un día como un año o una década. El realismo aconseja no hacernos demasiadas ilusiones. Dado que una intervención armada desde el exterior es impresentable, mientras los uniformados venezolanos no digan otra cosa, Maduro seguirá en el poder porque mucho más fuerte que el clamor popular opositor o que el rechazo político internacional a sus imposturas democráticas es la represión feroz que ejerce internamente. Se trata de un gobierno que no solo es de fuerza, sino también corrupto, narco y ladrón. Las pocas fuentes de riquezas que el régimen no destruyó en los últimos diez años, el chavismo igual se las robó y, mientras este proceso de saqueo se ha estado radicalizando, ya son más de tres millones cuatrocientos mil los venezolanos que emprendieron el camino del exilio. Esta deserción priva al país de parte importante de su gente más valiosa y preparada. Este factor complica poco a Maduro y al parecer más bien lo favorece.
En este contexto, la decisión del Presidente Piñera de acompañar a su colega de Colombia en la entrega de ayuda humanitaria en la localidad de Cúcuta es un gesto. Solo eso: un gesto. Un testimonio de carácter político obviamente, muy coherente con la posición que el gobierno ha tomado respecto de Venezuela y que en absoluto constituye una imprudencia o una deserción de los principios que informan la política exterior chilena desde siempre, como acusaron tres excancilleres que salieron esta semana a rasgar vestiduras. Se diría que es más bien un retorno a principios que nuestra diplomacia nunca debió abandonar. Es obvio que los énfasis de este gobierno no son los mismos del anterior. Todo el esfuerzo de la segunda administración de Bachelet, más que en marcar su compromiso con la democracia, estuvo centrado en no pelearse con Maduro. Tuvo, por cierto, sus razones para hacerlo así, puesto que de otro modo se le desordenaba su coalición de gobierno, donde la simpatía al chavismo no era menor. Ahora las circunstancias del país cambiaron. Por supuesto que hay diferencia entre no pelearse con la dictadura y pasar a la ofensiva democrática; tal es el paso que ha dado el Presidente.
Es muy impresionante el retraso con que gran parte de la izquierda chilena ha estado ajustando sus posiciones respecto de Venezuela. Los que critican el viaje presidencial son los mismos que hicieron un escándalo cuando el gobierno reconoció a Guaidó. Luego que la mayoría de las naciones democráticas del planeta hizo lo mismo, tuvieron que tragarse sus palabras. Todavía no se entiende bien la incapacidad que ha mostrado este sector para marcar distancias respecto del chavismo y para condenarlo resueltamente. Siempre encuentra un resquicio para protegerlo. En Venezuela el escenario está muy incierto y cambiante. El cambio fundamental, sin embargo, aún está lejos de estar asegurado.