Venezuela está al borde del colapso como país. Está asfixiado por un nudo de problemas difíciles de resolver. La economía está paralizada. Cuando el barril de petróleo estaba por encima de 150 dólares marchaba viento en popa, pero cuando cae a 40 dólares colapsa. En los tiempos de boom el gobierno pudo desplegar tanto una agresiva política social como una política económica relativamente equilibrada, logrando una alta legi- timidad que se evapora cuando los precios del petróleo caen. Esas mismas políticas en épocas de vacas flacas han generado una hiperinflación sideral. La derecha habla entonces de crisis humanitaria sin considerar que la penuria se ha visto agravada por el bloqueo económico (inducido por USA) que impide la libre circulación de medicinas y alimentos.
La política entró en un agudo proceso de polarización desde el primer triunfo de Chávez que la derecha no aceptó respondiendo con el golpe de Carmona. Desde entonces chavistas y antichavistas se tratan como enemigos y hacen política como si fuera una guerra sin balas. Los múltiples procesos electorales no son escenarios de competencia política sino campos de batalla para aplastar el enemigo. Vienen entonces los golpes y contragolpes.
Los regímenes políticos han sido muy cambiantes durante el chavismo. Ellos han evolucionado desde una democracia defectuosas hasta una dictadura pasando por regímenes autoritarios. La aguda polarización política ha impedido construir un régimen democrático estable que sea el producto de un pacto duradero entre el Estado, la sociedad y los ciudadanos. Produjo más bien una gran fluidez de los regímenes políticos que fueron cambiando al ritmo de los cambios en las correlaciones de fuerzas y en las reglas que los vencedores eventuales lograban imponer. El régimen actual que parecía desembocar en una dictadura cerrada es un régimen autoritario semiabierto que permite la dualidad de poderes y que alguien se autoproclame presidente sin ser encarcelado ni fusilado, que haya protestas y ciertas libertades, etc.
Venezuela se ha convertido también en un escenario de conflicto internacional en donde las grandes potencias (USA, Rusia y China) buscan imponer sus intereses económicos y políticos disfrazados de democracia o de respeto a la soberanía. ¿Cómo salir del laberinto? Es deseable que la política triunfe sobre la guerra, que se respete la soberanía y la libre determinación de los pueblos y que la democracia, producto del diálogo, derrote al autoritarismo y a la dictadura.